Reproduzco un par de respuestas en la entrevista que el pasado marzo le hizo Rosana Redondo, de la agencia Efe, a José Javier Esparza.

P.- ¿Y sería presidente con los votos de Vox aunque sin pactar?

R.- No estoy pensado en acordar nada con Vox ni en ser presidente con Vox. Pienso en hacer una mayoría constitucionalista.

P.- Pues solo sale sumando al PSN.

R.- Pues claro, como toda la vida. Tenemos muy claro que tenemos que llegar a acuerdos con el Partido Socialista y que Navarra es lo que es por los acuerdos entre UPN y el Partido Socialista.

No hace falta diseccionar mucho, pero sí resaltar alguna cosa. El de UPN considera que con Vox no hay que acordar “nada” y no les tiene por partido constitucionalista, cuando los de Abascal, que podrán gustar más o menos, no han propuesto ningún cambio de la Carta Magna, y en cambio el PSOE improvisa uno cada trimestre; que si el federalismo, que si el sistema de elección del presidente, que si los aforamientos, que si lo que llaman derechos sociales. Al regionalista le va bien hombrearse marcando diferencias con los que supuestamente tiene a su derecha, aunque sea empleando argumentos mostrencos. En cambio, es preferible seguir “como toda la vida”, hay que llegar a acuerdos con el PSN. No en vano, “Navarra es lo que es” gracias a ello.

Miguel Sanz pronunció una conferencia en Pamplona, auspiciada por Diario de Navarra, al poco de repetir como presidente tras el llamado agostazo. Yo al expresidente le reconozco virtudes políticas, como el coraje que pone en lo que hace (a veces excesivo) y su constante proactividad. No es conformista, no rehúye el riesgo ni pasaría por un funcionario de la política. En aquella cita ante tan distinguida audiencia se hizo acompañar de una pizarra, porque de antemano sabía que lo que pensaba contar debía verse pintado. Alguien recogió en un vídeo (que se puede encontrar en YouTube buscando “miguel sanz lección”) la parte magra de aquella disertación que tuvo lugar hace ya casi doce años. Es el momento en el que debuta la llamada teoría del quesito, el minuto germinal de la definición de toda la estrategia que quiso condicionar la política navarra por décadas. Grosso modo sostiene que UPN y PSN deben construir una entente permanente en defensa de Navarra frente al nacionalismo, ocupar juntos y seguramente revueltos tres cuartos de ese queso, y que para ello los primeros deberían hacer todo lo necesario por satisfacer a los segundos. Alguna de las aserciones de aquel Sanz ocuparon con honores el frontispicio de tantas francachelas posteriores: “Más UPN y más PSN implica más Navarra”.

Igual que cuando alguien merita para entrar en una organización criminal ha de asesinar delante de los capos, UPN demostró su adhesión al PSOE rompiendo con el PP, y no por problemas con los de Rajoy, sino por mera obediencia a los caprichos del otrora napoleoncito Pepiño. A veces me he preguntado si lo del quesito fue un perspicaz diseño estratégico, la cobertura debida para las trapacerías que luego se vieron -la más palmaria, el expolio de Caja Navarra- o simplemente la constatación de la analogía en el pensamiento entre los compadres que lo pergeñaron, que no en vano durante un tiempo compartieron el mismo carnet de la UGT. Las tres opciones no son incompatibles entre sí. Lo que es indudable es que el quesito no sólo abarcaba la esfera de la política institucional, sino que permeaba el entramado de intereses económicos y mediáticos que pasó a conocerse como el Régimen. El epítome acabó siendo aquel gobierno que condensaba en un solo cuerpo las dos herencias de Sanz: su designada Barcina y su anhelado PSN conviviendo en un mismo gabinete. Muchos creyeron ver corpóreo el panal de miel, porque la fórmula de desposorio era el codiciado deseo de los que en los arrabales de Palacio, en Cordovilla y más allá, creyeron poder gozar de tanta ambrosía como podía emanar del consorcio de intereses. Como dice un amigo, la mejor manera de ocultar un muerto en un armario es saber que tu oponente tiene otro muerto en su armario.

Terminó aquella etapa de cohabitación por lo que todos sabemos y sería grosero dejar escrito -el inodoro anexo a la sala de sesiones del Gobierno es mudo testigo- pero no precisamente por falta de interés y necesidad política en aquellos contrayentes. Al cabo de aquella legislatura, lo que Esparza todavía llama “Navarra es lo que es” se concretaba en el mayor paro y deuda de nuestra historia, una Caja expoliada por una banda de dietistas y tres presupuestos prorrogados. Que llegara el gobierno de Barkos fue la justa reacción a toda una época, la consecuencia lógica de tanta ofensa a la sociedad navarra.

Pero el quesito quiso pervivir, al menos como desideratum político, a tenor de las declaraciones de Esparza un cuarto de hora antes de las votaciones del pasado mayo. Permanece activa la infección que inoculó Sanz a su grey. Siempre aflora ese anhelo de sometimiento, esa actitud genuflexa, esa argumentación políticamente eunuca. Durante más de una década, los dos únicos ejes de la política de UPN han sido apelar a que hay que defender Navarra del vasquismo político y la indisimulada pretensión de crear una aleación con el socialismo del PSN. Como consecuencia, se han empleado también en dispensar marchamos de antinavarros, primero al PPN, luego a Cs y finalmente a Vox, incapaces de compartir una campa que ellos mismos habían dejado en barbecho. Todo lo que hoy son se explica en tan pobre cuadrante. Han renunciado a crear un proyecto ganador, fundado en una visión honesta y ambiciosa para con esta tierra, y las consecuencias para ellos las acabamos de constatar.

“Nuestro adversario natural son las derechas”, acaba de decir la que fue compañera de gabinete de aquel Pepiño al que en el fondo tanto debe el cuatripartito que esta semana se estrena en Palacio. Que resuenen esas palabras en quienes han llevado a la derecha navarra a un desierto de ideas y vigor político, los mismos que pensaron que el éxito consistía en subarrendarse a los oponentes naturales y seguir estirando los tópicos que esta sociedad desechó hace tiempo. ¿Y ahora qué, queseros?