No era un día para molestar a nadie. Los truenos y relámpagos de la mañana, la tormenta que sacudió a la Comarca de Pamplona presagiando el otoño en mitad del verano, dieron paso a mediodía a la calma chicha del primer día de agosto. María Chivite, el tono neutro y las yemas de los dedos rozando la Presidencia el Gobierno, había decidido no levantar la voz en el Parlamento de Navarra. Y no prestar más razones a quienes no las iban a necesitar para volcarle encima todo el carro de sus reproches.

Ni un aplauso interrumpió a la líder socialista durante la hora escasa que duró un discurso discreto, que ni siquiera en las citas, guiños progresistas gastados de tanto uso, tomó vuelo. Les tocó a Antonio Machado (“caminante no hay camino”) y a Paul Preston (“Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”), pero podrían haber sido Rafael Sánchez Mazas y Stanley Payne, que habría dado igual. Se trataba de no hacer ruido, de no romper un plato. Consciente de lo que iba a llegar, resultaba lo más inteligente.

Incluso su llegada al Parlamento, acompañada por Idoia Mendia Ramón Alzórriz y Santos Cerdán fue la última en aparecer, quedó opacada. Dos minutos antes había hecho su entrada, con su verbo fácil y sus tres nacionalidades a cuestas, Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, 13ª marquesa de Casa Fuerte. Y eso son palabras mayores. La portavoz del PP en el Congreso de los Diputados fue la protagonista indiscutible en el patio de la antigua audiencia: nadie concentró tantos focos al bajar la escalinata y nadie en las derechas mostró tanta repulsa ni tanto enfado perdiendo menos la compostura. Javier Esparza lo intentó en su turno de tarde, pero al líder de UPN le sigue sentando fatal el traje de opositor peleado con el mundo. No es el suyo. Cayetana, en cambio, te fulmina con la mirada, con ese desdén de quien acostumbra a repartir órdenes con un leve movimiento en la barbilla.

Sin inmutarse en la tribuna de invitados, donde el jefe de prensa del PP ya le había guardado un sitio, y luciéndose ante los micrófonos, donde de verdad se siente cómoda, Cayetana habló de la “inmoralidad” que supone recibir la abstención de EH Bildu. A su lado se sentaba Ana Beltrán, a quien no hace tanto tomaban a chufla en el Parlamento de Navarra y que ahora es la número 3 del Partido Popular de Pablo Casado. Malos tiempos estos para despreciar a quien hace de la política un circo: suele hacerse con el control de la pista y ya no suelta el látigo con el que domesticar a las fieras.

Tenía difícil Ciudadanos competir con Álvarez de Toledo, así que envió a Pamplona a Lorena Roldán, portavoz de una Ejecutiva hecha a medida de Rivera. Dijo aquello de “entregar Navarra a Bildu es la madre de todas las infamias”, como si se lo creyera o como si los últimos cuatro años no hubiesen existido, y se marchó.

La tribuna de invitados acogía también a representantes del sindicalismo, como Jesús Santos (UGT), que fue el primero en acudir a saludar a Javier Esparza y Chechu Rodríguez (CCOO). Se encontraron en la puerta, entraron juntos y se sentaron separados. El primero, a quien no se le veía precisamente entusiasmado por el inminente Gobierno socialista, junto a Sergio Sayas y Santos Cerdán. El segundo, al lado de Txema Mauléon y Carlos Guzmán, de Izquierda Ezkerra. Cerca estaban quienes se quedaron en el uy, como Bel Pozueta y Arantxa Izurdiaga, y quienes seguramente tengan capacidad de gestión estos años, como Jose Mari Aierdi y, Javier Remírez Apesteguia, más que probable consejero de Presidencia. Otro representante de una nueva generación de socialistas que, como mostró en su intervención María Chivite, socióloga de 41 años y la primera presidenta nacida en democracia; habla de igualdad, de diversidad, de ampliación de derechos y de “fomentar el lenguaje inclusivo” para marcar perfil político. Nada o casi nade dice, sin embargo, de cómo mejorar los servicios públicos con una recaudación fiscal tan baja. Izquierda victoriosa en las guerras culturales y mil veces derrotada en sus viejas batallas laborales y económicas.