Tras los resultados de las elecciones andaluzas, a Pablo Casado le sobrevino un ataque de codicia por hacerse con el poder, por recuperar el mando arrebatado por Pedro Sánchez “y su pacto con populistas y separatistas”. El poder y el desalojo de los socialistas a cualquier precio. La aritmética daba y que en la suma entrase a empellones Vox con su xenofobia, su machismo, su integrismo y sus esencias franquistas, no iba a ser problema. A fin de cuentas, los dirigentes del Partido Popular nunca le habían hecho ascos a que ese reducto de anacronismo rancio sumase en su bolsa de votos.

Durante todos estos años el Partido Popular se ha hecho el ciego y el sordo, como si los miles de votos fachas no existieran en sus urnas. Por pudor, por una especie de vergüenza torera, el PP prefería mantener ese contubernio ultra bajo manga prodigando subvenciones y tratos de favor a opacas fundaciones y siniestros colectivos. Y así iban manteniendo la llama, hasta que el monstruo se hizo carne y llenó el Palacio de Deportes madrileño en un aquelarre de rojigualdas, soflamas, exabruptos y testosterona, que la mayoría de los medios de comunicación se ocuparon de amplificar.

El PP no ha ganado las elecciones andaluzas. Más aún, tuvo uno de los peores resultados de su historia. Pero Pablo Casado vio la oportunidad y desde el primer momento decidió el asalto al poder. Por supuesto, ese empeño pasaba por una operación en la que los doce votos de Vox eran imprescindibles; pues muy bien, pues se les suma. Muy pronto la extrema derecha nostálgica y fascista dejó claras sus condiciones. Es fácil imaginar que el catecismo de Abascal habría puesto los pelos como escarpias al sector más civilizado -centrista, si es que lo hay- del PP. Pero lo que se los puso de punta a Pablo Casado fue la posibilidad de que Vox pusiera en peligro su asalto al poder en Andalucía y eso no estaba dispuesto a consentirlo. A fin de cuentas, las condiciones impuestas por Vox para apoyar al candidato popular no estaban tan lejos de sus propios planteamientos ideológicos y a Casado no le venía nada mal que los de Abascal jugasen el papel de mamporreros para aprovechar el viaje y salir del armario. En realidad, no es que el PP haya firmado el acuerdo de 37 puntos con Vox porque le tuviera cogido por donde te dije, sino porque a río revuelto ha pescado el programa de gobierno que le pedía el cuerpo.

La salida del armario del PP, por más que se achaque a la presión de Vox, supone un alivio porque el acuerdo contiene algunos de los proyectos que el partido de Casado siempre ha reivindicado pero sin atreverse a ponerlos negro sobre blanco por vergüenza o, más bien, por falta de mayoría. Pongamos como minucias los acuerdos sobre la promoción de las corridas de toros, la caza y el flamenco, y fijémonos en los temas mollares como sustituir la Ley de Memoria Histórica por una falaz ley de Concordia, entrar a saco en la Ley de Violencia de Género, supervisar los embarazos no deseados, acosar a los inmigrantes ilegales o blindar a los colegios que segregan por sexos, entre otros disparates. No son más que un aperitivo, pero el programa pactado recupera las esencias ultraconservadoras de los actuales dirigentes del PP.

El PP ha salido del armario con alivio. Le tiene sin cuidado a Casado que se le reprochen sus tragaderas, que certifique el retroceso de unos logros democráticos a los que tuvo que sumarse sin ningún entusiasmo, que se sacuda sin pestañear el sagrado principio de no pactar con quienes no acatan la Constitución. En realidad, en cuestión de principios el PP ha competido con Groucho Marx y su ocurrencia: “Señora, estos son mis principios. Si a usted no le gustan, tengo otros”. En cuanto ha olido poder, Pablo Casado ha rescatado a Vox de la caverna y da por bueno aquello de “romper con la dictadura de las feministas radicales”, utilizar la Policía para “evitar el efecto llamada” y, al tiempo, para expulsar a porrazos a los sin papeles. El PP hizo creer que esas embestidas antidemocráticas no eran sus principios, pero una vez travestido, le reconoce a Vox que si no le gustan tiene otros, los 37 del acuerdo.

Salido del armario, qué más da que los barones del PP hubieran abominado del partido de Abascal. “Le falta un hervor”, aseguró Alfonso Alonso. Una vez firmado el acuerdo y garantizado el poder en Andalucía, chitón. Es lo que tiene, la mudanza desquiciada de principios sin más base que el provecho a corto plazo. ¿Cómo tomar en serio a Carlos Iturgaiz, que por sacar de la cárcel a su amigo Zaplana, gravemente enfermo, soltó aquello de que todos los presos enfermos, incluso los de ETA, deberían estar en la calle? No se ha caído del caballo, no. No es que reconozca haber estado equivocado durante décadas. Es que ahora tocaba.

Ahora el PP está en su salsa. Sin disimulos.