El candidato conservador a la Cancillería, Armin Laschet, llevó ayer su campaña al este del país, basada en la advertencia de que el favorito de los sondeos, el socialdemócrata Olaf Scholz, no excluye pactar con La Izquierda postcomunista, incompatible con la política exterior de la Alemania actual. “¿Aceptará o no un ministro de La Izquierda Scholz si llega a la cancillería? ¿Por qué no es capaz de responder a esa pregunta con un sí o un no?”, apuntó Laschet, ante los delegados de su Unión Cristianodemócrata (CDU) en Brandeburgo, el Land que envuelve Berlín.

“Nuestra situación no es fácil, lo sé. Pero también sé que defenderemos la Cancillería”, prosiguió, entre las ovaciones de sus correligionarios.

Su bloque, formado por la CDU y la Unión Socialcristiana (CSU) de Baviera, ocupa la segunda posición en los sondeos ante las generales del 26 de septiembre. El Politbarometer de la televisión pública ZDF le pronostica un 22%, frente al 25% de Scholz.

Dramática para él es su valoración como candidato: un 70% ve a Scholz, vicecanciller y ministro de Finanzas, más capacitado para ser canciller; apenas un 25% se decanta por Laschet, líder del partido de Angela Merkel y su teórico sucesor natural.

La no exclusión de La Izquierda se ha convertido en puntal de su campaña. Merkel, quien se mantiene formalmente al margen de la campaña, rechazó esta semana que Scholz represente una forma de continuismo -como suele presentarse, en tanto que vicecanciller- precisamente por no descartar a La Izquierda.

Los conservadores rechazan “categóricamente toda cooperación o diálogo” con la ultraderecha, recordó Laschet. En cambio, los socialdemócratas no lo hacen con ese partido, socio en varios Ejecutivos regionales, entre ellos Berlín. Laschet niega que pretenda relanzar el fantasma de los Rote Socke -calcetines rojos, como se denominó a los miembros del régimen germano-oriental-. Se trata de recordar el rechazo a la OTAN de La Izquierda y su “falta de respeto” al ejército alemán que, dijo, “tan heroicamente” ha evacuado “a cuantos afganos en peligro” ha podido sacar de Kabul.

“Nunca más expropiaciones, nunca más comunismo”, es uno de los lemas de los carteles presentes en los accesos al pabellón donde la CDU del Land celebra su congreso regional. “Scholz está inmerso en el charco de la corrupción”, dice su candidata local, Saskia Ludwig. Incide así en el fraude masivo de resultados en la empresa de transacciones digitales Wirecard, cuya quiebra manchó a Finanzas, que no supervisó como debería y supuso una sombra en la gestión de Scholz.

Potsdam, capital del Land, era lugar propicio para las advertencias contra un bloque izquierdista, además de ser una ciudad clave en las elecciones generales. Es el distrito electoral tanto de Scholz como de la verde Annalena Baerbock, la tercera en los sondeos con un 17%.

Es bastión tradicional de la socialdemocracia y lo fue de La Izquierda. Laschet y su equipo han recuperado las alertas contra el postcomunismo, cuyo resurgir fue la bestia negra de la política alemana en los años siguientes a la reunificación.

El entonces canciller Helmut Kohl la convirtió en enemigo número uno de la democracia en esa mitad del país. Merkel, crecida en el este, ha mantenido esa posición.

La Izquierda está de capa caída. Los sondeos la sitúan entre el 7 y el 6% a escala nacional -en 2017 obtuvo un 9,2%-. Pero podría ser el puntal de un tripartito con SPD y Verdes, una de las coaliciones matemáticamente posibles, según los sondeos. Los recelos contra esa formación, surgida de la fusión entre el postcomunismo del este y la disidencia socialdemócrata de Oskar Lafontaine, persisten también en el SPD y en los Verdes.

A las heridas recientes se unen los abismos actuales en política exterior. Scholz ha descartado colaborar con todo partido que no exprese su claro compromiso con la OTAN y otras líneas maestras de la política exterior alemana. Pero no ha mencionado de forma explícita a La Izquierda.