- El pasado 15 de marzo, cuando el Gobierno de Sánchez acababa de decretar el estado de alarma, contra todo pronóstico, Javier Armendariz Asiáin, noaindarra de 23 años, tomó un avión destino Pekín con otros cuatro compañeros junto a los que viajaba para participar durante dos meses en un proyecto laboral como soldador en el país asiático. Con el traslado a China planificado hace meses, Armendariz y sus compañeros fueron viendo en las noticias el desarrollo y la expansión del coronavirus, una emergencia sanitaria que obligó a cerrar poco a poco los aeropuertos de muchos países, entre ellos los del Estado español.

Los cinco navarros tomaron "por los pelos" un avión que los llevo desde Bilbao a Francfort y de allá un segundo que los llevó hasta el aeropuerto de Pekín, donde Armendariz explica que las medidas de seguridad eran "muy extremas, pero lógicas". Tras pasar un reconocimiento completo para asegurarse del buen estado de salud de los navarros, Armendariz y sus compañeros fueron llevados a un hospital donde pasaron, por precaución y a pesar de no presentar ningún síntoma, 14 días en cuarentena. "Hemos estado totalmente aislados. Únicamente venían los enfermeros para tomar la temperatura y para traernos las comidas, todos con sus trajes, máscaras y gafas. Aquello parecía Chernóbil", explica entre risas.

Una vez transcurridas las dos semanas de aislamiento total, los navarros fueron trasladados a un hotel donde se hospedarán hasta finalizar el proyecto. A pesar de quedar probado que no están infectados con COVID-19, "en China se toman las medidas de prevención muy a raja tabla", por lo que permanecerán una semana más "en observación" y aislados en cierta medida, "más que nada para que la gente de allá se quede tranquila. Parece que la situación allá está controlada, y el miedo es que las personas que hemos viajado traigamos una segunda oleada", explica el joven.

"Vamos de la habitación del hotel al trabajo y vuelta a la habitación sin salir para nada más. Tampoco podemos bajar al bufé del hotel así que nos dejan la comida en la puerta y se van", cuenta Armendariz. Para él, la dificultad de comunicación con los chinos y el aburrimiento a causa de la cuarentena son peores que el miedo que se pueda tener en una situación de emergencia como la que vivimos: "Aquí todos nos transmiten tranquilidad porque la situación es buena y la gente hace vida normal. Lo peor es no tener cosas que hacer. Al final estoy solo en una habitación que solo tiene el baño y una cama y tampoco puedo usar aplicaciones como WhatsApp o Instagram y, quieras que no, son cosas que te hacen sentirte aún más aislado de lo que estás. Sí que tenemos medios para hablar con los de casa de ver en cuando e intento entretenerme con un libro, una película o haciendo algo de ejercicio. Cualquier cosa para que el día pase más rápido", narra.

A pesar de todos los contratiempos y la incertidumbre, Armendariz dice que en ningún momento pensó en volver a casa, ya que su viaje comenzó "justo cuando empezaba la oleada en España. Viajamos casi por rebote, porque ya al día siguiente se empezaron a cerrar aeropuertos o viajes", explica. El noaindarra cuenta que en todo momento, incluso antes de llegar a China, sintió que allá estaría bien, una seguridad que ha confirmado con el paso de los días: "Aquí todo el mundo parece muy tranquilo y, en este momento, la situación es buena y normalizada. La peor parte se la están llevando ahora en casa, que es lo único que me da miedo".