Habla con claridad y entusiasmo, dos de las virtudes que le han hecho conocido entre los telespectadores de tertulias políticas. Pablo Simón (Arnedo, 1985) transmite pasión por la política, talento discursivo, y un intenso ritmo de trabajo. Su docencia en la Universidad Carlos III le “mantiene el radar en línea” con un alumnado que desconoce el bipartidismo, contaba con 7 u 8 años el 15-M, y no ha vivido tiempos de bonanza. En sus debates televisivos, en cambio, confronta con observadores con coordenadas y enfoques generacionales muy distintos. Con ese contraste, incide en la existencia de una brecha sociológica marcada por la edad.

El jueves cerró por zoom un curso sobre los ‘problemas actuales de la democracia en España’, organizado por la UPV/EHU y la UPNA.

­­-Intenté sintetizar la enorme cantidad de política que ha ocurrido en España durante los últimos diez años. Con transformaciones enormes en sintonía con cosas que están pasando en el conjunto de Occidente. Hemos visto dinámicas de fragmentación política, con la emergencia de nuevos partidos. Un contexto de gran volatilidad electoral, dificultad para formar gobiernos, polarización creciente y descontento con las instituciones. El elemento diferencial es que estas dinámicas se han precipitado con una rapidez inusitada. Con algo que no tiene precedentes en nuestro entorno, una declaración de independencia de parte del territorio. Todo eso nos aboca a pensar que generamos más política de la que podemos consumir.

¿Por qué esa aceleración?

-Tengo la impresión de que la crisis económica lo que ha hecho es sacar la pasta del tubo dentrífico. Hacer que se precipiten cambios ya latentes. Una vez abierta la caja de los truenos es muy complicado volver atrás. En el fondo hay una insatisfacción con la democracia, que en España persiste desde 2010 en torno a niveles del 60%. Con el cambio de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías es mucho más fácil formar partidos, aunque luego estos tengan más dificultades para sobrevivir. Hay también una disolución de las lealtades partidistas tradicionales. Sobre todo los votantes por debajo de 35 años, en una enorme fractura generacional, pues se han vuelto mucho más promiscuos, abandonan a los partidos clásicos y buscan otras formaciones. Y han emergido nuevas demandas en la sociedad que hace que movimientos sociales como el feminismo o el ecologismo hayan cobrado cada vez más importancia. Hemos vivido un principio de transformación que no sabemos hacia dónde nos aboca. Aunque creo que la llegada del primer Gobierno de coalición español es un hito que marca lo que vamos a ver a futuro.

¿Hasta qué punto esa caída de fidelidad de voto es sana, pone nerviosos a los partidos y complica la vida a los politólogos?

-La volatilidad es como el colesterol, buena y mala, y los dos componentes tienen que estar maridados. Si no hubiera gente que vota siempre al mismo partido y todo el mundo fuera totalmente volátil, los partidos explotarían en cada elección, y el sistema político no sería nunca estable. Pero al mismo tiempo, para que la democracia pueda funcionar, tiene que haber volatilidad. Las generaciones más jóvenes tienden a ser más volátiles que las clásicas, que han cogido cierto cariño a unas siglas que ha votado históricamente. La gente joven todavía no ha desarrollado esa lealtad. ¿Esto afecta a cómo se comportan los políticos? Totalmente, desde muchas ópticas, les vuelve mucho más nerviosos y más pendientes del impacto electoral de las decisiones que toman. Por lo tanto se vuelven mucho más tácticos, ni siquiera estratégicos, sino que están siempre mirando a la última cuestión o polémica o a si tus electores les gustará o no el pacto que haces. A mi juicio termina generando que los partidos estén muy interesados en generar polarización, porque en el fondo, la mejor manera de que la gente no cambie de partido es criticando muy fuerte a los demás. Esto dificulta los acuerdos.

Profesor universitario, contertulio, autor de cuatro ensayos y coautor de dos. ¿Cómo le da tiempo?

-Planificándose (se ríe). Parte de estos libros nacen de notas que voy escribiendo en el día a día. Además, no tengo hijos y duermo poco, combinación de factores que ayuda.

¿Cuántas horas dedica a la lectura?

-Eso es lo que más me preocupa, haber perdido tiempo de lectura. En periodos vacacionales intento leer mucho, pero hay dos cosas que conspiran. La primera es que las redes sociales nos han quitado una enorme cantidad de concentración. A mí me resulta mucho más difícil leer hoy que hace diez años. Lees en diagonal, pero no en profundidad. El otro componente es la inmediatez. Estás más tiempo trabajando y escribiendo que leyendo. Siempre hay que intentar que por cada cosa que escribes, haya dos o tres leídas, y ahora casi voy a la par. Me preocupa pasar más tiempo reaccionando que pensando. Eso puede hacer perder frescura y meterse siempre en el mismo carril.

¿Cómo ve a Sánchez? Asume riesgos pero parece consolidar el control.

-Al fin y al cabo quien controla la Moncloa controla lo más importante de la política, que es el tiempo.

Esto puede llamar la atención.

-A la hora de la verdad, la política siempre es una pregunta lanzada a tiempo. Según el momento de la pregunta, la respuesta puede ser afirmativa o negativa, o cambiar incluso la pregunta. Si hoy Pedro Sánchez convocara elecciones, probablemente la pregunta sería indultos sí o no, y qué pasa con el tema territorial. Dentro de dos años el Gobierno puede configurar una pregunta distinta en función de cómo hayan cambiado las circunstancias. La pandemia ha introducido un cambio en los ritmos, porque en el fondo, los votantes, y eso lo tenemos relativamente acreditado, no te castigan o te premian por cuál ha sido la gestión concreta de una catástrofe, sino por cuáles han sido las políticas de compensación por el daño de esa catástrofe. Aquí la recuperación económica juega un papel fundamental. Ojo, es una condición necesaria pero no suficiente para que el Gobierno pueda salir adelante. Desde las elecciones en la Comunidad de Madrid el escenario se le ha vuelto adverso en los sondeos. El Gobierno necesita tiempo, y para conseguirlo va a buscar fórmulas de estabilidad parlamentaria, como la que tiene ahora, para que con la vacunación, la recuperación económica y los fondos europeos pueda recuperar el control. Estoy convencido de que la legislatura se agotará, y que en ese contexto Pedro Sánchez tratará de ganar las elecciones de nuevo o al menos ser quien pueda formar Gobierno. Es decir, a lo mejor no hace falta que sea el primer partido en votos y en escaños, pero sí que sea capaz de formar una mayoría, y ahí el PSOE lo tiene más fácil que el PP.

¿Qué tarea tendría que llevar hecha esa mayoría?

-Hay dos grandes asignaturas. La primera es que la crisis económica ha generado una enorme desigualdad. Los sectores que más la han sufrido son los más menesterosos o humildes. La izquierda tiene que ser capaz de resolver que esa red de seguridad y el reparto de crecimiento que va a venir con la recuperación económica llegue también a esos sectores, y no es fácil. Porque muchas políticas que van desde el tema de la factura de la luz al Ingreso Mínimo Vital erosionan su base electoral y su discurso de izquierdas. Eso les hace daño.

¿Y en la cuestión territorial?

-Es el segundo elemento. No es lo mismo la agenda vasca, más ligada al tema de competencias que la agenda catalana, probablemente la más importante que tiene el Gobierno para su estabilidad. Es fundamental que sea capaz de buscar un punto de equilibrio en las reuniones con el Gobierno de la Generalitat, en la que todo el mundo pueda vender a su parroquia que está haciendo algo sin hacer nada. Me explico: en el fondo, no solo al Gobierno le interese tener tiempo. A Esquerra Republicana también. ERC necesita demostrar que es un partido de gobierno, que puede administrar la Generalitat y reemplazar a Junts y compañía. Eso requiere de una agenda de estabilidad, conseguir políticas concretas. Por lo tanto, un marco autonómico en el que se hable de temas específicos, con alguno simbólico, pero que en cualquier caso no puede tocar la arquitectura institucional, porque en dos años no se puede emprender ninguna reforma profunda, y menos aún cuando todavía están las heridas de 2017 a flor de piel. Así que una reforma constitucional o estatutaria es muy complicada ahora, pero sí puede ser materia de la próxima legislatura.

En Unidas Podemos ya no está Iglesias, sí Belarra y Díaz.

-La salida de Pablo Iglesias es delicada para Podemos. Cualquier partido que tenga que reemplazar a su fundador tiene la salida de su principal activo, pero también de su principal techo electoral. Para que un partido sobreviva necesita dos cosas: que su electorado tenga un apego a las siglas, y eso requiere tiempo, muchas contiendas electorales. El segundo elemento, que es el que más adolece Podemos, es estructura. Una organización que funcione, que sea operativa y esté pegada al territorio. Yolanda Díaz es enormemente popular y ahora mismo Podemos es Díaz dependiente. El único activo que tiene hoy Podemos para poder ir a las elecciones con ciertas garantías es que Yolanda Díaz sea su candidata. Pero al mismo tiempo quien controla el partido no es ella, es Ione Belarra, y por lo tanto tienen que buscar un encaje en el que hay muchos dilemas.

Hay dos formaciones centenarias en el Congreso, el PSOE y el PNV. ¿Qué papel augura a los segundos?

-Existe un pacto entre el Gobierno y el Partido Nacionalista Vasco con una agenda muy concreta. El PNV es una fuerza experimentada, con muy buenos cuadros y capacidad de gestión. Son perfectamente capaces de modular muchas de las discrepancias que existen en el Gobierno, siempre desde luego desde la lógica de la defensa de los intereses de Euskadi y de Navarra. Juegan sus propias cartas y desde luego son el socio entre comillas más fiable de todos los que tiene el Gobierno en el arco parlamentario. Tradicionalmente hemos dicho que la política en España es como un partido de fútbol de once contra once en el que siempre gana el PNV, que desempata entre bloques y se mueve de izquierda a derecha para defender los intereses de su territorio. El PNV pactó con Rajoy, con la moción de censura, con Aznar y con Zapatero. Pero hay una cuestión fundamental que ha cambiado, que coloca al PNV en una posición un poco incómoda, que puede ser permanente. Con la emergencia de Vox, el PP solo puede gobernar con su apoyo, y eso obliga al PNV a colocarse necesariamente en un bloque alternativo. Luego su poder de negociación cae, porque tenía mucho poder negociador cuando podía bascular a un lado o al otro.

¿Cómo se observa la estrategia política de EH Bildu en Madrid fuera de los sectores conservadores?

-Yo creo que ha habido un proceso de ‘normalización’ relativamente rápido de lo que supone Bildu sobre todo a partir del nuevo Gobierno. EH Bildu está insistiendo mucho en el componente más social y a la izquierda, justamente aquello que le puede servir para ganar simpatías en el conjunto de España. Es decir, para que se normalice como un actor político más, algo muy importante de cara a la siguiente legislatura, donde a lo mejor ya no basta con una abstención de Bildu, y tiene que votar a favor. Estaríamos hablando de una relación de otro tipo. Lo cual a su vez tiene implicación para el PNV, que mira con mucho recelo este proceso de normalización, porque en el fondo le está desplazando del monopolio de la representación de los intereses de Euskadi y Navarra.

Si Casado no sale victorioso en las siguientes Generales, ¿habrá relevo en el PP?

-Creo que con la estructura del Partido Popular, enormemente jerárquica y vertical, prácticamente inexpugnable, Pablo Casado tiene asegurado ir a la próxima elección, y a poquito que mejore los resultados, va a continuar de líder del PP. Siempre ha habido una tendencia en la prensa, sobre todo en la de Madrid, a magnificar la capacidad de liderazgo y de sustitución de los líderes del PP madrileños. Eso pasaba con Esperanza Aguirre frente a Rajoy, y está pasando ahora con Díaz Ayuso frente a Casado.

Usted es especialista en política comparada. ¿Qué nos va a venir en los próximos tiempos de Europa?

-Creo que hemos vivido un cambio enorme en el enfoque sobre Europa a raíz de la pandemia. Si nos hubieran dicho antes que íbamos a emitir deuda conjunta por valor de 750.000 millones de euros para los países más afectados, nadie hubiera dado crédito. Y que lo íbamos a hacer además con el apoyo explícito de países como Alemania, todavía hubiéramos dado menos crédito. Europa ha entendido una cuestión fundamental que no supo leer en 2008, que para que sea sostenible, hay que cuidar las bases políticas que dan aliento al proyecto europeo. Y que si impones recortes y austeridad, el electorado de cada país afectado se enfada y vota a partidos que quieren salir de la UE. Europa sigue teniendo algunas crisis pendientes, la gestión del Brexit no está del todo resuelta, las tensiones y retrocesos autoritarios en Europa del Este continúan, y lo hemos visto ahora con el caso de Hungría, por ejemplo. El problema de los refugiados y de la inmigración va a seguir llamando a la puerta. Estamos viviendo una reordenación geopolítica desde la llegada de Biden en la que vamos a tener menos guerras comerciales con Estados Unidos, porque va a querer hacer con nosotros palanca contra China. Vamos a formar parte mucho más cerrada de este bloque, porque las tensiones se van a desplazar más hacia el sudeste asiático.

Al final las lógicas políticas están ahí, y hay que saber extraerlas.

-Lo importante es separar el ruido de la señal, ser capaz de entender las dinámicas estructurales que hay debajo. Y sobre todo, el aprendizaje. Cuando instituciones y actores políticos aprenden, entonces no cometen los mismos errores. Creo que algo que ha tenido muy positivo la Unión Europea en este contexto de reacción ha sido el aprendizaje. Espero que seamos capaces de aprovechar la oportunidad. Se ha invertido muchísimo capital político en los fondos Next Generation. No es solo dinero, sino que sobre todo ha habido que vencer muchas reticencias de los países llamados más frugales, como Países Bajos o Austria, para lanzar esta operación. Si sale bien y tiene éxito, será el germen de un proceso de integración fiscal y financiera mucho mayor en Europa. Si este proceso sale mal, porque no hay resultados, las inversiones están mal hechas, o hay escándalos en el sur de Europa por un mal empleo de los recursos, entonces creo que el proyecto europeo tendrá un problema de medio plazo.