era previsible. La entrevista a Arnaldo Otegi en la televisión pública ha desatado todas las furias y los improperios del bloque inquisitorial, de los dueños y señores de la única y excluyente verdad. La noche en 24 horas que emitió la noche del miércoles Radio Televisión Española ya había provocado una tormenta política aún antes de empezar. Ver y oír a Arnaldo Otegi en una cadena española de televisión era tan inusual como ofensivo, según el talante de los autonombrados fiscales de la decencia política.

Desde una perspectiva de normalidad política y de respeto a la libertad de expresión, Otegi no aportó nada extraordinario en sus declaraciones. Hábil como lo es el líder de EH Bildu, comenzó dejando caer su agradecimiento a la cadena “por haber resistido a las múltiples presiones” para evitar la entrevista, dardo que aclaró el campo en el que iba a desarrollarse la conversación. Y así fue. Que Otegi insistiese en poner en valor el nuevo tiempo político, que reiterase la aportación de su coalición al nuevo escenario y el refrendo de los votantes a su proyecto, todas estas explicaciones fueron para el periodista entrevistador como si oyera llover. Él iba a lo que iba, al monotema de ETA y las víctimas. A acosarle -o al menos pretenderlo- a la búsqueda de un titular imposible. Y, claro, los titulares del día siguiente fueron los previstos: Otegi no condenó a ETA ni pidió perdón a las víctimas. Esta “exclusiva” como portada monocorde. Nada nuevo. Solo que en esta ocasión los partidos de la derecha extrema y la extrema derecha aprovecharon para zumbarle a Pedro Sánchez, que había permitido la infamia de que el etarra se asomase a la televisión pública, por supuesto como pago al apoyo de EH Bildu a su investidura, según la interpretación sectaria de la derecha.

Sobre este episodio, la primera consideración es la insoportable obstinación de la derecha española en aprovecharse del dolor provocado por ETA para su beneficio electoral, su manipulación utilitaria de las víctimas como arma arrojadiza contra sus adversarios políticos, su complicidad interesada con los colectivos más fanáticos para condenar a la hoguera del destierro político a quienes para siempre jamás acusan y acusarán de complicidad con el terrorismo. Pero quizá tan perverso como esta Inquisición política es el frente compacto de la inmensa mayoría de los medios de comunicación españoles, que se atribuyen la facultad de sentenciar, de determinar los límites de la libertad, de acosar hasta el insulto a políticos ya juzgados como malhechores de por vida. La cuadrilla de profesionales que se dedican a maldecir a Arnaldo Otegi antes y después de esa entrevista destilan inquina contra el entrevistado, se empecinan en seguir un guión de tópicos que más semejan un acoso cerril que una conversación para tratar un tema determinado, que es la definición que la RAE da al término entrevista. Periodistas convertidos gustosamente en inquisidores, siervos de sus patrones, dóciles funcionarios del remo a favor de corriente.

Ya es hora de sacar a Arnaldo del infierno. Ya es hora de arrancar a EH Bildu de la hoguera. La coalición independentista es una formación absolutamente legal que cumple y respeta todas las condiciones requeridas por la legislación vigente. Tan legal como lo puede ser cualquiera de los partidos que pretenden condenarle a la exclusión perpetua. Arnaldo Otegi es un ciudadano en posesión de todos sus derechos civiles, un dirigente político a quien respaldan más de 200.000 votos, un exmilitante de ETA que pagó cárcel por ello, abandonó la lucha armada hace 30 años, pagó cárcel por ello y se dedicó exclusivamente a la acción política desde entonces. Arnaldo Otegi es un vasco que paga sus impuestos y, vía Cupo, incluso los que financian a RTVE. Que los políticos que se arrogan el privilegio de denominarse constitucionalistas y que los medios holligans hayan hecho de él una caricatura del demonio y la personificación de la perversidad política, podrá haber servido para que del Ebro para abajo sea maldito y EH Bildu un partido perverso y contaminante. Pero lo cierto es que esta falacia no pasa de estrategia política para ganar puntos en la opinión pública -¿publicada?- si se acepta y para perderlos si se rechaza.

Ya basta de tanta hipocresía. Ya basta de tanto inquisidor con mando en plaza, en portada y en tertulia. Ya basta de rayas rojas artificiales de cara al público y compadreo vergonzante de tapadillo. Ya basta de soberbia por aborrecerles y de bochorno por entenderles. Ya basta de medalla por excluirles y de represalia por contar con ellos.