ivimos momentos marcados por desafíos colectivos que difícilmente encontrarán respuestas desde el ámbito de lo individual. La pandemia, la crisis climática, el desafío tecnológico o el incremento de la desigualdad remiten a espacios colectivos en los que se debe buscar la solución. Y la política ha de operar como fusible para conectar toda esa suma de energía colectiva que necesitamos. ¿Se está logrando tal objetivo?

Es preciso, más que nunca, hacer realidad el reto de una visión transformadora y de un proyecto de sociedad cohesionada; no han de ser palabras huecas, debemos pasar de la retórica discursiva a la acción: sin ese relato compartido, sin el esfuerzo común de agentes públicos y privados no será posible acometer la ingente tarea que tenemos por delante. El modelo social basado en la sociedad de consumo y en el capitalismo global generará, si no se corrige y modula desde lo social, un efecto de creciente desigualdad.

"Responsabilidad y altura de miras": ambos términos son repetidos hasta la saciedad por numerosos actores políticos, apelando así a la necesidad de generar consensos en torno a cuestiones (como las derivadas de la pandemia) que requieren grandes acuerdos para poder encauzar y vertebrar respuestas eficaces ante los retos tan importantes que esta crisis sanitaria, económica y social pone encima de la mesa.

La pregunta clave es cómo lograr que tanta beligerancia discursiva deje paso al necesario ejercicio de moderación, responsabilidad, sensatez y sentido común que la política y la sociedad necesitan. Las formaciones políticas deberían priorizar el dialogo, el pacto y la moderación como base de un ejercicio responsable de la política.

Hay que lograr superar ese bucle de negatividad y conflictividad en que está instalada la política y lograr que ésta se oriente hacia la consecución de un gran pacto social y político estable, duradero, orientado a sentar unas nuevas bases que perduren en el tiempo y permitan adaptarse a la frenética sucesión de cambios sociales y a los grandes problemas como el demográfico, el del empleo estable y de calidad o el de la formación/educación, entre otros.

Frente a estos deseos, buena parte de la sociedad está instalada en el desencanto y en la decepción porque siente o percibe que sus instituciones y sus líderes no logran aportar a la ciudadanía las herramientas imprescindibles para alcanzar sus objetivos en el seno de su comunidad; ello conduce al desapego ciudadano y a la emergencia de corrientes antisistema, como las que representan Trump en EEUU o Vox aquí, entre otras.

Una sociedad democrática no es una sociedad sin conflictos, una especie de Arcadia feliz sin disputas; la clave para el equilibrio social radica en que tales conflictos puedan tener cauces de expresión, de debate y de solución; y la política, en cuanto herramienta básica para encauzar tales disensos sociales, parece haber claudicado ante su principal mandato social.

Debemos poner a la persona, a nosotros los ciudadanos, en el centro del debate. Una de las mejores reflexiones que nos dejó Jean Monnet, unos de los padres del proyecto europeo, merece la pena ser rescatada hoy: nada es posible sin las personas; nada subsiste sin las instituciones.

¿Cómo reaccionar desde la política ante una situación tan inédita y catártica como la actual? Hay que tratar de acercarse más a la ciudadanía, no con meras poses: muchos de ellos viven protegidos y rodeados de una especie de permanente o perpetua nube de trascendentalidad, de solemnidad, lo cual no impide descubrir que la reserva y la seriedad no son necesariamente signos de sabiduría política.

Necesitamos discursos y actitudes que lleguen de verdad a nosotros, a los ciudadanos; necesitamos que nos aporten más credibilidad que certeza porque, como es lógico, nadie tiene la varita mágica que permita adoptar la solución más eficiente y certera. Necesitamos confiar, que es la base para la esperanza.

Es preciso, más que nunca, hacer realidad el reto de una visión transformadora

Las formaciones políticas deberían priorizar el diálogo, el pacto y la moderación