l acuerdo entre UPN y el PSOE en Madrid ha dado un giro argumental a un debate político monopolizado por la pandemia. Prueba de que la normalidad ha vuelto también a la escena partidista, aunque sea a costa de traiciones, intrigas palaciegas y polémicas cruzadas que parecían olvidadas. Pero también es un síntoma de que el nuevo ciclo electoral que arranca hoy con las elecciones en Castilla y León se va a dejar sentir en Navarra. Entramos en la fase final de la legislatura.

No hay por ahora vencedores en la batalla en la que ha derivado la reforma laboral, que deja un cisma interno en UPN y añade tensión a la coalición de Gobierno. Más de una semana después sigue sin estar claro el fondo de un acuerdo que sus protagonistas han gestionado especialmente mal en medio de una nube de opacidad que se ha aprovechado también para alimentar una sospecha interesada. Tampoco hay víctimas inocentes en esta refriega.

Todo parte de una reunión en Madrid entre el ministro Félix Bolaños y el secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, con el presidente de UPN, Javier Esparza. Allí se sientan las bases de un acuerdo que ninguna de las dos partes ha querido hacer público. Y que se ha ido conociendo por capítulos sin que quede del todo claro qué hay de escenificación política para salvar una votación puntual, y qué de compromiso real para el futuro.

Un bagaje pobre en cualquier caso para UPN, que tras dos años de colisión frontal con el Gobierno de Sánchez tenía contra las cuerdas al presidente y a su ministra de Trabajo, y que se ha conformado con un acuerdo de efectividad limitada que los dos diputados díscolos van a tratar de aprovechar para justificar su indisciplina. Porque ni hay homenajes a presos que prohibir -el colectivo ya renunció a ellos-, ni la operación del TAV en Tudela va más allá de un nuevo estudio, ni la limpieza del río Ebro supone el dragado que reclaman algunos agricultores. Solo Enrique Maya ha logrado salvar la cara, pero a medias y a costa de su único aliado posible en Pamplona.

El acuerdo parece más bien un conjunto de voluntades políticas que UPN pudiera exhibir como logro ante sus bases, con la esperanza de abrir una vía de acuerdo con el PSOE para el futuro. Una buena baza que Esparza ha intentado jugar bien a poco más de un año de las elecciones, pero que no se ha acabado de entender en una parte del partido. El pulso de Sayas y de Adanero puede chocar con la tradición histórica de UPN, pero es muy coherente con el discurso que han mantenido en Madrid.

Lo sabe Esparza, que ha tratado de aprovechar la expectativa que genera la incertidumbre para enfatizar el acuerdo, asegurando que hay "otras cuestiones" de las que iba a seguir hablando con el PSOE en Madrid. No está claro que vaya a ser así, mucho menos ahora que UPN ha perdido sus dos escaños en el Congreso. Pero resulta indispensable para justificar un giro estratégico nada fácil de asumir por la derecha en Navarra, bastante más fracturada de lo que trata de hacer ver su principal representante.

Tampoco el PSOE ha querido detallar el contenido de un acuerdo que podía generarle algunas contradicciones en el Congreso, y que le obliga a explicar ahora por qué no ejecuta los compromisos adquiridos con UPN si los consideraba positivos. Pero que sobre todo ha puesto en una situación incómoda al PSN, que por primera vez desde que comenzó la legislatura se ha sentido vulnerable.

Las críticas de sus socios por el "cambio de cromos" en Pamplona y la dudas generadas en torno a un contenido que no han querido o no han podido desvelar, ha puesto a la defensiva a los socialistas. Hasta el punto de que Chivite ha tenido que salir a reafirmar su compromiso con el Gobierno "plural y progresista" que lidera desde hace más de dos años. Un intento de ahuyentar los fantasmas del pasado y contener la crítica de sus socios de Gobierno, especialmente dura en el caso de Geroa Bai, a quien los socialistas reprochan que haya azuzado la sospecha cuando estaban informados desde el principio.

Los reproches que ambos partidos se han cruzado estos días tanto en público como en privado han vuelto a poner en evidencia la tensión creciente que se vive en el seno del Ejecutivo foral. Motivada por la lógica rivalidad interna y una perspectiva electoral cada vez más cercana. Pero también por la siempre difícil gestión de la discrepancia, que generalmente acaba cayendo del mismo lado, con el comodín de Navarra Suma como último argumento para el desempate. La reforma del Convenio Económico y la política lingüística han sido agentes encubiertos estos días.

No es un escenario de ruptura, porque ni unos ni otros tienen argumentos ni alicientes para ello. Y tampoco parece que lo vaya a ser en los próximos meses. Pero sí hay riesgo de un deterioro de las relaciones en el seno de la mayoría de Gobierno. Es en el fondo lo que se decide estos días, cómo va a ser el último año de mandato en el Palacio de Navarra. Síntoma de una falta de equilibrio interno que se puede complicar si la premisa de partido se impone a la voluntad del consenso el tramo final de la legislatura.

A poco más de un año de las elecciones PSN y Geroa Bai no acaban de encontrar un punto de equilibrio común en el seno del Gobierno foral

Esparza ha jugado con la expectativa que genera la duda para sobrevalorar un pacto de escaso contenido