- "Al principio, antes de establecer los protocolos para actuar frente al COVID-19, la protección no era tan severa pero, aunque lo fuera, los sanitarios siempre estamos expuestos, ya sea porque te lo puede contagiar alguno de los pacientes y los propios compañeros. No tengo duda de que yo también me infecté en el trabajo", explica Camino Campos Rivero, vecina de Pamplona de 54 años que ha trabajado las últimas tres décadas como enfermera en la Cínica San Miguel de la capital navarra. El fin de semana del 15 de marzo fue especialmente complicado dada la actividad frenética que los trabajadores de la Clínica tenían que seguir. Fue ese día cuando Campos empezó a sentir un punzante dolor de cabeza que enseguida achacó al estrés. Así, ya el día 16 tuvo que cogerse la baja médica ya que la noche anterior a su sintomatología se habían añadido el dolor muscular y el agotamiento. "En el trabajo nos dijeron que antes de ir a trabajar teníamos que tomarnos la temperatura, y la mía subió hasta los 37,4 grados. Me encontraba bien, dentro de lo que cabía. Sentía como si tuviera una gripe común hasta que empecé a sentir un fuerte dolor en la parte derecha del pecho, en el pulmón, y volví a la Clínica para hacerme una placa. Además, al encontrarme peor, enseguida me hicieron un frotis y di positivo en COVID-19. Siendo sanitaria creí que tenía la situación bajo control, pero he visto casos en los que en tan solo 10 horas los pulmones se colapsan y me asusté", cuenta la enfermera.

Ahora, tras haber pasado en aislamiento en su habitación durante 15 días y ya reincorporada en su puesto laboral, Campos asegura que lo peor de la enfermedad poco tiene que ver con los síntomas físicos, sino con las secuelas emocionales: "Lo más duro era pensar que podía contagiar a mi familia aunque cumpliese las precauciones a rajatabla. Mi hijo acaba de empezar a trabajar y mi hija está preparando los exámenes de Medicina y me sentía culpable por poder haber cometido algún error y que se pusieran enfermos también ellos", explica. De la misma manera, la enfermera asegura haber sentido mucha soledad durante el proceso de aislamiento, algo que le ha afectado a nivel emocional a la hora de enfrentarse a la enfermedad, ahora desde su puesto de empleo donde tiene que ver "como algunos de los pacientes no lo superan", algo que está viviendo con "especial tristeza".

Aunque no haya sido una experiencia "especialmente traumática" en cuanto al malestar físico, la enfermera dice haber llevado peor la incertidumbre causada por el coronavirus que el resultado de las pruebas de cáncer de mama que afortunadamente superó hace años: "Entonces estaba acompañada por mis seres queridos, pero ahora los he tenido siempre detrás de una puerta. Es una enfermedad que se pasa en soledad y que, aunque la superemos, nos dejará marcados". Aún así, Campos asegura sentirse afortunada y agradecida por el apoyo y la preocupación tanto de sus familiares como de amigos y compañeros del trabajo que han estado "muy pendientes" de ella durante todo el proceso.