PAMPLONA - Navarra ha tenido a lo largo de su historia cuatro gobiernos de coalición pactados entre diferentes partidos políticos, de los que tres se rompieron en el transcurso de la legislatura por diversos motivos.

Tras las elecciones de 1979, las primeras de la etapa democrática, se eligió en Navarra un Gobierno compuesto por siete miembros, pertenecientes a UCD, PSOE, Orhi Mendi y HB.

Sin embargo, no fue una coalición de partidos, sino que se trató de un “Gobierno de corporación”, contemplado en la Ley Paccionada de 1841, que establecía un Ejecutivo de siete miembros correspondientes a los candidatos de la fuerza más votada en cada uno de los siete distritos electorales en los que se dividió Navarra.

La primera experiencia real de un Gobierno de Navarra de coalición fue el tripartito de PSN, CDN y EA, más el respaldo exterior de IU, constituido tras las elecciones de 1995 bajo la presidencia del socialista Javier Otano y la vicepresidencia de Juan Cruz Alli, de CDN.

El PSN asumió las consejerías de Presidencia, Interior y Trabajo, de Educación y Cultura, y de Bienestar Social; CDN las de Administración Local, Ordenación del Territorio, Medio Ambiente y Vivienda, de Obras Públicas, Transportes y Comunicaciones, y de Agricultura, Ganadería y Promoción Rural; y EA la de Industria, Comercio y Turismo.

El tripartito se frustró en junio de 1996 cuando Otano dimitió de todas sus responsabilidades políticas a consecuencia de las investigaciones abiertas por un juzgado de Pamplona acerca de una cuenta abierta en 1991 en Suiza, presuntamente relacionada con la trama del caso Roldán, en la que Otano y su esposa figuraban como titulares.

Se trataba del presunto pago entre los años 1988 y 1990 de aproximadamente 1,2 millones de euros por parte de la multinacional Bosch Siemens a exdirigientes socialistas por la venta de la factoría de electrodomésticos navarra Safel, dinero que se encontraba en cuentas bancarias en Suiza, y de la que los imputados eran titulares.

En febrero de 2001, tras cuatro años y medio de investigación, el Juzgado de Instrucción archivó provisionalmente el caso por no ver indicios de cohecho, aunque volvió a reabrirse y tras diversas vicisitudes en 2004 la Audiencia Provincial llegó a la convicción de la prescripción de los hechos.

Tras la dimisión de Otano, se formó otro Gobierno presidido por el candidato de UPN, Miguel Sanz, que fue apoyado únicamente por los parlamentarios de su partido.

El segundo Gobierno de coalición fue el formado por UPN y CDN en 2003, presidido por el candidato de UPN, Miguel Sanz. En ese nuevo Gobierno, CDN asumió las consejerías de Medio Ambiente, Ordenación del Territorio y Vivienda, y de Agricultura, Ganadería y Alimentación. Fue un Ejecutivo con mayoría absoluta que funcionó sin sobresaltos. Tras las elecciones de mayo de 2007, UPN y CDN reeditaron ese Gobierno de coalición, de nuevo con Miguel Sanz como presidente. Este pacto permitió a CDN dirigir las consejerías de Ordenación del Territorio y Vivienda, y de Educación.

ruptura con cdn No obstante, el 28 de septiembre de 2009 se rompió dicho pacto de gobierno por discrepancias en torno a la Ley del Euskera. UPN redistribuyó las carteras, que se redujeron de doce a diez, y completó el resto de la legislatura en minoría. Entrevistado por este periódico, el fundador de CDN Juan Cruz Alli acusó a Sanz de buscar un pacto UPN-PSN “que quieren los poderes fácticos”. Curiosamente, el presidente de Convergencia era en ese momento José Andrés Burguete, y uno de los consejeros defenestrados fue Carlos Pérez-Nievas. Una década después ambos han vuelto en cierta forma a la casa del padre. El primero, como hombre de la línea de Esparza. El segundo, como líder de Ciudadanos en la Comunidad Foral, formación integrada en Navarra Suma, a la vera de UPN y PP. Y eso que en 2008 Sanz rompió el acuerdo que los regionalistas mantenían desde 1991 con el PP en la Comunidad Foral, con el argumento de que podían “sumar más por separado que juntos” y porque la nueva situación daba “mucha más flexibilidad y más margen de maniobra” a UPN “para poder pactar con el Partido Socialista”. Decía por aquel entonces Sanz que “es muy difícil sostener un pacto de colaboración con el Partido Socialista cuando estás representando a unas sigas que a nivel nacional está en permanente confrontación y además sin voluntad de colaborar en los grandes asuntos de Estado”. O dicho de otro modo: “La hipoteca a pagar por seguir la estrategia de confrontación del PP con el Gobierno de España es demasiado alta para que la paguemos solo los navarros”. Un argumentario que casi once años después suena a sarcasmo, dados los límites aritméticos de los sumandos de Navarra Suma. Si bien es cierto que en ese interminable juego de cálculos de Ferraz, Pedro Sánchez ha dado el visto bueno a la apuesta de Chivite, pero no haría ascos sino todo lo contrario a una abstención de PP o Ciudadanos en el Congreso de los Diputados.

acuerdo efímero Volviendo a 2009 y a la ruptura de UPN con CDN, parecía que con ese divorcio Miguel Sanz ponía la directa en sus objetivos hacia una relación duradera con el PSN, que a pesar de lamentar la consiguiente crisis se lanzó inmediatamente a prometer “estabilidad” por boca de su secretario general Roberto Jiménez. Pero la sucesora de Sanz, Yolanda Barcina se encargó de poner muy pronto fin a la entente que ya bajo su liderazgo había articulado un gobierno de coalición tras las elecciones de mayo de 2011. Un pacto que llevó a la regionalista a la presidencia y al socialista a la vicepresidencia. “Somos un Gobierno cuya acción será coordinada y unitaria”, dijo Jiménez el 21 de junio de 2011, en la antevíspera del discurso de investidura de Barcina.

Podía parecer un pacto blindado, pero se topó con la crisis y con un desgaste acelerado, así que este Gobierno, rápido a la hora de constituirse también fue raudo en su desenlace y punto y final, a pesar de que en su toma de posesión Barcina hablase de “solidez”, “diálogo” y “respeto a la diversidad”. Un día más tarde, la propia Barcina pidió “lealtad” a su equipo y el vicepresidente primero y consejero de Presidencia Jiménez garantizó el cumplimiento del reclamo. Barcina apeló a “un marco de confianza” y Jiménez ofreció “honestidad”, pero como si de un problema polisémico se tratase la cosa acabó en estropicio, entre reproches de uno y otro lado. El Gobierno de UPN-PSN duró menos de un año, debido fundamentalmente al acuerdo de UPN y PP para las elecciones generales y el “agujero” denunciado por los socialistas en las cuentas públicas. Barcina decidió prescindir de Jiménez y los socialistas decidieron abandonar el Gobierno. Dolido en su orgullo, el PSN afirmó que el Ejecutivo en minoría de Barcina tenía “mal futuro”. No andaban muy desencaminados en el paseo Sarasate , aunque a quien primero se le gripó el motor fue al propio PSN. Y sobre todo dejó maltrecha la credibilidad de un Roberto Jiménez, que ya en ese momento no tenía nada fácil encarnar una alternativa, y que terminó de naufragar dos años después, cuando no consiguió el visto bueno de Ferraz para articular una moción de censura a Barcina en 2014. Así que UPN, a pesar de su frágil minoría, logró aguantar hasta 2015, año en que accedió al poder el Ejecutivo plural de Barkos, que si bien no era de cuotas , se asentó sobre un acuerdo programático consensuado por cuatro formaciones. Un cambio de hondo calado que se desarrolló durante una legislatura estable a pesar de las divisiones de Podemos, y que obligó al PSN, en tierra de nadie, a renovar parte del discurso. “Si queremos gobiernos progresistas y si queremos que la derecha no gobierne en Navarra o en España tendremos que entendernos con Podemos, eso está claro”, afirmó Chivite al ser reelegida secretaria general en julio de 2017. “Somos conscientes de dónde venimos, pero también de que vamos hacia 2019 a liderar el Gobierno”, dijo Chivite. Proclama que pudo sonar a boutade, pero que se ha acabado cumpliendo, con un protagonismo destacado de Geroa Bai y la abstención de EH Bildu. Parecía que Pedro Sánchez caminaba por una senda similar tras la moción de censura de 2018, pero con la frustrada negociación con Unidas Podemos, y en esa dinámica muy suya de apostar por una cosa y la contraria, se lo anda pensando.

Un repaso, por somero que sea, a la historia contemporánea en Navarra deja la evidencia de lo que ha influido el pasado en la conformación del nuevo Ejecutivo de coalición, pendiente aún de romper el precinto. Comienza la parte más complicada de la singladura de María Chivite. En 2017, con el regreso de Sánchez a Ferraz, la hoy presidenta presumió de entender “el nuevo tiempo político” en Navarra. Los dos años transcurridos le han dado la razón, pero su manual de resistencia se escribirá sobre todo a partir de ahora. Si Chivite logra liderar un gobierno vertebrado y dinámico, se irá ganando la confianza de sectores escépticos y recuperará la conexión con una buena parte de la Navarra progresista que aún desconfía de los socialistas. Lo que resulta incontestable es que esta vez votar al PSN no ha devuelto el poder a UPN. El desmentido ha frustrado y frustrará a quienes deseaban esta hipótesis. No se lo pondrán fácil a Chivite.