an pasado ya más de tres meses desde que Donald Trump salió de la Casa Blanca. Lejos están ya aquellas soflamas extremistas, sus ataques a la prensa y el afán por cuestionar a todo aquel que no le daba la razón. Pero queda un sentimiento latente, exportado al resto del mundo occidental. El orgullo silencioso de una ultraderecha que ha perdido los complejos, arrastrando a una derecha que siempre ha hecho bandera de la estabilidad institucional, pero que está dispuesta a subvertirla cuando no tiene el control del poder.

El escenario no es excepcional ni novedoso. La política española tiene ejemplos variados de la polarización que invade el debate público cada vez que la derecha ha perdido el poder. También en Navarra. De la cuenta en Suiza con la que UPN chantajeó al PSOE en 1995 al Navarra no se vende que enarboló Miguel Sanz en 2007 para coartar la voluntad de cambio del PSN. De la imposición del euskera que denunció Javier Esparza en 2015 o la desaparición de Navarra que anunció Ana Beltrán, al frustrado intento de evitar el Gobierno de Chivite con el fantasma de Bildu. Pero siempre hay margen para llegar un poco más allá.

Esa es la peor de las herencias que ha dejado el mandato de Donald Trump: la impunidad. La sensación generalizada que existe hoy en una parte importante de la derecha de que cualquier cosa es posible porque nada tiene consecuencias. El insulto, la crispación, la mentira. La coacción desde el anonimato. Todo es posible en un mundo dirigido sin control por las redes sociales.

Ayuso señala el camino Isabel Díaz Ayuso llegó a la presidencia de la Comunidad de Madrid en mayo de 2019 gracias a un pacto con Ciudadanos y Vox tras el peor resultado del PP en la comunidad. Ni siquiera han pasado dos años desde entonces, y aquella dirigente desconocida y de liderazgo frágil exhibe hoy la fortaleza de unas encuestas que no solo la sitúan como gran favorita para ganar las elecciones, sino que amenaza el liderazgo de Pablo Casado. Después de Madrid será el PP de Ayuso, desacomplejado y sostenido por la ultraderecha, o lo no lo será.

Arropada por los principales núcleos mediáticos de la capital, sostenida por un poder económico que ha encontrado en Madrid el oasis ideal para la deslocalización tributaria, Ayuso se ha convertido en un referente en la guerra cultural contra la izquierda. La presidenta madrileña ha roto los tabúes que atenazaban a la derecha. Ha puesto en duda el maltrato a las mujeres ("Los hombres sufren más agresiones que las mujeres"); ha abonado el sentimiento de agravio centralista ("Sánchez castiga a los madrileños"); y ha cuestionado el consenso general histórico de lo que ha supuesto el siglo XX ("Si te llaman fascista estás en el lado bueno de la historia"). El 4 de mayo no solo se decide el Gobierno de la Comunidad de Madrid. También está en juego una batalla ideológica que nadie se hubiera atrevido plantear hace apenas un lustro, pero que hoy en algunos lugares parece dar réditos electorales.

La deriva de UPN De alguna forma, las redes sociales han democratizado la comunicación. Cualquiera con un móvil es hoy emisor de información, sin filtro ni control, alimentando burbujas de (des)conocimiento que se creían superadas. Un espacio ideal para la agitación y la propaganda, de un lado y del otro, en el que cada opinión, cada idea, tiene el mismo valor. Incluso aquellas que cuestionan consensos básicos que se creían consolidados.

No hay que ir muy lejos para encontrar ejemplos de todo lo anterior. La salida del poder en 2015 supuso para UPN un trauma que todavía no ha sido capaz de asimilar. Aquella Navarra en la que se mimetizaban el partido, el Gobierno y los símbolos comunes es hoy un espacio plural que retrata a una minoría que creyó que la hegemonía siempre sería suya. Aquel partido monocromático, institucionalmente poderoso e influyente, navega hoy sin rumbo, camuflado en una coalición de intereses políticos de escasa rentabilidad, por mucho que sus líderes se empeñen en repetir estrategias de confrontación que dejaron de funcionar hace mucho tiempo.

El partido regionalista se ha convertido en un ruido anárquico donde solo sobresale la voz que más grita. Sus diputados en Madrid apenas se distinguen de los de Vox, y es raro el día en el que alguno de sus representantes no ofrece un comentario malencarado en las redes sociales. Un repaso a la cuenta de UPN en Twitter basta para comprobar hasta qué punto la deriva trumpista ha llegado a la médula de la organización, y que se traduce en un discurso corporativo faltón y crispado, amplificado por una red de cuentas anónimas debidamente coordinadas.

Un todo vale que no hace sino retratar la propia debilidad del proyecto político de UPN. Un partido aislado, cada día más distanciado de su único aliado posible, y resignado a sumar 26 escaños en el Parlamento foral como única vía para volver a gobernar. Y eso, hoy por hoy, augura a la derecha una larga travesía por el desierto. Lo quieran ver o no.

En Madrid hay en juego una batalla ideológica que pocos se hubiera atrevido a plantear hace un lustro

La descalificación y la falta de respeto habitual de UPN en las redes sociales es otra muestra de la falta de rumbo de la derecha en Navarra