Roberto se levanta temprano. Mientras prepara el desayuno, pone la televisión. En las noticias no se habla de otra cosa: es el día 1 de la fase 1.Así empieza la crónica ficticia del primer día en la fase 1 teniendo en cuenta los criterios, previsiones y propuestas de organismos como los gobiernos español y navarro, servicio de Microbiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra, sindicatos, asociaciones de hostelería y taxistas, y profesionales de enfermería.

Roberto se viste nervioso para ir al trabajo. Ropa cómoda. Camisa de manga larga, para proteger los brazos. Los guantes de latex no son necesarios, ya que la COVID-19 no es capaz de atravesar la piel sana.

Por supuesto, llevará mascarilla, una FPP2 sin válvula de exhalación, la única que cumple el doble objetivo de no contagiar y no ser contagiado, siempre que se use correctamente. Aunque no suele usar las gafas, se las pone como protección ocular. No está de más ser precavido.

Portafolios en mano, sale de casa y se dirige a la parada del autobús. De camino, mantiene la distancia de seguridad de dos metros con las personas con las que se cruza. Procura no tocarse la cara. La clave para no contagiarse está en no llevarse la mano a los ojos, la boca o la nariz en el periodo que va entre dos lavados de manos consecutivos.

Cuando sube al autobús, observa que sólo están disponibles una cuarta parte de las plazas. A la entrada hay un bote de gel hidroalcohólico. Se echa un poco en las manos y ocupa un asiento.

En la oficina se ha colocado abundante cartelería informativa sobre los protocolos de actuación para evitar el contagio. Ya no se ficha por huella dactilar. Los vigilantes del control de acceso le conocen y le permiten pasar con un saludo.

El ascensor sólo puede utilizarlo una persona cada vez, así que opta por subir los cinco pisos por las escaleras. En los pasillos se han colocado pegatinas de colores con huellas de zapatos, unas de ida y otras de vuelta, marcando dos caminos separados para evitar el contacto entre las personas que se cruzan.

En la oficina muchas cosas han cambiado. La primera, el intenso olor a desinfectante que percibe. Los puestos de trabajo están separados por mamparas, las papeleras tienen tapa y pedal para su apertura, sobre cada mesa hay un paquete de mascarillas y varios de pañuelos de papel. La máquina expendedora de bebidas está precintada.

A las dos de la tarde, se da un respiro y sale a comer. En la puerta del bar, el dueño ha colocado un cartel acreditativo de "Hostelería segura", un sello de la patronal del sector que garantiza que el local cumple con todas las medidas de prevención del contagio de coronavirus.

Sólo atienden a los clientes en la terraza, en la que se haneliminado el 50 % de las plazas habituales y se han colocado las mesas a más de dos metros de distancia. No hay carta, ni servilleteros y el pago sólo puede realizarse con tarjeta.

De nuevo en la oficina, tras frotarse bien las manos con gel desinfectante, asiste a una reunión por videoconferencia. El aforo de la sala ha sido limitado a diez personas.

Vuelve a casa en taxi. Se lava las manos con el gel hidroalcohólico que se ofrece en el vehículo. El taxista, que utiliza también una mascarilla, le mira por el espejo retrovisor a través de la mampara de metacrilato que les separa.

Tras lavarse las manos en casa con abundante jabón, se toma la temperatura. La tos y la fiebre son los primeros síntomas del coronavirus en buena parte de los pacientes. Comprueba aliviado que se encuentra perfectamente.

Sale con su hijo a la calle para pasear al perro por las inmediaciones del domicilio. Lleva una botella con agua y detergente para limpiar la orina y bolsas para la heces.

Decide pasarse por su librería de barrio para recoger un pedido. Es un regalo para su hermano. Aprovechando el permiso para celebrar reuniones de hasta diez personas dentro y fuera del domicilio, han organizado una comida de reencuentro familiar para el próximo sábado. Deberán mantener la distancia de seguridad y las normas de higiene, pero será un momento emocionante sin duda.

No podrá asistir su hermana. No vive demasiado lejos, apenas les separan 50 kilómetros, pero se trata de otra provincia. Los viajes interprovinciales tienen que esperar a otra fase.

En la librería no puede estrechar la mano del librero, viejo amigo, y trata de no rozarse con los pocos clientes que hay en el local, que tiene restringido el aforo al 30 % de su capacidad.

Antes de salir, se lava las manos con gel desinfectante. Sabe que un uso excesivo de este producto puede producir sequedad de piel e incluso grietas, así que tendrá que hidratarse las manos con crema cuando vuelva a casa.

Ya en el domicilio, se lava de nuevo las manos, prestando atención a los espacios interdigitales, y echa a lavar la ropa, que deberá ser desinfectada a una temperatura de entre 60 y 90 grados. Con una ducha antes de la cena en familia, termina el ritual de este primer día de la fase 1 de la desescalada".