n las dos ocasiones en las que el PP ha logrado un cambio de gobierno (Aznar en 1996 y Rajoy en 2011), el proceso ha sido muy parecido. Se presentó como un puerto refugio ante el declive de los gobiernos socialistas. Construir la alternativa consistió en fortalecer su organización interna, no cometer errores de bulto y esperar a que cayera la fruta del árbol. En efecto, cayó el felipismo porque dejó de ilusionar, y se precipitó el zapaterismo por el desastre económico que generó. En ambos momentos, los populares eran la única referencia dentro del espectro del centro-derecha, y contaron a su favor con un factor de desmovilización de la llamada izquierda volatill, ese grupo de electores que puestos a votar votarían al PSOE, pero que no siempre lo hacen porque necesitan un aliciente para hacerlo. Aznar llegó en precario -ganó por apenas 300.000 votos- y luego cuajó una mayoría absoluta. Rajoy, al contrario, aterrizó con pleno poder y acabó su mandato tomado whisky en un restaurante de la calle Alcalá mientas en el Congreso se discutía la moción de censura. Devenir diferente, pero idéntica estrategia de asalto a Moncloa.

Este modelo de victoria -esperar a que se deshaga un gobierno socialista y ya llegaremos nosotros a solventar el pollo-, es el que parecen haber interiorizado en la sede de Génova 13 sus actuales moradores. Es la explicación más lógica que tiene el cambio de actitud de Casado en el debate de la moción de censura presentada por Vox, en la que abrazó su momento germinal. Romper amarras, hasta aquí hemos llegado, y no me mezclo con ustedes porque somos esencialmente distintos. Y no sólo en la dimensión política, sino también en la personal. Cuando espetó a Abascal que estaba atacando al partido "que le había dado trabajo durante 15 años", me recordó que eso era también lo que me decía a mi Sanz cuando deje UPN. Visión caciquil de un partido, como si por pertenecer a él y desempeñar algún cargo tuvieras que considerar vendida tu conciencia. Las crónicas cuentan el proceso que siguió el presidente popular para componer su discurso: un paseo por el Retiro con su mujer y una reunión con seis personas en su despacho, la mayoría empleados cualificados, no diputados. El grupo parlamentario que le aplaudió tras terminar en la tribuna se enteró tres minutos antes del sentido del voto. La de Casado fue una opción estratégica de notable riesgo, porque repudió para los restos la compañía de los de Abascal, y sobre todo mandó la instrucción a sus huestes de que su proyecto ya no se va a definir en contraposición a nadie, sino como una vía propia. En sí, es una opción muy lógica y no exenta de coraje. Pero el problema que tiene es que parte de un análisis ya periclitado, seguramente inserto en el inconsciente político del PP, que establece que lo que ocurrió con Aznar y Rajoy volverá a pasar: llegará esa deseada herencia, porque el caos al que nos conducen Sánchez e Iglesias será inapelable. Sólo hay que esperar. Con toda seguridad, entre esos seis que acompañaron al líder la tarde aquella, más de uno se imagina en Moncloa dentro de año y medio. El nuevo sociólogo de cabecera del partido decía hace pocos meses en las emisoras de radio, y con toda rotundidad, que el actual gobierno no llegaría a esta Navidad. Esa es la agudeza del análisis.

Estamos ante la definición de la narcosis política. Las entendederas nubladas por los atavismos (creer que volverá a pasar lo que pasó), el pensamiento convencional (creer lo que es más cómodo creer) y la incompetencia en el diagnóstico de la realidad (creer lo que no sugieren lo factual). El modelo de heredad política que benefició al PP hace años ya no es posible que se repita, porque las circunstancias han cambiado por completo. Ya no son el único referente en el centro-derecha. Ya no deberían confiar en la volatilidad del voto de izquierdas, que al tener más opciones también es electoralmente más rentable. Ya no representan la certeza de un hacer distinto, desde que personajes como Montoro demostraron que son capaces de maltratar a las clases medias mucho más que la propia izquierda. La gran pregunta que les queda por responder a los de Casado es qué constituye hoy su oferta. De momento la han definido por mera contraposición a Vox. Lo que resulta más difícil es crear un proyecto de afirmación y coherencia, no de negación y confrontación.

La gran pregunta que les queda por responder a los de Casado es qué constituye hoy su oferta. De momento la mera contraposición a Vox

Visión caciquil de un partido, como si por pertenecer a él y desempeñar algún cargo tuvieras que considerar vendida tu conciencia.