pamplona - El Aita Mari, que sigue con el ancla echada en el puerto de Pasaia, tiene ya todo preparado para hacerse a la mar el próximo martes, 27 de agosto. No hay ningún escollo a nivel técnico, mecánico o de equipo humano. Los problemas, casi siempre, acostumbran a venir de los despachos de quienes conceden o deniegan permisos de partida, repostaje o carga.

El vicepresidente de Salvamento Marítimo Humanitario (SMH) Íñigo Gutiérrez, aseguraba ayer a bordo que en el barco durante las últimas semanas se estaban “acabando todas las pequeñas reformas y reparaciones pendientes y las mejoras que se han incluido en el motor para reducir el consumo y las emisiones al medio ambiente”.

Con la parte mecánica subsanada, en el Aita Mari deben enfrentarse a la “incertidumbre de lo que va a pasar. Nos encontramos con que tenemos que pedir el despacho (permiso para zarpar) y no sabemos qué va a ocurrir”.

“Parece que en el Gobierno ha habido algún cambio de posición, alguna persona significada se ha pronunciado señalando que en el Mediterráneo no se puede permitir lo que está sucediendo”, porque, recuerda, el terrible goteo de personas ahogadas por salvarse la vida es casi constante.

“Con lo que está pasando, con 100 personas más ahogadas en aguas de Libia, entendemos que denegarnos el despacho sería muy, muy complicado de justiciar”, añade el representante de SMH. Difícil sí, pero no imposible, porque quienes deciden hacerse a la mar para salvar vidas tienen que superar importantes escollos. “Por un lado tenemos esperanza y, por otro, no nos fiamos. Tenemos una reunión con Capitanía y veremos si podemos zarpar la semana que viene”.

Si se consigue zarpar, y tras “circunvalar la península”, el objetivo del Aita Mari es alcanzar el Mediterráneo, “hacer un repostaje de lo que se haya consumido en el viaje y de combustible y acercarnos a la zona de Libia para hacer observación y, en el caso de que sea necesario, rescate de la gente con la que nos podamos encontrar en la mar”.

Lo que el equipo del Aita Mari desearía es que nunca más tuviera que encontrar personas arriesgando su vida en la mar, pero mientras esa realidad perdure continuará en la brecha. Para ello, en el antiguo atunero trabaja codo a codo un equipo compuesto por “siete tripulantes profesionales (capitán, dos oficiales, dos jefes de máquinas, un mecánico engrasador, y dos marineros). Además embarcaremos dos voluntarios de equipo sanitario, tres más de equipo de socorro, un cocinero y, quizá, dos personas de prensa: un fotógrafo y una periodista”.

Este es el equipo humano, pero este barco pesquero transformado para dar “garantías”, se ha dotado además de una enfermería equipada como “una UVI móvil” y con una bodega que se ha habilitado para que, en parte, traslade carga pero para que otra parte pueda usarse para atender a “las mujeres y los niños”. Además, se han instalado dos duchas y dos baños a nivel de cubierta para que “la gente que recojamos del mar puedan hacer sus necesidades con dignidad e intimidad y puedan limpiarse de esa mezcla de orines, combustible y sal de mar; una mezcla que quema”.

El Aita Mari ha sumado a su dotación un equipo de desalinización nuevo, para aumentar su reserva de agua potable, objetivo al que también contribuye haber transformado los antiguos viveros del barco en depósitos de agua dulce.

Otra de las zonas que ha sido objeto de una reforma en profundidad ha sido la cocina, para que el cocinero de a bordo “pueda trabajar con comodidad”. La pasada semana el equipo de Aita Mari se reunió con el del barco de rescate alemán Alan Kurdi para ver “cómo han organizado las comidas de las personas rescatadas. Nos han dado unas instrucciones muy útiles para dar de comer muchos días a mucha gente”. En materia de navegación también se han dado mejoras sustanciales. “El barco está pensado para asistir a gente que se halla en problemas en determinadas circunstancias. Esto no quiere decir que esté preparado para soportar situaciones como las que vive el Open Arms, pero ningún barco lo está. Normalmente tienen una frontera de intervención rápida, para sacar a la gente del agua y mantenerla a bordo dos o tres días”.

De enfrentarse a situaciones extremas, como las que está encarando el Open Arms, “el Aita Mari va a sufrir mucho”, añade Gutiérrez.

“No somos una cuadrilla de veinteañeros inconscientes, todas las intervenciones en el barco han sido dirigidas por un ingeniero naval, los proveedores son todos profesionales. Todo se ha hecho sabiendo a lo que se va a dedicar”, subraya.

Hasta ahí, todo en orden. Pero en el Aita Mari se mezclan “la frustración y el cabreo de saber que el barco está preparado y que no nos dejan trabajar, ver cómo pasan los días y que el esfuerzo titánico del pasado año no ha servido para nada”, con el sentimiento de “querer rescatar y no querer rescatar. Si no tuviéramos que intervenir sería mejor”. Pero, en todo caso, Gutiérrez no tiene dudas: si “hay que intervenir, intervendremos”.

La preocupación es evidente, porque la situación actual no deja resquicio al optimismo. “Lo que Europa debería hacer es generar un mecanismo de desembarco automático de estas personas. A la gente que está en peligro de morir en la mar no se le puede discutir nada. Luego ya discutiremos, si cabe, en tierra”. Pero no es así y la terrible contabilidad de vidas perdidas sigue aumentando. “Nosotros no deberíamos estar haciendo esto, pero alguien lo tiene que hacer”.

en el aire Con todo este mapa de impedimentos sobre la mesa, aunque el 27 de agosto se perfila como la fecha de salida del Aita Mari a día de hoy, asegura Gutiérrez, “resulta imposible” afirmar que será ese el día de partida. “A última hora siempre hay algo que se cruza o la situación en el Mediterráneo cambia. Las decisiones se toman según lo que pasa en el último momento. Nos puede pasar como en enero, que cuando estábamos cargando Capitanía nos dijo que no firmaba el despacho, cuando la víspera nos habían dicho que lo teníamos”. “Hacemos ejercicios de paciencia infinita, nada se puede decir seguro. Pero estamos trabajando para salir el 27 y a nivel técnico es posible. ¿Será ese día? No lo sabemos. Igual el 27 estamos en la bocana de Pasaia y nos dicen que tenemos que volver”.

Habla desde la experiencia, porque cuando el Aita Mari, con todos los papeles en regla, viajaba rumbo a Grecia con material sanitario, al llegar al Estrecho de Gibraltar se les avisó de que “no podían salir de aguas españolas”. Suma y sigue. “Cualquier previsión es imposible, no sabes cuándo sales y una vez en la mar tampoco sabes a dónde llegarás”.