- Los partidos no detectan en la sociedad vasca un sentimiento de pavor generalizado por el coronavirus a la hora de votar en las elecciones del 12 de julio ahora que la pandemia se sitúa en niveles más controlables y que la movilidad ha aumentado también en el ocio, los bares y las playas. El llamamiento al voto por correo para aquellos que no puedan acudir presencialmente por razones de salud o por encontrarse de vacaciones ha tenido igualmente una buena recepción y se ha multiplicado por diez con respecto a las elecciones de hace cuatro años. Las encuestas, por su parte, sitúan la participación en niveles del 60%, sin un auge espectacular de la abstención. Pero no se descarta una sorpresa de última hora, ya sea por el extraño momento estival, el virus o cierta desidia en algunos sectores que no vean ningún atractivo o crean que su voto es prescindible en unos comicios donde todos los sondeos cantan a una sola voz el mismo resultado.

La abstención es un riesgo que nadie sabe cómo calibrar y que el PNV, el favorito en las elecciones, ha considerado abiertamente como la principal amenaza para sus resultados. Este debate tiene tres aristas que condicionan fuertemente el reparto de escaños: a quién beneficia una participación masiva en las elecciones, cómo afectaría al equilibrio de fuerzas y a la viabilidad de una alianza de izquierdas que desbancara a los jeltzales, y si el nuevo Gobierno vasco tendrá la mayoría absoluta que se anuncia para contar con el camino expedito para los Presupuestos de reconstrucción de 2021.

El PNV presume de base social, pero también de ser un partido que, por su perfil gestor, puede atraer votantes de otros espacios o que no sean fieles a ninguna sigla en particular. Una elevada participación podría reportarle unos cuantos votos más, una capacidad que su rival más directo, EH Bildu, tiene más limitada por los recelos que provoca en algunos votantes de izquierda su discurso sobre la violencia de ETA. La propia coalición abertzale ha constatado con preocupación que no consigue beneficiarse tanto como quisiera de la caída de Elkarrekin Podemos, donde también hay un trasvase muy potente hacia el PSE.

El PNV está tratando de movilizar al máximo a los votantes para que la participación sea histórica y pueda ampliar su distancia con respecto a EH Bildu. Esta es la segunda arista del debate. El PNV tiene ahora 28 escaños, diez más que EH Bildu. Aspira a lograr al menos 31, uno más por cada territorio, en la previsión de que la coalición abertzale no logre superar los 20. Un resultado nítido ayudaría al PNV a restar legitimidad a una operación de desalojo de Iñigo Urkullu de Ajuria Enea, con el argumento de que una alianza de EH Bildu, PSE y Elkarrekin Podemos estaría torciendo la voluntad de los votantes. Además, podría desanimar a los sectores del socialismo vasco que no verían con malos ojos la opción de explorar una alianza con la coalición abertzale, aunque el discurso oficial de la ejecutiva del PSE es que la posición sobre la violencia abre una divergencia irreconciliable.

Las encuestas prevén una holgada mayoría del pacto PNV-PSE, que encajaría con la apelación de los jeltzales a conseguir un gobierno fuerte que pueda lanzar cuanto antes unos Presupuestos. PNV y PSE han gobernado hasta ahora a un escaño de la mayoría absoluta, lo que provocó una prórroga presupuestaria y la caída del consejero Darpón, episodios que Urkullu no quiere que se repitan en un nuevo mandato en el que persigue la mayor estabilidad posible para afrontar la pérdida de 68.000 empleos este año y cambiar la tendencia en sentido positivo.

La estrategia del PNV en esta campaña se está centrando en exponer su perfil gestor y presentar estas elecciones como una cita de trascendencia histórica, equiparable a lo sucedido tras las inundaciones de Bilbao en 1983, un momento en el que también hubo que lidiar con una catástrofe natural, una crisis económica, y poner en marcha el autogobierno (ahora se busca ampliarlo con un nuevo estatus). Precisamente en esas elecciones, Carlos Garaikoetxea logró 32 escaños, un resultado que está muy cerca del que pretende lograr el PNV en estos comicios, lo que supondría todo un hito porque nunca antes se ha logrado esa marca tras la escisión de EA y sin forjar una coalición electoral con ella.

No está siendo una campaña de grandes alharacas en este contexto de contención por la crisis del coronavirus y la necesidad de guardar distancias y cuidar aforos, pero el PNV quiso ayer calentar los motores de la movilización con un gesto más simbólico que ya empieza a ser una tradición: el presidente de la ejecutiva jeltzale, Andoni Ortuzar, emulando a Clark Kent, se desabrochó la camisa en un mitin celebrado por la mañana en Zornotza para dar paso a la camiseta de Euskal Selekzioa y apostar por que se sude la prenda para conseguir la reconstrucción económica y social.