La única certeza que existe en este momento sobre la configuración del Gobierno de Navarra es que esta se decidirá en Madrid, calle Ferraz. Quitemos maniqueísmo al asunto, cada partido se rige como quiere. El PSOE contó hace meses que con Sánchez su gobernanza cambiaba, cada federación tomaría sus decisiones y específicamente en Navarra todo acabaría refrendado por las bases soberanas. No es verdad, y Chivite accederá a Palacio solo si así lo dispone el triunvirato Sánchez -Ábalos-Redondo. Lo demás es alpiste para la prensa local. Así como hace unas semanas parecían renuentes a la incursión, hoy los escrutadores de hígados de oca nos cuentan que sí, que el PSN tiene vía libre y no será difícil la edificación de un nuevo cuatripartito junto a Geroa Bai y las raspas de Podemos e I-E. Si se hubiera querido otra cosa, la ocasión para haber atribuido a terceros un eventual fracaso de la fórmula se presentó en la constitución del Parlamento foral. De manera que las cosas parecen claras, al menos a día de hoy.
Me pregunto qué pasará en UPN si después de haber cargado tanto la caldera se vuelve a contemplar el fracaso. Montar la plataforma Navarra Suma ha servido para lo que se pensó, maquillar un estancamiento electoral que evolucionaba hacia la cronicidad. Los de Esparza tienen los mismos parlamentarios que tenían la pasada legislatura, los tres que ha conseguido Cs probablemente los hubiera obtenido por su cuenta, y los dos del PP son parte del plus de eficiencia en la utilización de los restos electorales. Sobre lo que nadie parece reflexionar es en relación con el precio invisible que supone haber creado el conglomerado y la causa por la que vuelve a pasar de largo la posibilidad de gobernar. El error de Navarra Suma es dual. Por un lado, haberse inventado con un solo elemento referencial, la contraposición al nacionalismo vasco y el combate al cuatripartito que se conformó con Barkos como presidenta. Por otro, haber creído que la mejor táctica electoral consistía en ofrecer una referencia unitaria, tutelar la decisión de voto a través de una sola franquicia. Pensemos en una persona que lo que le pide a la política es que se ejerza con moderación y que no interfiera demasiado en la vida civil, que le permita desarrollar un trabajo o una pequeña iniciativa empresarial, que esté dispuesta a pagar impuestos para sufragar servicios públicos de calidad pero que no quiere que estos sean atosigantes, y que se sienta un poco harta de que la sociedad navarra sea dividida entre vasquistas y antivasquistas. Ese demográfico, sin duda mayoritario, podría fácilmente adherirse a opciones que no fueran ni netamente izquierdistas ni tampoco basadas en lo que ahora se denomina dimensión identitaria. Hay un espacio sociológico evidente al que lo único que se le ha ofrecido es un esquema representativo que parece del siglo pasado, de la preadolescencia democrática. Tal vez, la única ocasión en la que hubo una mayoría parlamentaria representativa de ese espectro social fue cuando se conformó entre los regionalistas y CDN, el partido de Allí que en tantas cosas se presentó como moderador y revulsivo frente a quienes calificaban como “mesnadas de lugareños”. Lo que tal fórmula no pudo mover a la postre fue la pulsión de intereses que acabaron por cristalizar en el famoso quesito de Sanz, la idea del pacto perenne que implicaba una UPN para siempre configurada como formación vicaria de las decisiones del PSN. Para qué fortalecer un proyecto político si de lo que se trataba es de constituirse en orden mendicante, pendiente de lo que hicieran los socialistas, la sublimación de esa frase patrocinada por Cordovilla de “más PSN, más Navarra”. Tras Sanz, Barcina se ocupó de culminar el empeño coligando con Jiménez. Pero sobre todo, cumpliendo fielmente con la labor de anulación de un PPN que podía haber sido un conveniente contrapunto liberal a tanta depauperación regionalista. Lo hizo como sólo ella sabía, con su proverbial capacidad de manipulación, presentándose en Madrid como la adalid de las esencias del centro derecha navarro y machacando en Pamplona a los representantes locales de aquellos a quienes lisonjeaba en la Corte. La consecuencia la estamos viendo ahora. UPN ya tomó la decisión de estar siempre a merced de los socialistas, tanto que Esparza se dijo en campaña partidario de pactar con el PSN pero nunca con Vox. Ahora que no llore.