los actuales dirigentes del PP nunca han asumido que su desalojo del poder fue consecuencia del hedor de su propia corrupción. La soberbia de esa nueva hornada de líderes fronterizos con la derecha extrema les impide soportar la humillación que supuso pasar de la Moncloa a la oficina del Registro de la Propiedad, y desde el minuto uno su discurso clamó venganza. Aún sin haberse repuesto de la afrenta perpetrada por el advenedizo Pedro Sánchez, se dieron de bruces con otro advenedizo -otro más- que les arrebataba el discurso de la españolidad y, ¡horror!, que les hacía sombra electoral. Para achicar el agua que amenazaba naufragio a golpe de oleada rojigualda de Vox, el PP ha dado con el líder adecuado, un Pablo Casado lenguaraz, cínico, tramposo sin ningún escrúpulo.

Con el aliento de Santiago Abascal en el cogote ya trasquilado por el Cs de Rivera, Pablo Casado tembló ante la posibilidad de que el caladero de votos en el que el PP venía chapoteando plácidamente desde la transición se viera tan mermado que el regreso a la Moncloa fuera una ensoñación. A Casado se le encendió la luz cuando, a pesar del descalabro de su partido en Andalucía, pilló jefatura en la Junta. Eso sí, a costa de abrazarse con sus competidores directos, Ciudadanos y Vox. Y como de lo que se trataba era de pillar Moncloa, Casado bendijo ese abrazo dándole carácter de continuidad.

Sabe de sobra el líder del PP que el abrazo con Vox es el abrazo del oso, y lo asume con comodidad porque no tiene ningún problema en adecuarse a la radicalidad reaccionaria de las huestes de Abascal. Él, Pablo Casado, y el ¿nuevo? PP pueden competir sin esfuerzo en patriotismo, en fascismo, en machismo, en centralismo, en xenofobia y en ultraliberalismo con Vox, de forma que sus votantes de extrema derecha de toda la vida puedan seguir sintiéndose cómodos sin necesidad de cambiar de papeleta electoral.

En este empeño Pablo Casado no ha reparado en modos, triquiñuelas y escenarios. Con la misma sonrisa estática, cínica, pinturera, asiste al aquelarre de la Plaza de Colón que se desparrama de tele en tele, de radio en radio, de meme en meme, instaurando como estrategia permanente el discurso incendiario, el insulto, la mentira y el escupitajo verbal. Una estrategia que acabó por agotar al efímero presidente Pedro Sánchez -ocupa, traidor, felón, golpista, irresponsable, incapaz, desleal, indigno, ilegítimo?-, que se vio obligado a convocar elecciones.

Enardecido por ese éxito y sin abandonar su estrategia de chapotear en el barrizal, con la proximidad de las elecciones Casado ha decidido apretar el acelerador recorriendo los atajos que haga falta para llegar al poder y achicarles espacios a la derechona de Cs y a ultraderecha de Vox. En esta carrera enloquecida, como prueba de máximo adalid de la España Una, el PP aprovechó su mayoría absoluta en el Senado para aprobar la mayor arremetida contra el autogobierno vasco que se ha conocido desde la Loapa. Decide el Senado que no se transfieran las competencias pendientes a las comunidades autónomas, aludiendo sin nombrarlas a las acordadas entre Pedro Sánchez y el PNV. El desatino aprobado en el Senado viene a disponer que no se cumpla la ley, así, con toda la desvergüenza. Un tantazo a favor para el PP, con Ciudadanos chupando rueda.

Semejante disparate ha sido aprobado por los que apelan al cumplimiento de la ley como máxima razón para aplicar el 155 en Catalunya, para encarcelar a los dirigentes del procès y para enarbolar la Constitución como única e inapelable legalidad. El pánico a Vox y la voracidad electoral ha llevado a Pablo Casado a poner a su PP al frente de la insumisión a la ley. En términos vergonzantes de la codicia electoral del PP de Casado, casi podría entenderse esta locura. Pero ya me dirán qué papelón les espera a los dirigentes del PP vasco, a los que hace unos meses se fotografiaban bajo el roble de Gernika para reivindicar la vigencia del Estatuto “como marco de convivencia”. Sería de esperar que la decisión del Senado les abochornase y no supieran ni dónde meterse, pero qué va. Ahora dicen que no es cierto que haya transferencias pendientes, que lo que el PNV pretende es que el Estado deje de existir en Euskadi y otras grandilocuencias similares, en una huida hacia adelante que acabará por situar al PP vasco en la pura marginalidad.

Y si el PP se ha desparramado hacia la ultraderecha para achicar espacios a Vox, ya me dirán qué pintaba UPN sumando sus votos en el Senado a una moción que amenaza directamente a la foralidad de Nafarroa, base y razón fundacional del partido regionalista que creara Jesús Aizpun para frenar al nacionalismo vasco. Lo que en el PP es pura codicia electoral y un mimetismo vergonzante en C’s, en UPN es un despropósito que demuestra el vacío ideológico en el que agoniza desde hace tiempo.