Cuando ayer amaneció en Hondarribia, un manto de nubes oscuras cubría el cielo y una leve, aunque constante, llovizna irrigaba las calles de la ciudad. El agua llevaba cayendo unas siete horas sobre las cabezas de quienes esperaban el comienzo del Alarde tradicional en la calle Mayor cuando, casualmente, la lluvia cesó en torno a las 8.45 horas, apenas diez minutos antes del inicio del desfile. Parecería como si, de la misma forma en la que lo hizo en el asedio de 1638, la Virgen de Guadalupe hubiera intercedido para que los hondarribiarras pudiesen disfrutar de su día grande al máximo.

Así, cuando el cabo de Hacheros, Juantxo Lapitz, cruzó con puntualidad, exactamente a las 9.00 horas, el arco de Santa María, una calle Mayor todavía empapada pero vibrante de emoción recibió el Alarde entre vítores y aplausos, que no cesaron hasta que la última de las 21 compañías y unidades que conforman el batallón cruzó la esquina hacia Arma Plaza.

Allí, el propio cabo de Hacheros confesaba haber comenzado el desfile “con los nervios de siempre”, si bien todo estaba saliendo “correctamente”. Lapitz, responsable de una escuadra que celebra este año su bicentenario, explicaba que cuando los Hacheros suben la calle Mayor llega un momento en el que, debido a la efusividad del público, apenas son capaces de escuchar la música de las compañías que les siguen, haciendo que la tarea de seguir el paso al ritmo sea bastante complicada. No obstante, Lapitz aseguraba que “con la emoción del día y los ánimos de la gente” el primer tramo del Alarde se hace “prácticamente solo”.

Las verdaderas protagonistas de la jornada, las 20 cantineras con las que cuenta el desfile en sus diferentes unidades, también vivieron en esa primera subida a la calle Mayor uno de los momentos más intensos del día. “La Arrancada ha ido genial y cuando hemos visto que paraba de llover, todavía mejor”, declaraba en Arma Plaza la cantinera de Montaña, Eukene Sagarzazu, incapaz de dejar de sonreír. “La calle Mayor se me ha pasado muy rápida”, continuaba la cantinera, que afirmaba, sin dudas, que el momento que más esperaba de la jornada era el de volver a pasar frente a su casa, “por Gernikako Arbola”.

De la misma forma se expresaba una de sus compañeras, la cantinera de la Banda, Zyanya Eceiza. “Ha ido muy bien, toda mi familia y mis amigas estaban en la calle Mayor”, explicaba Eceiza, dispuesta a esforzarse al máximo para “disfrutar del día y pasarlo como una enana”.

Con todo el batallón en Arma Plaza, los 21 mandos del Alarde escoltaron a la compañía Arkoll hasta la parroquia de la Asunción y del Manzano, en la que se recogió la bandera de la ciudad. La compañía y los mandos regresaron a la plaza y allí el burgomaestre del Alarde, Iñaki Sagarzazu, ordenó tres descargas de artillería e infantería.

Si bien la primera y la última descarga fueron impecables, apretando casi todos los fusileros el gatillo al unísono, no sucedió lo mismo con la segunda. Para hacer honor a la verdad, más que una descarga fue una sucesión de tiros sueltos, lo que provocó una ola de quejas y murmullos por parte de muchos asistentes.

A continuación, todas las compañías volvieron a descender la calle Mayor, deteniéndose todas ellas frente a la parroquia para lanzar una salva de artillería cada una, y atravesaron las calles Harresilanda y Jaizkibel en dirección a la ermita de Saindua. El burgomaestre y los cuatro miembros del Estado Mayor fueron de los primeros en llegar y recibieron, uno a uno, a todos los capitanes de las unidades del Alarde, que fueron ordenando a sus soldados la última descarga del desfile matutino.

Tras guardar la bandera de la ciudad en Saindua y romper filas, pero antes de iniciar su trayecto hacia el santuario, el burgomaestre valoraba el transcurso de la jornada de forma “muy positiva”. “Los actos de la mañana han ido según lo previsto y, aunque hemos tenido un poco de agua antes de empezar, luego ha salido el sol y el día está radiante”, afirmaba Sagarzazu, que estimó que en torno a 5.000 soldados desfilaron ayer.

promesa secular Así, sobre las 11.30 horas, los hondarribiarras volvieron a sellar el voto que mantienen con su patrona desde hace 381 años en el santuario de Guadalupe, con presencia de la Corporación municipal. Una hora después la Virgen respondió y la Ama Guadalupekoa puso el broche de oro al día ganando la bandera de La Concha.

El Alarde tradicional también recorrió las calles de Hondarribia por la tarde, a partir de las 17.50 horas, dirigiéndose a las calles del centro de la ciudad. La jornada culminó en Arma Plaza, cuando el burgomaestre ordenó romper filas al batallón que, prácticamente en su totalidad, descendió la calle Mayor al son del Zapatero.

Por otro lado, los Hacheros y la Tamborrada realizaron su tradicional recorrido por la Parte Vieja, alargándolo algo más como parte de la celebración del bicentenario de la escuadra.