después de bravatas institucionales, cárceles, huidas, huelgas, porrazos y desgarros sociales, vienen los jueces y reducen el procès a una simple quimera. Desde el folio 236 de una sentencia filtrada intencionadamente a los cuatro vientos para ver si así se amortiguaba el golpe sin pena rebelión, el relator se recrea con demasiada fruición y socarronería relegando la causa de la independencia a un sutil ejercicio ilusionante de pura utopía. Como si los siete togados del Tribunal Supremo necesitaran desnudar la esencia de una causa política capaz por sí misma, sin embargo, de alterar la vida política de un Estado y de enmarañar su propio futuro institucional. Una histórica resolución judicial que dinamita con la desorbitada carga de profundidad de su castigo el desarrollo de la campaña electoral del 10-N. Un fallo de innegable repercusión jurídica internacional que escora de mano el epicentro de la búsqueda del voto y, desde luego, distorsiona los mensajes de cada uno de los contendientes. Por si hubiera alguna duda sobre el nuevo centro de gravedad, ahí queda la reacción sin ambigüedades de Pedro Sánchez. Jamás el unionismo había encontrado una ocasión más propicia para ahormar su espíritu patriótico frente a los desafíos territoriales. En aquellos tiempos del 23-F, la respuesta jacobina engendró la LOAPA. Puro espejismo, desde luego, para los tiempos que se avecinan.

En la Corte, contadas son las voces que claman contra las implacables penas del procès. Nadie parece rasgarse las vestiduras. Ni siquiera hay nervios por el alcance ciertamente imprevisible de las algarabías convocadas estratégicamente desde la diversidad. Ocurre que los termómetros policiales prevén que cualquier escenario bélico comparado con el trágico 1-O serán batallas de barrio. En más de un foro madrileño se detecta con cierta fruición la sensación de un castigo merecido para que no lo vuelvan a hacer. Incluso, apenas hay sitio para el debate jurídico más allá de cuatro ilustrados sobre la jurisprudencia de un veredicto que detecta las fallas suficientes para alentar la idea de que este partido tendrá su tiempo añadido. Pero estas digresiones no tomarán la calle porque el debate del bar y la acera es otro y, por supuesto, mucho más simplista que las tertulias airadas. No surtirá efecto que la bofetada a la Fiscalía sea notoria con la anulación de todo atisbo de golpe de Estado. Tampoco que otras conclusiones ridiculicen el descarado alarmismo de una instrucción demasiado politizada en su ánimo. Quizá por todo ello, Manuel Marchena no ha puesto reparos al contraponer el contundente palo que suponen tantos años de cárcel con la zanahoria que representa la flexibilización del condescendiente cumplimiento de las condenas. La clave está en el fundado riesgo de que el procès se cronifique. Y va camino de ello. Una fatal coincidencia entre la sentencia y la repetición electoral en un país en funciones siembra de minas toda voluntad de diálogo. La bofetada carcelaria a los líderes del soberanismo ha dado alas a los halcones. Más allá de la reacción de los partidos nacionalistas, ninguna fuerza mayoritaria estatal ha levantado la mano para recordar que el conflicto sigue latente, que Catalunya continúa partida en dos bloques identitarios, que la convivencia se antoja una asignatura pendiente para décadas y que el látigo jamás someterá a la fiera. Muchos menos a menos de un mes de acudir a las urnas. Quizá a semejante premura se deba el giro copernicano del candidato socialista. Aquella apelación al diálogo de hace un año suena ahora como una autentica ensoñación. Ha quedado convertida fatídicamente en el eufemismo del respeto a la ley después de varias semanas barajando el fantasma del 155. Toda una declaración de intenciones con evidente interés electoralista, tan propio del tactismo de Sánchez. Viene a ser, de paso, la respuesta suficiente para confirmar que la coalición con Unidas Podemos carecía de la más mínima consistencia cuando llegaran, como en este caso, los asuntos más vidriosos para un gobierno. Incluso, la reacción más inquietante para quienes desde posiciones de izquierda suspiran temerosos con el paso de los días por un acercamiento del PSOE a las tesis de la derecha bajo el siempre fácil pretexto de la razón de Estado, el bálsamo de Fierabrás para que el bipartidismo vuelva por donde solía.