inales de marzo y principios de abril de 2020. Era lo peor de la pandemia. Todavía con el shock por el confinamiento, los informativos y redes sociales reportaban a cada rato una noticia peor que la anterior. Todo eran temores en torno a un virus del que solo se sabía que mataba mucho y se contagiaba fácil, que tenía a la población encerrada en casa y a los hospitales hasta arriba. Faltaban equipos de protección, mascarillas, geles, pantallas, test de diagnóstico. Faltaban manos, profesionales sanitarios que reforzaran las plantillas, ya sobrepasadas. Eran los días en los que se hablaba de que el sistema no daba abasto, de que habían comenzado los triajes en las plantas de críticos, de que un respirador era un cotizadísimo instrumento que podía suponer la diferencia entre la vida o la muerte. Y no había para todos.

En ese contexto de pesadilla, Navarra salió a un mercado de componentes convertido en bazar, lleno de mercenarios y Estados pirata que se robaban los materiales unos a otros, con lotes al mejor postor a pie de pista de despegue. El Gobierno foral consiguió 12 ventiladores en Turquía que, cuando ya estaban embarcados hacia Pamplona, fueron retenidos en Ankara. El episodio derivó en un conflicto diplomático que tardó una semana en resolverse, y que se desbloqueó con la intervención del Ministerio de Exteriores. Los ventiladores, por los que el Gobierno foral había pagado 235.950 €, llegaron el 9 de abril. Y, pese a todo el embrollo, lo cierto es que Osasunbidea no ha tenido que utilizarlos y actualmente están "en reserva".

Quizá las palabras de quien ha sido el rostro del covid en todo el Estado sirvan para entender el contexto del momento. "El mercado se convirtió en un pirateo", le confesó Fernando Simón, portavoz del Ministerio de Sanidad, al periodista Jordi Évole. "El mercado se volvió imposible para cualquiera que tuviera un mínimo de moral comercial", respondía a las dificultades para conseguir material en lo peor de la pandemia, cuando los técnicos de los gobiernos buscaban "debajo de las piedras".

Navarra no fue una excepción. Junto con otras comunidades autónomas participó en una compra conjunta. Castilla-La Mancha encargó 100 respiradores para los hospitales de Toledo y Albacete, del que por aquellos días se viralizó un vídeo con pacientes tirados por el suelo. Navarra adquirió 12 ventiladores de una tecnológica turca llamada ModülGrup: 10 del modelo Oxivent 4 Plus, y 2 del Oxivent 2 Plus. No eran los mejores, pero "eran los únicos respiradores con garantías que se podían adquirir en pleno mes de marzo/abril y que llegaran a tiempo", reconoce la consejera de Salud, Santos Indurain, en respuesta a una pregunta escrita formulada por Navarra Suma en el Parlamento.

Sobre el papel, respiradores de turbina, "fundamentalmente pensados para traslado", precisa el Gobierno, pero que "cumplen los requisitos para ser utilizados en una UCI, sobre todo en las circunstancias que acontecieron en la primera ola de la covid". Fueron testados con balón de prueba por el servicio de Electromedicina y por el doctor Juan Pedro Tirapu, coordinador ejecutivo de todas las UCI de Navarra, tanto las de los hospitales públicos como de los privados. Permitían "ventilar con seguridad los pacientes más graves", y con eso bastaba. Un director médico se lo explicó a un miembro del Gobierno con un símil automovilístico: los respiradores de las plantas de críticos del Complejo Hospitalario de Navarra (CHN) son como un Mercedes-Benz, un tope gama. Los turcos eran unos Dacia. Era lo que había. El Gobierno pagó por todos ellos 235.950 € -IVA incluido-, casi 20.000 € por unidad. Lo que permite, por lo demás, tomar conciencia de cuánto vale un peinecuando se habla de sanidad.

Lo que pasó después es conocido. La noticia abrió telediarios. Cuando el avión estaba a punto de despegar desde Ankara, las autoridades turcas retuvieron la carga. El Gobierno de Erdogan invocó su soberanía para quedarse con respiradores hechos en su territorio y que se necesitaban en su sistema hospitalario. Exteriores intervino. "Lo que nos dicen es que el cargamento no va a salir de Turquía. Hasta aquí hemos podido llegar", asumió la ministra Arancha González-Laya. El día 3 de abril, España da por perdido el cargamento.

La noticia creó un disgusto tremendo. La carestía era tan brutal y las necesidades tantas que sentó como un palo anímico más en el peor momento. La indignación llegó hasta el punto de que la presidenta del Gobierno, María Chivite, escribió el 4 de abril una carta al embajador turco en España, Cihad Erginay. La carta desprendía impotencia: "Es un material imprescindible para salvar vidas, que hemos pagado y gestionado para atender a nuestra ciudadanía, y que debería llegar a su destino, Navarra. Reflexionen y, en última instancia, faciliten el envío".

Ya fuese por lo sangrante del caso, por la repercusión pública que tuvo, por el trabajo diplomático soterrado de Exteriores o incluso por la carta, lo cierto es que el día 5 ya se habla de que Turquía remitirá los respiradores. Llegaron a Pamplona el día 9 y "fueron preparados para su uso", pero el descenso de los casos permitió no tener que utilizarlos, argumenta el Gobierno. "En estos momentos están en reserva por si fuera necesario su uso, y una vez superada la pandemia podrán ser utilizados como respiradores de transporte", indica el Gobierno.

El paso del tiempo, la mejora de las cifras y el hecho de que no tuvieron que ser utilizados amortiguó la amargura del episodio. Incluso Chivite mantuvo en verano un encuentro con el consejero de la embajada turca, Aykut Ünal, para limar asperezas. Pudo ser peor, pero todo quedó como el crudo símbolo de hasta dónde son capaces de llegar los Estados cuando la emergencia aprieta.