n esta ocasión voy a intentar el arriesgado ejercicio de animar a la empatía a quienes me hacen el favor de leer estas líneas. Voy a intentar prescindir en lo posible del puro relato, por conocido, y de la pura denuncia, por reiterativa. Al referirme al denominado "caso Zabalza" pretendo estimular a quien me lee a que sienta solidaridad, compasión casi, hacia las personas más próximas a aquel conductor de autobuses al que siendo inocente detuvieron, torturaron, asesinaron y calumniaron impunemente. Quisiera provocar en quienes me leen un impulso de empatía para que se pongan en la piel, en la angustia y, en la impotencia de la madre, la hermana, la novia, el entorno más íntimo que vivió hace 36 años un episodio tan traumático y tan injusto como el asesinato de Mikel Zabalza.

Me tocó, por oficio, seguir de cerca informativamente aquel horror y comprobar día a día, mientras Mikel permanecía desaparecido, cómo las sucesivas versiones oficiales contradecían no sólo la convicción generalizada de la sociedad vasca sino también los más elementales principios del sentido común. Nadie, ninguna autoridad en el fortín de Intxaurrondo era capaz de explicar a su familia ni a sus abogados ni dónde ni cómo se encontraba el detenido, Todo era un espeso silencio, un sombrío presentimiento. Pude comprobar y sentir en directo con su familia la angustia de la incertidumbre primero y la desesperación después, cuando se supo la muerte de Mikel.

Invito a los lectores a que hagan el esfuerzo de compartir la amargura y la rabia del entorno familiar de Mikel Zabalza cuando la versión oficial detallaba una inverosímil fuga del detenido al ser conducido esposado de noche por guardias civiles para localizar un zulo con armas en un túnel, cómo propinó una patada al agente más próximo para después fugarse arrojándose al río. Pónganse en la piel de esa madre tras escuchar, chulesco, al guardia civil: "¿Qué no encuentra a su hijo? Pues búsquelo en objetos perdidos". En la de esa hermana que vio pasar una camilla con un cuerpo cubierto con una manta por un tétrico pasillo de Intxaurrondo. Cómo consolar a esa familia, a quien se quiso hacer creer que Mikel, detenido y conducido por media docena de agentes pudo huir sin que le cosieran a tiros, o pudo arrojarse al río esposado y sin saber nadar. Hace falta crueldad para, después de múltiples rastreos de buzos y especialistas de la Cruz Roja sin hallar el cuerpo del fugado, anunciar la Guardia Civil que su cadáver había sido hallado por agentes de ese Cuerpo precisamente en el lugar profusamente rastreado. Detenido el 26 de noviembre de 1985, oficialmente muerto por asfixia el 15 de diciembre. Demasiado tiempo para tanto dolor. Titulaba Egin: "Como anunció Barrionuevo y en el lugar adecuado, apareció ayer el cuerpo sin vida de Mikel Zabalza".

Un crimen de Estado, si se tiene en cuenta la conversación del ex jefe de operaciones del Cesid Juan Alberto Perote y el capitán de la Guardia Civil Pedro Gómez Nieto. En ella comentan sin ningún pudor que Mikel "se les fue de las manos en el interrogatorio". De nuevo invito a los lectores a la empatía con la familia, que habrá vuelto a revivir aquella angustia, la pena por cómo habría padecido durante la tortura. Y cómo fue y cómo lo sufrieron el trance similar por el que pasaron Joseba Arregi, o Lasa y Zabala, o tantos y tantos que pudieron sobrevivir a la tortura. Aquí se ha sufrido mucho, y no vale denunciarlo como reclamo electoral ni consigna política. Verdad, justicia y reparación para todas estas víctimas, pero también empatía y sensibilidad.

Nadie era capaz de explicar ni dónde ni cómo se encontraba el detenido, Todo era un espeso silencio, un sombrío presentimiento

Verdad, justicia y reparación para todas estas víctimas, pero también empatía y sensibilidad