decepcionantes datos los de la EPA, por mucho que se quiera relativizar la capacidad de medida de su metodología estadística. Tampoco consuela el hecho de que seamos una de las comunidades con mayor tasa de actividad laboral, lo que complica la posibilidad de generar mejoras incrementales. En este caso los números no esconden nada, al contrario. Basta echar un vistazo a cualquier calle para comprobar una rutina que lejos de tranquilizar debiera preocupar. La legislatura que va terminado no ha sido mala en su parte económica, con unas cuentas públicas que han ganado solvencia y que son la expresión del regreso a la ortodoxia en la gestión de los asuntos públicos. Así es como resuenan más penosas que nunca las excusas de quienes hace unos días pasaban por la comisión parlamentaria de investigación del final de la CAN. Barcina, en esa dialéctica tan propia que mezcla puerilidad y maldad, hablando de que había estado amenazada por ETA. Y Sanz afirmando que no hubo corrupción, como si esta no fuera una peste polimorfa, y vaya si la hubo en todo aquello. Pusieron los expresidentes el contraste de actitudes entre el pasado y el presente, ahí donde más se fija el votante, muy por encima de las cifras que le canten en campaña. Lo de Davalor, ciertamente, ha sido la mácula en un desempeño bastante sensato, pero ojalá el dinero perdido sirva como vacuna para evitar en lo sucesivo que nos vuelvan a tangar a los contribuyentes con el señuelo de proyectos que juntan tecnología y necesidades de salud.

Volviendo al empleo, la pregunta que lleva tanto tiempo sin contestarse es qué debe hacer Navarra para que consolide un modelo de desarrollo económico acorde con sus capacidades, las que conforman un sociedad equilibrada, laboriosa y cumplidora. Se trata de romper definitivamente esa visión tan cortoplacista que apela permanentemente a la atracción de empresas, como si estuviéramos viviendo una eterna transición entre la economía primaria y la terciaria. Para que Navarra prospere por sí y en el mundo globalizado hay tres barreras mentales que han de caer. La primera es la de la prevalencia del Gobierno de Navarra como primera empresa de la comunidad, sumo hacedor de todo lo que pase en el territorio. Su papel debiera limitarse a proveer la mejor sanidad posible, facilitar recursos educativos excelentes y garantizar que nadie que tenga una necesidad vital quede desasistido. Todo lo demás sobra, porque todo lo demás puede evolucionar sin necesidad de que forzosamente descanse en el presupuesto público. Hasta que no se replantee seriamente lo insostenible y dañino que resulta que confiemos todas las acciones de mejora social en la parte correspondiente a la administración será imposible que aparezcan esos incentivos necesarios para el fortalecimiento del tuétano productivo de la comunidad. La segunda barrera que hay que arrumbar es la de ser más arriesgados y ambiciosos en el uso de muchas de nuestras capacidades normativas, las propias del régimen foral. Empezando por las fiscales, y haciéndolo mirando más allá de mugas. Estonia es un país de la UE, siempre cumplidor de sus obligaciones, que ha sabido crear un modelo de generación de actividad empleando con ambición sus esquemas tributarios autóctonos. El impuesto a las empresas es el 20%, el impuesto al consumo es el 20%, y la media del impuesto a las rentas también es el 20%. Pero lo importante no es que sea mayor o menor el tipo, sino que el conjunto del paquete fiscal sea sencillo, sin las complejidades que desalientan al contribuyente y le ponen más en el papel de súbdito al que sangrar que en el de ciudadano al que facilitar prosperidad. Si pertenecemos al mismo espacio económico que Estonia no se advierte la razón por la que no podamos emplear idénticas estrategias. La tercera barrera, finalmente, tiene que ver con nuestro tamaño y con la necesidad de generar un espacio de ebullición productiva que nos sitúe apropiadamente en el mapa de los más competitivos. Similar, por ejemplo, al modelo transfronterizo en el que cooperan algunas regiones de Dinamarca y Suecia, algo que se parece bastante al escasamente conocido proyecto Competitiv’eko, en el que ya participa Navarra y que debería ser base fundamental de lo mejor que tenga que llegar. Que hoy día se pueda crear más y mejor empleo depende de cambios actitudinales, no tanto de darle bola a subvenciones y polígonos industriales.