rear un pueblo en la Luna será solo el paso previo a poder ir a Marte. “Está a la vuelta de la esquina”, así lo afirma Emilio Artacho, científico del CIC-nanoGUNE, centro vasco de investigación creado con el objetivo de llevar a cabo investigación en nanociencia y nanotecnología y con sede en San Sebastián.

Si el utópico viaje De la Tierra a la Luna que el francés Julio Verne noveló en 1865 tardó poco más de un siglo en hacerse realidad con la llegada del Apolo XI a nuestro satélite (1969), el reciente hallazgo por la NASA de agua helada en algunos de sus cráteres hace pensar que los próximos lustros podrían ser testigos de la primera base selenita de la humanidad.

Un desafío para el que será fundamental el trabajo de investigadores como los del Grupo de Teoría del CIC-nanoGUNE que lidera Artacho, enfrascado actualmente en el proyecto europeo Horizon 2020 para entender “mejor” el daño de las radiaciones solares y cósmicas en los astronautas, las naves espaciales y los paneles solares de los satélites.

La Universidad de Lille (Francia) y la Queen’s Universtity de Belfast (Reino Unido) son, junto al centro de investigación donostiarra, otros de las participantes en este proyecto, liderado por el Instituto Belga de Aeronomía Espacial (BIRA) y dotado con más de un millón de euros de presupuesto.

“Nuestro empeño es proponer soluciones para proteger la materia orgánica e inorgánica. Se trata de entender lo que pasa, para mejorar la durabilidad de materiales como los de los paneles solares y hacerlos más eficientes para generar energía a través de luz, a la vez que resultan resistentes a la radiación”, explicó el científico.

Una resistencia también muy necesaria para los recubrimientos de las aeronaves espaciales o de los edificios que eventualmente lleguen a levantarse en la Luna con vocación de durabilidad, si bien el programa Horizon 2020 se enfoca en estudiar el impacto de la radiación en naves que orbitan cerca de la Tierra.

La influencia del daño por radiación durante un hipotético viaje a Marte y determinar los lugares de menor exposición a ella para que un vehículo espacial pueda posarse en el planeta rojo son otros de los campos de estudio de esta iniciativa que, debido a la dificultad de los experimentos en el espacio, se lleva a cabo mediante “métodos teóricos y simulaciones computacionales”.

“Se trata de simulaciones basadas en la física cuántica, utilizando leyes fundamentales que nos dicen cómo se comporta cualquier conjunto de partículas elementales”, concreta Artacho, quien precisa que estos simulacros pueden durar meses.

Es una especie de “realidad virtual” que se entiende mejor si se piensa en un “videojuego” en el que “se puede ver algo que está pasando en una pantalla pero que no sucede en la realidad”, detalla.

El investigador aclara que un buen ejemplo del valor de las simulaciones es el “gran control” sobre los datos que se tiene en las misiones espaciales, como la que recientemente permitió a una sonda “aterrizar un momento en un asteroide” para tomar unas muestras.

“El control que se tiene es brutal -agrega- y es porque todo ha sido predefinido basándose en las leyes de la física que ya conocemos, que son universales y que sirven para saber que el comportamiento de algo va a ser el mismo, aunque estés en un sitio en el que no hayas estado nunca”.

A pesar de que su proyecto esté enfocado al espacio, el experto aclara que estas investigaciones también se puede utilizar en “otros muchos contextos” como la medicina, pues la forma en la que la radiación afecta a los humanos a veces se traduce en cánceres y los hallazgos que se logren podrían ser útiles también para los hospitales.

Otras conclusiones obtenidas podrían valer en cambio para mejorar los satélites, cada vez más protagonistas en las comunicaciones diarias de la humanidad, así como para desempeños meteorológicos y medioambientales.

“Es curioso que la gente pregunte para qué se estudian cuestiones del espacio mientras hay tantos problemas en nuestro planeta, cuando, de hecho, mucha de la investigación que se está llevando a cabo en este ámbito solucionará muchos problemas en la Tierra”, concluye Artacho.

Algunas conclusiones podrían mejorar los satélites, cada vez más protagonistas en las comunicaciones diarias de la humanidad