as características de las vacunas contra la covid-19, especialmente la de Pfizer -destinadas a los grandes dependientes y a los mayores de 80 años, dos de los grupos que actualmente se encuentran inmunizándose- son diversas, y requieren de un tratamiento especial que desemboca en circunstancias excepcionales.

Una de las principales tiene que ver con la distribución. Con el vial completo, la vacuna puede viajar descongelada, pero tras diluirse en suero fisiológico y ya estar lista para su inyección, el tratamiento no puede sufrir ningún tipo de vibración. Esto hace imposible su traslado en un vehículo, por lo que las enfermeras Aura Sánchez y Belén Azcarate, del centro de salud de Buztintxuri, tuvieron que acudir a Artica en coche para después acercar la inmunización a los vecinos a pie. Les acompañamos.

Preparar las vacunas en un domicilio

Es viernes y el reloj marca las 11 de la mañana. Algunos de los grandes dependientes, junto con sus cuidadores y convivientes, comienzan a aguardar la vacuna en la sala de espera de una de las consultas del centro de Salud de Buztintxuri. Allí, Aura y Belén, junto con la auxiliar Cristina Carro, comienzan a inocular las primeras dosis. Es su primer contacto con el tratamiento, pero gracias a la formación que recibieron y a su experiencia, no sufren ningún contratiempo.

Juan Reguera, de 93 años, charla con Belén Azcarate antes de recibir la vacuna en su cama. IÑAKI PORTO

Después de terminar con los dos primeros turnos, en los que se ha vacunado a seis personas, preparan todos los elementos necesarios para el equipo móvil. Tras ello, las enfermeras ponen rumbo en su coche privado al domicilio de Juan Manuel Campos. Este escultor, de 87 años -en julio cumplirá los 88- podía haberse desplazado sin problema al centro de salud o al polideportivo de la Rochapea, donde le hubiese correspondido acudir, pero al vivir en Artica, a donde había que ir presencialmente para vacunar a dos grandes dependientes, se le administra la dosis en su domicilio.

Hasta él se ha viajado con el vial de Pfizer sin preparar. Es en esta casa donde, en la misma mesa del comedor y ante la curiosa mirada de los presentes, se mezcla el tratamiento y el suero. Diez primeras vueltas al vial, mezcla con la disolución y otras diez vueltas -sin agitarlo- lo hacen inyectable.

Ana, hija de Juan que también es vacunada, recibe con un abrazo a Aura. Foto: IÑAKI PORTO

Campos recibe la dosis, pero sus 15 minutos de espera son muy diferentes a los que hubiesen tenido lugar en un ambulatorio o pabellón. Orgulloso de los productos de su vena artística, muestra a las enfermeras una galería de arte que comparte con las pinturas de su esposa, Marisa Mauleón. Escuchándoles, el cuarto de hora se hace breve, pero el reloj no engaña. Es hora de comenzar la ronda de vacunación.

Del callejero a ser recibidas con abrazos

Con una firme mano izquierda llevando el maletín azul de las vacunas y sujetando con el hombro derecho la bolsa roja con los EPI, Aura camina hacia el siguiente destino mientras Belén lo hace en coche. La cercanía de esta ubicación respecto a la anterior hace que su llegada sea rápida, pero el siguiente destino no será tan fácil.

Toca entonces sacar el callejero, preguntar a los vecinos de la zona, atender a las indicaciones de un trabajador de Correos... todo para llegar al hogar de Juan Reguera, donde su hija Ana, que también se va a vacunar, les recibe con un abrazo, una imagen que es un fiel reflejo de la cercanía de la Atención Primaria.

Aura sostiene un mapa de Artica en un momento de dudas sobre hacia dónde debe dirigirse. IÑAKI PORTO

La inoculación a Juan se hace en su cama, donde está postrado desde hace meses. Su tierna estampa y la brillante sonrisa con la que recibe a las profesionales que se encargan de inmunizarle le recuerda a Belén, que trabajó durante años en la atención rural, lo "gratificante" que es su profesión.

Tras una distendida charla con Ana, que ofrece todo tipo de comodidades a los presentes con una hospitalaria atención, se retoma una labor para la que el tiempo va apretando, más aún cuando, después de la cuarta visita del día, se dan cuenta de que queda preparado suficiente para una séptima dosis.

Aura sostiene un mapa de Artica en un momento de dudas sobre hacia dónde debe dirigirse. IÑAKI PORTO

La alegría de la séptima dosis

No era algo del todo seguro, pero por si acaso estaba avisado con anterioridad. José Antonio Solanilla, de 83 años -el día 29 de este mes cumplirá 84- recibió una llamada telefónica en la que se le notificaba que iba a ser vacunado. Era Belén, curiosamente desde un domicilio ubicado en la acera de enfrente al suyo, anunciándole con alegría que iba a recibir la vacuna contra la covid-19. Ésta inyección fue el final del trabajo de Aura y Belén en Artica, donde volverán dentro de tres semanas para completar la pauta de estas personas, pero no iba a ser la última vacuna de la jornada. En el centro de salud esperaban otros grandes dependientes, con sus cuidadores y convivientes. Pero esta vez sería un trabajo más tranquilo, sin tener que cargar con la vacuna a cuestas.

José Antonio Solanilla, de 83 años, recibe la vacuna tras avisarle de que se había conseguido extraer una séptima dosis del vial de Pfizer.

Hasta el primer domicilio, la vacuna de Pfizer viajó en coche. Una vez preparado, al resto de las casas se llegó caminando

Se consiguió una séptima dosis de la vacuna, que fue para un hombre de 83 años que ya estaba avisado por si se daba esta circunstancia

Se consiguió una séptima dosis de la vacuna, que fue para un hombre de 83 años que ya estaba avisado por si se daba esta circunstancia