Bruselas - El próximo 26 de mayo más de 500 millones de ciudadanos están convocados a votar en los comicios europeos. Como cada cinco años, la gran obsesión en Bruselas es la participación, todavía lejos del 50% cuatro décadas después de las primeras elecciones. En este contexto, merece la pena rescatar el debate sobre el sufragio obligatorio, que en la actualidad solo recogen cinco Estados miembros. Estas elecciones se presentan como las más importantes de la historia de la UE, con un escenario político cada vez más fragmentado y la consolidación del sistema de spitzenkandidaten’en el seno de algunos grupos, con el que se pretende movilizar a más votantes durante la campaña. Pese a todo, no se podrá hablar de éxito hasta que no se conozcan los datos de participación que, desde las primeras elecciones en 1979, no han hecho más que ir a peor. En 2014, tan solo el 42,6% de los europeos votaron en los comicios del Parlamento. Se trata del peor dato cosechado hasta la fecha, veinte puntos porcentuales menos que en 1979. En contraste, dos países de la UE recogen datos de participación muy superiores a la media. Son Bélgica, donde en 2014 votó el 89,6% de la población y Luxemburgo, donde lo hizo el 85,5%. La razón, en estos países el sufragio es obligatorio.

De los veintiocho Estados miembros, tan solo cinco (Bélgica, Bulgaria, Chipre, Grecia y Luxemburgo) recogen la obligatoriedad del voto en sus legislaciones, lo que dispara la participación en países como Bélgica o Luxemburgo a cerca del 90%. Bulgaria estuvo en sus primeras elecciones europeas por debajo de la media comunitaria, pero la ley de obligatoriedad fue aprobada en 2016.

Se trata pues, de una anomalía que, sin embargo, da un respiro a la UE a la hora de contrarrestar los malos datos de participación en países como Eslovaquia, Chequia, Eslovenia o Polonia, donde esta no alcanza el 25%. Aquí Europa ha conversado con un grupo de jóvenes bruselenses para conocer su opinión sobre esta controvertida medida que, si bien genera rechazo en muchos segmentos de la población europea, es acogida con normalidad en Bélgica, donde nueve de cada diez ciudadanos acuden a las urnas para elegir a sus eurodiputados. “En mi opinión es bueno que el voto sea un deber”, explica Simon Gemoets, “así cada persona debe tomarse su tiempo para reflexionar sobre las opciones políticas”. Se trata del argumento más destacado por los jóvenes, junto a la legitimidad que aporta la alta participación al sistema. “De esta manera no hay excusa para poner en entredicho el hecho de que un partido gane y se forme un determinado Gobierno, dado que todo el mundo ha participado”, apunta Sélim Domb, quien señala que, a pesar de conocer a gente que no vota, “por regla general, todo el mundo lo hace”.

Pero no todos son tan optimistas. Los hay quienes miran con recelo el deber de votar cada vez que hay elecciones. Las razones son varias. Luca Berleur considera que votar tiene que ser un derecho, pero no debería implicar una obligación. “Yo estoy en contra del voto obligatorio”, afirma, “no creo que sea bueno el hecho de que la gente esté obligada a votar cuando en realidad no está bien informada”, apunta el joven haciendo referencia al problema del voto aleatorio o desinformado.

Su amigo Théo Dujardin también tiene sus dudas. “Por un lado estoy a favor porque el voto obligatorio empuja a la gente a interesarse por la actualidad y en ese sentido es positivo, pero, por otro lado, implica que mucha gente solamente vaya a votar para evitar la multa, aunque no conozca realmente a su candidato”. En Bélgica no ir a las urnas puede suponer una multa de entre 40 y 200 euros y hasta inhabilitación para votar durante una década si la falta se repite cuatro veces en 15 años.