Pamplona - No es nuevo para el PSOE en España, ni para el PSN en Madrid. El peso de su ala más españolista, la presión mediática y cierto complejo a la hora de defender la pluralidad del país muchas veces han acabado llevando al Partido Socialista a asumir un relato interesado marcado por la derecha, que le limita su capacidad de acuerdo y, por lo tanto, de gobernar. Un escenario que tanto el PSOE como el PSN tratan de romper ahora en la conformación de sus respectivos gobiernos, pero sin acabar de salir de una dinámica que juega contra sus propios intereses.

Ha sido un hecho histórico en Navarra, donde los socialistas siempre han tenido recelo a trabajar pactos a su izquierda con las fuerzas vasquistas. En su día con Nafarroa Bai, y ahora con EH Bildu y Geroa Bai. Y que vuelve a quedar en evidencia en el nuevo mapa de alianzas que se empieza a reflejar tanto en el Estado como en la Comunidad Foral. Los socialistas navarros han asumido con cierta normalidad que no solo no se puede pactar con la izquierda abertzale, sino que ni siquiera es posible dialogar con ella. “Es una cuestión de principios éticos”, justificaba esta semana la candidata a la alcaldía de Pamplona, Maite Esporrín, haciendo suyo un dogma que la derecha viene repitiendo durante varios años, pero que no ha impedido que el PSN haya llegado a acuerdos con EH Bildu en el Ayuntamiento los últimos cuatro años.

Algo similar ocurre en el Parlamento, donde PSN y EH Bildu mantienen relaciones normalizadas desde hace varios años que solo se han visto truncadas cuando el foco mediático de Madrid se ha fijado en Navarra. Ahora ni siquiera es posible juntarse en una misma mesa para facilitar un abstención que lleve a María Chvite a la presidencia del Gobierno foral.

Un veto que los socialistas navarros aplican también en lugares como Barañáin o Estella, y que dificulta los acuerdos en municipios como Egüés o Zizur, que pueden acabar en manos de Navarra Suma los próximos cuatro años. Las derechas pueden lograr así importantes cuotas de poder en Navarra solo por haber logrado que el PSOE, y en consecuencia también el PSN, asuman un relato en las políticas de alianzas que determina con quién se debe pactar y con quién no, y que juega principalmente en favor de sus intereses políticos.

Algo que también ocurre en Madrid, donde el PSOE ha decido que tampoco quiere llegar a acuerdos con las fuerzas soberanistas catalanas. “No vamos a negociar nada con ERC, si facilitan la investidura lo harán gratis”, apuntaba ayer su portavoz parlamentaria, Adriana Lastra, aplicando también un marco de alianzas que veta la negociación con quien le puede garantizar la mayoría.

Un juego que solo funciona en contra del PSOE, porque la derecha no tiene ningún problema en sumar sus votos a los que quiere invalidar cuando estos inclinan la balanza hacia su lado. De forma que el voto de EH Bildu o de ERC sí es válido si sirve para sumar mayorías en el no, pero indigno si lo hace en el sí.

Signos de apertura Ha habido sin embargo ligeros gestos de apertura en los últimos días que empiezan a dibujar un escenario que puede cambiar de dirección a medio plazo, sobre todo si hay una distensión en la situación política catalana. “Los 350 diputados nos merecen la misma consideración y cuentan exactamente lo mismo”, argumentaba esta semana el secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, haciendo pedagogía de cara a una legislatura en la que la derecha no va a facilitar ningún acuerdo en Madrid, y dependiendo del resultado final, tampoco en Navarra.

En esa línea apunta también el cambio de criterio del PSOE respecto a Navarra, que ha pasado de bloquear la apuesta del PSN a facilitarla siempre y cuando no haya ningún acuerdo con EH Bildu. El rechazo al diálogo sin embargo sigue condicionando una relación entre dos partidos que será fundamental para que la apuesta por un gobierno socialista en Navarra tenga viabilidad.

Un problema que no tiene la derecha, que gestiona con normalidad sus pactos con Vox en cuestiones tan sensibles como la igualdad o la memoria histórica, y que se reparte cuotas de poder sin ningún tipo de reparo. Algo que la izquierda acepta con resignación democrática, atada a un marco que siempre juega en contra sus propios intereses. Y que ahora afronta cuatro años por delante sin elecciones en Navarra ni en Madrid, que puede ser una oportunidad para romper tabúes y normalizar relaciones que la sociedad hace tiempo tiene asumidas.