ay fuego por los cuatro costados. El riesgo de abrasados y hasta de chamuscados es desmesurado. Se respira olor a quemado en el ambiente político, ya de por sí putrefacto y enardecido. De repente, todo se ha vuelto imprevisible. Principalmente la suerte del académico esfuerzo que sustenta proyectar la España de 2050, presentado posiblemente en el momento más inoportuno para una justa y serena valoración. En esa atmósfera de improvisación sobrevenida, tampoco Pere Aragonès puede garantizar, prendido de un hilo, que vaya a seguir siendo president dentro de dos años cuando deba someterse a la cuestión de confianza para calibrar su pulso con el Estado. El mismo Pedro Sánchez es incapaz de prever ahora mismo cuál será la horquilla de diputados del PSOE en 2023 (?) si el PP sigue devorando a C's con las tácticas bastardas de Fran Hervías. Ni siquiera Garamendi tiene garantizada la paz interior en la presidencia de CEOE después de recibir ese torpedo en la línea de flotación gestado en Catalunya y con respaldos tan deslumbrantes desde La Moncloa. Solo hay una clara excepción a tanta conjetura: pasarán los meses pero siempre estará latente la chantajista amenaza inhumana de Marruecos.

La goleada de Ayuso ha cizañado la pelea partidista hasta límites inaguantables para el decoro político. Se ha instalado la sensación -alentada mediáticamente con entusiasmo- de que se ha instaurado por arte divino un nuevo orden político. Y así va a seguir hasta que la cuerda se rompa. Casado la estirará cada mañana, pero Sánchez surfeará la ola el mayor tiempo posible. De hecho, para desesperación del PP ya ha contado las decenas de semanas que le quedan a la legislatura, como hizo con el calendario de vacunación. Pero la derecha está crecida. Le empiezan a sonreír las encuestas y, sobre todo, le acompaña la deriva de un Gobierno errático por deshilvanado. Por eso atiza sin desmayo y el diálogo se hace imposible porque manejan dos lenguajes antagónicos. La agresividad dialéctica entre los dos partidos mayoritarios no augura nada bueno. Hay tanto repudio compartido y tanto odio en sus entrañas ideológicas que es utópico imaginarse la sombra del mínimo armisticio. Ni siquiera cuando un país invade tu territorio con 8.000 súbditos para abofetear tu impericia diplomática son capaces de replicar juntos la afrenta más grave desde la restauración democrática.

Es cierto que Sánchez empieza a sentir frío. La derrota del 4-M le ha encorajinado tanto que se le nota. Cuando trataba de reponerse con hitos de calado estratégico como la Ley del Clima le llega el mazazo del dictadorzuelo Mohamed VI por una fatídica decisión de su ingenua ministra de Exteriores. En ese contexto de aturdimiento por un conflicto político-humanitario-migratorio, mientras todavía husmean las brasas electorales de la Puerta del Sol y la ciudadanía vive pendiente de la vacuna y de su economía, Iván Redondo invita a soñar con la ilusión de la Arcadia en 2050. Una necesaria apuesta de futuro, pero incapaz de levantar el ánimo en un entorno necesitado, sobre todo, de respuestas inmediatas.

En Catalunya, a su vez, bastante tienen con preocuparse por su presente. Casi 100 días después de ir a las urnas ya saben, por fin, quién será su presidente. ERC, con la simbólica presencia de Junqueras, logra un hito sin ganar las elecciones, pero aún no está escrito a qué precio. Las intrincadas negociaciones y el recelo alimentado entre el independentismo no auguran nada bueno para un entendimiento y mucho menos para la estabilidad que contribuya a recuperar el excesivo tiempo perdido. Todo hace prever que gastarán demasiados esfuerzos en vigilarse mutuamente. En un gobierno que apostaba por la izquierda, las carteras de Economía y Salud quedan en manos de la derecha.

En su deseo compartido de convocar un referéndum, unos consellers quieren entenderse con el Estado y otros, emprender un desafío sin tregua. Solo hay unanimidad en torno a constituir la ansiada mesa de diálogo. Eso sí, con intenciones y hasta previsibles desilusiones bien distintas. Junts ya sabe que ahí no saciará su reivindicación porque enfrente seguirá el mismo dique de contención de siempre. Por si fuera poco, el PSOE huirá de todo atisbo de cesión a las exigencias soberanistas. En las elecciones de Madrid ya tuvo un aviso. Sería jugar con fuego.