o de las mascarillas como termómetro político. Hace catorce meses, el cualificado portavoz del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón, decía que no eran necesarias, que sólo estaban indicadas para personas enfermas. Luego se impusieron como obligatorias para todos, y ese mismo vocero reconoció que si antes no se hizo fue porque sabían que no habría suministros bastantes. El 9 de junio de 2020 el Gobierno tramitó un decreto ley, enfáticamente denominado "de medidas urgentes de prevención, contención y coordinación para hacer frente a la crisis sanitaria ocasionada por el covid-19", que por muy urgente que se dijera pasó a tramitarse como una ley que se aprobó definitivamente el 29 de marzo de este año, mientras Illa se largaba a Cataluña. El Grupo Socialista registró a primeros de marzo en el Senado una enmienda que se votó el día 10 de ese mes y que suponía un endurecimiento de las exigencias de utilización de mascarillas en vía pública, obligándolas en toda circunstancia. Se montó un revuelo, sí, pero nadie explicó el origen del despropósito, y especialmente cómo el partido en el Gobierno coló la imposición con ese disimulo. El último episodio ha sido el advenimiento del presidente Sánchez esta semana, como el ángel de la Anunciación, contando que el próximo día 26 será el último en el que debamos ajustarnos el tapabocas al salir por el portal. Lo que hace un año fue una temeridad criminosa (no recomendarlas por no tenerlas), hace solo tres meses una vergonzante imposición (nocturnidad institucional para colar una enmienda), hoy torna en algarabía (la magnánima decisión presidencial). En efecto: no existe un solo informe técnico detrás de cada uno de esos episodios. Pero cualquier bengala debe usarse ahora para intentar distraer el histórico ridículo de un Sánchez buscando al trote cochinero una mirada de Biden, que le hizo ser carne de meme, justo a él a quien nadie gana en autoestima y que considera que el propio Obama envidia su donaire.

Alguien escribió el otro día que estamos gobernados por un publicista. No se refería tanto a Sánchez, sino a su valido Iván Redondo. El que se dedica un día tras otro a buscar estos golpes de efecto, una imagen que aunque sea puro trampantojo contiene un mensaje político diseñado para ser digerido por una sociedad a la que se considera pusilánime y mayormente lerda. El papel de Redondo es bastante más relevante que el de los spin-doctors que siempre han merodeado el poder. Capitanea, organiza, ejecuta, dispone de poder por delegación suprema, impone la ley de la acción política del gobierno y del partido. Se le permite organizar las campañas electorales catalanas o madrileñas incluso nombrando candidatos, y se le permite inspirar la próxima crisis de gobierno. Tiene mando en la Estrategia de Seguridad Nacional, o en la decisión de crear una agencia espacial que él mismo anuncia en el parlamento a pesar de que hay un astronauta sentado en el Consejo de Ministros. Alfonso Guerra dijo hace poco que "El PSOE no puede aceptar cambiar a un Redondo, Nicolás, por otro Redondo, un tal Iván". Un tal Iván, expresión que ha dado lugar al acrónimo UTI con el que ya se empieza a conocer al tipo. UTI es un guipuzcoano que se ha puesto implantes capilares, y con eso está dicho todo, cuando pocas calvas tan dignas e interesantes se han visto como las que pasean por la Concha. UTI trabajó hace años para el PP, y llegó a ser uno de los mejor pagados por Génova en la época en la que Barcenas allegaba sobres. Diseñó la campaña a la alcaldía de Albiol, aquella en la que se propuso "limpiar Badalona" de emigrantes. Sirvió con lealtad a Monago en Extremadura, y se ocupó, entre otras cosas, de intentar tapar con amenazas a la prensa las noticias sobre esas visitas a una novieta en Canarias con cargo a los vuelos del Senado. Estuvo luego vagando por algunas tertulias -inconmensurable su capacidad de decir sandeces delante de Susanna Griso, sin duda más perturbado por los focos que lo habitual-, para por fin lograr vender su moto a un Sánchez por el que nadie daba un euro. Contemplando la trayectoria de este piernas, me pregunto qué pensarán del nuevo capataz plenipotenciario del socialismo español los Chivite, Mendía o Remírez, personas que han conocido la esencia de su partido desde niños y en la cercanía familiar, asociado siempre a las perennes glorias de la UGT, y en el que se han despeñado orgánicamente desde que recuerda la memoria. No sé si se dan cuenta de que Sánchez ha acabado convertido en un meme y que ya no puede siquiera pisar la calle. Está cayendo en barrena, dinámica que siempre tiende a autoperpetuarse, y UTI copilota con él. Ponme un tuit y cuéntame tu opinión, Javi. Pero que sea sincero, no melifluo.