pamplona - El padre de los Sagrados Corazones, Germán Fresán, de 72 años, 48 de ellos en África y el resto en su Beire natal, relata cómo le ha afectado a su misión en Marera, en el interior de Mozambique, el paso del ciclón Idai. Fresán dirige desde 2012 un Instituto Agropecuario donde enseña a cultivar -“he sido sacerdote y labrador de raíz por mis orígenes”- y las labores de pastoreo y cuidado de animales de pavos, patos, cabras, vacas -“incluso hacemos queso”, recuerda- a 230 estudiantes (108 chicas, que son mayoría) de entre 17 y 25 años.

Convive en una región rica en alimentos, que profetiza que lo pasará mal. “Antes de aquí, estuve años en Chupanga, junto al río Zambeze, donde 500 niños hacían cola para recibir papillas. Marera es distinta, es muy rica en frutales, hay todo el año, en patatas y en maíz, que es el alimento base. Lo que ocurre es que ahora mismo ha quedado todo arrasado. Los árboles los ha arrancado de la tierra, los plátanos, los mangos, las mandarinas, las naranjas, están todas por el suelo y los cultivos los ha destruido. El problema no ha sido tan gordo como en Beira (la ciudad arrasada por el ciclón y con cientos de muertos), sino que el problema va a venir a partir de ahora porque aquí se va a pasar mucha hambre. La gente va a venir en fila india a comer porque va a ser durísimo lo que nos espera. Hoy, aprovechando el terreno, ya hemos empezado a plantar boniato por si acaso. No hay tiempo que perder porque al menos la escuela no tiene daños tan graves. En la capital de la provincia ya se había agotado el combustible (al menos tienen un depósito de 200 litros que habían adquirido para el tractor), la gente ha perdido sus chozas, nos ha entrado agua hasta en el segundo piso de los dormitorios porque lógicamente las ventanas y cierres de aquí no son como los de Europa... El viento soplaba a 180 kilómetros hora y la gente que vive alrededor del instituto vino a dormir a la Iglesia. Se refugiaron aquí hace tres noches y cuando les abrí la puerta, pensábamos que algo nos iba a caer encima porque todo volaba por encima de nosotros”.

LEVANTANDO CHOZAS Y TAPANDO TEJADOS Fresán se dice aun así afortunado porque lo de la ciudad de Beira “es terrible, estamos con escalofríos ahora, cuando hemos podido verlo por televisión”, y recuerda que estuvieron algo más de día y medio sin luz ni agua y que, ahora mismo, son solo las telecomunicaciones lo que peor funciona. “He mandado un whatssapp que le ha costado horas enviarse, pero al final se ha enviado”. El misionero evoca que las chapas de los tejados de los despachos administrativos y de algunos dormitorios comenzaron a volar sin piedad hace cinco días, pero ya se habían puesto manos a la obra a arreglarlas y los vecinos de las comunidades también están tratando de levantar sus chozas desperdigadas. “Se anuncia que hoy va a ser el último día de lluvias, así que esperamos recuperarnos pronto”, decía anoche Fresán, que recuerda que Marera es una zona del interior del país, camino de Zimbabwe, repleta de colinas y valles donde no hay grandes ríos, por lo que en cierta manera no han tenido tanta devastación como en Beira, que está a 230 kilómetros y en la costa. “Nuestros hermanos gestionan el Instituto Nacional de Ciegos, con 70 personas, y no tienen ni agua ni luz desde hace seis días”.

Fresán echa la vista atrás y dice que recién llegado a Mozambique ya tuvo que batallar contra las inclemencias del clima. Antes había estado dos décadas en la República Democrática del Congo y, al poco de aterrizar, en febrero del 2000, “nos cogió una inundación en la que el agua me llegaba hasta el pecho y tuve que salir de una casa con un niño subido encima de mi cabeza. En esta ocasión, en Marera, no ha habido pérdidas humanas, aunque el agua nos ha llegado por todos lados. Las puertas parecían la continuidad de un río que no tenía final”, zanjaba ayer esperando que llegara pronto la ayuda para las comunidades más afectadas.