modo del film de Luis Buñuel, Ministerios, Comunidades Autónomas, Ayuntamientos, agentes sociales y empresas cotizadas, compiten por seducir y conquistar los fondos del Plan europeo de Reconstrucción, Next Generation EU. Nadie quiere quedarse fuera del reparto de un botín del total de los 72.000 millones de euros en subvenciones, ni ser el último cuando empiece a llegar el maná de Bruselas. La reciente 23 Conferencia de Presidentes de Comunidades Autónomas presidida por Pedro Sánchez contó con la tele presencia de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, máxima responsable del buen uso de los dineros del plan. "Europa está con ustedes. El Plan solo tendrá éxito si se trabaja en equipo. Necesitamos que estéis preparados para absorber esta enorme cantidad de fondos". El mensaje de la alemana fue claro y rotundo. Ahora toca que el Gobierno español aclare el proceso mediante el cual se va a producir el reparto.

La gran novedad de la cumbre autonómica fue que supimos por boca de Sánchez que más del 50% de los proyectos del Plan de Recuperación europeo será ejecutado por las comunidades. Si tenemos en cuenta que España es un Estado fuertemente descentralizado, el más de la UE tras Alemania, con 33,6 puntos sobre cien en el Índice de Autoridad Regional (RAI, por sus siglas en inglés, Regional Authority Index), a nadie puede extrañar que al igual que gran parte del Next Generation se gestione al estilo del Fondo de Cohesión europeo, es decir, a nivel regional. Pero la cuestión más espinosa es dilucidar el o los criterios por los que se producirá el reparto territorial. ¿En función del PIB, de la población o por los proyectos presentados y su alineación con las políticas estratégicas europeas? Aquí empieza una batalla de enormes dimensiones que le tocará dirimir a la Oficina de La Moncloa a cuyo frente están el jefe de Gabinete del Presidente, Iván Redondo y el director de su director de la Oficina Económica, Manuel de la Rocha.

La pretensión de Moncloa es vehicular los fondos hacia Comunidades y Ayuntamientos a través de los convenios marco que se acuerden con los Ministerios implicados. Pero conviene advertir que la clave será la calidad de los proyectos, porque finalmente serán los técnicos de la Comisión los que tendrán que dar el visto bueno a los planes y proyectos presentados. La hoja de ruta será la siguiente: hay unos fondos a disposición, se envían proyectos y si cumplen con los requisitos, se financian con cargo a esos fondos. Si no hay proyectos, el dinero se pierde. En una palabra, las Comunidades no podrán acceder directamente a los fondos que vendrán incluidos en los Presupuestos Generales del Estado. O sea que la teoría de dame la parte que corresponde del Plan europeo y ya me lo gestiono yo, es inviable. Además, tampoco podrán gastarlo en lo que quieran. Los presidentes y presidentas podrán promover proyectos o programas en vivienda, educación, políticas sociales, políticas activas de empleo o medio ambiente.

Es evidente que la clave del éxito en la aplicación del Next Generation tiene que ver con su capacidad de dinamizar la actividad y el cambio de modelo socioeconómico en dos vertientes: la territorial y la público-privada. La cohesión entre regiones y frenar la desertización rural es una primera condición necesaria pero no suficiente para que ese esfuerzo de generaciones de europeos endeudándose no de malgaste. Pero además es imprescindible que desde la colaboración entre las administraciones públicas y las empresas privadas, los proyectos se enfoquen adecuadamente con visión de futuro. Una tarea en la que se debería evitar que los de siempre se lleven en cantidad y calidad las adjudicaciones de proyectos. Si las pymes son la base del tejido empresarial europeo y, por ende, español, no podemos permitir que las grandes empresas del Ibex 35 acaparen de la mano de las consultoras de postín, las ayudas en las que nos estamos jugando la supervivencia del presente y la suerte de mañana de nuestros jóvenes de hoy. De no actuar con inteligencia podríamos caer en la frustración surrealista buñeliana y convertir la lencería de objeto erótico en indestructible cinturón de castidad.