El dramático desenlace de la búsqueda de Julen en el infausto pozo de Totalán induce el ferviente deseo de que el niño de dos años muriera al instante en la misma precipitación, una tesis más que probable por haberse acreditado una caída libre de 71 metros. Desde la empatía con la familia y el reconocimiento al abnegado esfuerzo de las 300 personas que durante trece días ha protagonizado sin descanso el angustioso rescate contra la orografía del lugar y contra el reloj, resulta obligado extraer conclusiones de carácter general. A partir de la premisa de que la fatalidad aguarda a la vuelta de la esquina -más en niños de corta edad, en demasiadas ocasiones sin más vigilancia que la de otros algo mayores-, esta tragedia conmina al inmediato sellado de los pozos ilegales existentes en la actualidad, así como a extremar el celo en lo que atañe a la autorización y el control de los mismos por las autoridades. No es baladí que los responsables de la obra irregular de Totalán, el propio pocero pero también un tío de Julen como titular de la finca, se enfrenten a las eventuales consecuencias de un presunto homicidio imprudente, agravado por la asunción de los ingentes gastos de un rescate basado en ingeniería de nivel superior y en personal de emergencias de máxima cualificación. Precisamente ese dispositivo constituye la enseñanza con mayúsculas de este terrible suceso, por el torrente de solidaridad ciudadana y por la cooperación inmediata y desinteresada de instituciones públicas y privadas. El vivo ejemplo de lo que necesita una sociedad abocada a una dinámica maximalista y maniquea por el frentismo y la polarización que inoculan demasiados políticos irresponsables. Bien entendido que con el contrapunto de que la colaboración humana, aun con el saber y el ímpetu colectivos enfocados con entusiasmo al mismo objetivo, no siempre puede con los imponderables de la naturaleza y singularmente de la montaña, o por lo menos no en los plazos que se desearía. Por descontado, desde el periodismo debe abordarse una revisión crítica de lo acaecido. En el sentido de que las televisiones y en particular las operadoras privadas han convertido el escenario de la tragedia en un plató operativo las 24 horas, pasto del amarillismo ante la lógica escasez de datos oficiales dada la ralentización de las labores de auxilio. Propalando además, en aras a mantener la tensión supuestamente informativa, unas expectativas de supervivencia de todo punto infundadas, en perjuicio del interés general y del exclusivo de los allegados del niño fallecido. Reflexiones todas para hacer virtud de la necesidad, desde el alivio de que en el marco del prolijo rescate no hayan mediado desgracias personales añadidas a la muerte del infortunado Julen, pobre crío.