i de algo ha servido la moción de censura de esta semana en el Congreso ha sido para pinchar el globo de Vox. Un partido sin implantación territorial, programa ni liderazgo. Sin un proyecto político que vaya más allá del nostálgico nacional-catolicismo que viene exhibiendo desde que logró notoriedad pública. Pero que sin embargo ha protagonizado el debate público desde que PP y Ciudadanos lo habilitaron como socio institucional. Un error que ha hundido a Ciudadanos y ha alejado al PP de La Moncloa. Y que Pablo Casado trata de corregir ahora con un giro necesario pero de difícil recorrido todavía.

Ha tardado dos años, pero Casado por fin se ha dado cuenta de que el problema electoral del PP es Vox, y que para absorber sus votos no debe dar pábulo a sus bravuconadas, sino arrinconarlo en las instituciones. De que es Vox quien necesita al PP, y no al revés. Y de que esa parte de la derecha que ha encontrado en el partido de Santiago Abascal un refugio a la pérdida de identidad del Partido Popular difícilmente volverá si votar a Vox sirve para condicionar al PP sin poner en peligro el poder institucional.

A fin de cuentas, el principal problema de la derecha en España es su propia división. Tradicionalmente el PP ha basado su éxito electoral en ser la única opción política entre centro y la ultraderecha, lo que en un sistema diseñado para beneficiar a los partidos mayoritarios le ha permitido maximizar su resultado en las urnas. Navarra es un buen ejemplo. La presencia de una oferta única y nítida en la derecha como Navarra Suma, y el rechazo a posibles pactos postelectorales, han hecho de Vox un partido residual. Al final, la derecha siempre es pragmática a la hora de votar.

La maquinaria bipartidista salto por los aires con la crisis económica. En medio del malestar social irrumpió Podemos, que con un discurso rupturista y novedoso logró atraer la atención de una población muy descontenta con la clase política. Podemos se disparó en las encuestas a costa del PSOE, pero también de una parte importante de la derecha. Votantes huérfanos del PP de Mariano Rajoy y Soraya Saenz de Santamaría, un partido burocratizado que había gestionado la crisis con más dogmatismo que ideología. "Hay que crear una especie de Podemos de derechas", llegó a plantear el presidente del Banco Sabadell, Josep Oliu. El temor del poder económico a las tesis rupturistas de Iglesias pesaba más que la unidad histórica de la derecha.

La respuesta es Ciudadanos, al que se presenta como un referente liberal al estilo europeo liderado por un chico guapo y formal como Albert Rivera. Un partido que debía servir como contrapeso de Podemos, y de bisagra entre PP y PSOE. El experimento funciona, y por momentos Rivera sueña incluso con la presidencia del Gobierno. Pero la moción de censura de Sánchez y su propia torpeza ponen fin a las aspiraciones.

Es el contexto en el que llegan las elecciones autonómicas de Andalucía, el primer éxito electoral de Vox. Un éxito relativo, porque la ultraderecha no deja de ser la quinta fuerza con un discurso nacionalista y anti-inmigración. Pero aunque queda fuera del Gobierno, PP y Ciudadanos deciden que sus votos son válidos para gobernar, abriendo la puerta a una fuga electoral que ya serán incapaces de controlar.

Porque hay algo que ni Oliu ni el resto de poderes económicos que auparon a Ciudadanos vieron venir. Ni Rivera estaba preparado para gobernar España, ni sus votantes eran centristas liberales partidarios del pragmatismo institucional. El éxito de Ciudadanos reside en su antinacionalismo, así que su éxito dura lo que tarda en llegar alguien con una bandera más grande. Y eso ocurre en la Plaza de Colón. Allí la derecha se parte en tres.

Aquella foto resume los dos grandes errores de la derecha española en los últimos cinco años. Fija la confrontación identitaria como eje del debate nacional, y habilita a la ultraderecha como un agente político más. Ni la inmigración, ni el machismo ni las referencias trumpistas de Abascal importan realmente a un electorado al que sus propios líderes le están advirtiendo continuamente de que la unidad de la nación están en riesgo.

El primero en percatarse fue Pedro Sánchez, que rápidamente convoca elecciones generales, haciéndolas coincidir con las autonómicas para hacerse con un enorme botín institucional sin apenas mayorías absolutas. Tampoco le hace falta. Como se ha visto esta semana, la presencia de Vox es el mayor cohesionador de la política española. El resultado de la moción de censura, un 298 a 52 a favor del presidente, es fiel reflejo de que cuanto más protagonismo tiene Vox más fácil le resulta al PSOE sumar mayorías.

El problema del PP y de Casado en particular es que detectar el problema no lleva implícita la solución. Las ciabogas siempre tienen el riesgo de que el pasaje salte por la borda si giras demasiado deprisa. Y no es fácil de convencer a los votantes más de derechas de que Vox no es el camino si tus portavoces afirman que el Gobierno de Pedro Sánchez nos acerca hacia "una dictadura".

El PP deberá gestionar además las alianzas que todavía mantiene en Andalucía, Madrid o Murcia, donde sigue dependiendo de Vox. Y la gestión de una pandemia en la que resulta muy difícil compaginar la gestión de la Comunidad de Madrid y los ataques al Gobierno central sin caer en la incoherencia.

Así que queda por ver si el discurso de Casado implica de verdad un cambio estratégico o es solo flor de un día para salir del atolladero en el que le había situado Abascal. Y qué consecuencias tiene todo en la política de acuerdos, tanto en Madrid como en Navarra. Porque no deja de sorprender que UPN sea el partido que mayor afinidad muestre hacia Vox en el Congreso mientras ofrece un pacto presupuestario gratuito al Gobierno foral.

El camino que elijan unos y otros marcará también el tono del debate en los próximos meses, en los que asoma una dura crisis económica con la pandemia todavía sin controlar. La apuesta del PP que ha dibujado esta semana Pablo Casado quizá sea un camino más difícil, pero es el único que garantiza al PP volver a La Moncloa. Al menos por ahora deja a la ultraderecha sin influencia política, y eso siempre es una buena noticia.

La moción de censura pone fin a un ciclo político marcado por la división de la derecha que se había iniciado en la plaza de Colón

El PP ha tardado dos años en darse cuenta de que cuanto más protagonismo tiene Vox más fácil es para el PSOE sumar mayorías