María Toscano, la mayor de doce hermanos, aprendió muy pronto que "compartir" es algo más que una palabra. Junto con su marido, Germán Ancochea, ha llevado una vida comprometida con los estudios bíblicos y con la oración, publicando siete libros. Ha vivido hasta los veinte años entre Andalucía y Marruecos, cursó sus estudios de filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y ha ejercido como profesora de Teología Universitaria de Postgrado en la Universidad Pontificia de Comillas. Su relación con Raimon Panikker ha marcado sus vidas y una parte importante de su evolución en la espiritualidad..

¿Qué opina de la aparición, en estos años, de nuevas corrientes espirituales?

-Si nos remontamos a finales del último cuarto del siglo XX, van a aparecer una serie de espiritualidades en los ámbitos de la marginalidad, queriendo responder a un anhelo. La vida humana es deseo de plenitud, de felicidad, y no lo estamos encontrando en la filosofía o en las instituciones. Estamos ante un nuevo desencanto. Aparecen las filosofías y las teologías de la sospecha. Nada está seguro, nada arraiga. Y para colmo de males, las instituciones se dedican a darnos dogmas, verdades encorsetadas, realidades escuetas. Por lo tanto, ha habido en estos últimos años un deseo de búsqueda de un lenguaje que nos lleve a una vivencia profunda de una espiritualidad verdadera y que sirva para conectar con ese anhelo, con esa nostalgia. Hay un vacío y una necesidad de encontrar un techo sólido y un suelo firme. Hemos acabado el siglo con una gran insatisfacción interior y el deseo de encontrar una solución, un modelo de comportamiento; en definitiva, un consuelo.

¿Habrá también traído algo positivo?

-Un aspecto positivo de esta nueva era (NE) es el renacimiento de lo sagrado, expresión que responde a la necesidad universal de volver a reconectar con nuestros orígenes. Tenemos muchos bienes materiales que nos han hecho la vida más cómoda y, sin embargo, por dentro, se manifiesta una auténtica necesidad de felicidad, de plenitud, de convertirse en algo que sirva para el cosmos, para toda la humanidad y para sí mismo. Lo malo es cuando nos quedamos en la superficie, en la parte externa, cuando creemos que vivir una vida espiritual es comer sano, pensar que existen seres en otras dimensiones y no tener un compromiso con el universo. El gran fallo que se le puede achacar a estas nuevas espiritualidades es que nunca hablan de auténtica transformación.

¿Qué es lo que nos exige una auténtica espiritualidad? ¿Cómo nos transforma?

-La espiritualidad exige un cambio, una orientación, mirar al Oriente. Estamos desorientados, no miramos al Oriente, hemos perdido el sentido y la visión. Toda verdadera espiritualidad debe conducir por el camino de la transformación, de la búsqueda del verdadero oriente, del camino espiritual que transforma a medida que se recorre, porque si no es así no es auténtica. No se puede caer en la banalidad, ni en la blandura espiritual. La vida espiritual es una fortaleza del ser humano que puede estar blanda por fuera, pero tiene que ser muy firme por dentro.

¿Nos proporciona la historia algunos antecedentes en los que mirarnos?

-En el siglo V, San Agustín de Hipona decía que algunas doctrinas de los paganos contienen artes y sabidurías que sirven a la verdad y preceptos morales utilísimos que conducen al culto de Dios. Es decir, que ya desde el principio del cristianismo hay, por una parte, la actitud abierta de la búsqueda de la verdad que ya está en otros, en otras culturas religiosas, en otros lechos teológicos.

¿Cuál debe ser, en su opinión, nuestra posición ante las nuevas espiritualidades y las diferentes religiones?

-No debemos temer a las nuevas espiritualidades, siempre que mantengamos la cordura y una posición de firmeza, de conocimiento. Todas las religiones son verdaderas en la medida que responden a la misma nostalgia, a la llamada del espíritu, a quienes quieren planificarse de una manera total en un ansia de encontrar algo que está fuera de ellos mismos. Es lo que llamamos trascendencia. Todas las religiones viven apoyándose en lo que definimos como "las aguas subterráneas del Espíritu". Lo que tiene que hacer una religión es proporcionar un horizonte de sentido.

¿Se puede tener fe sin creencias?

-El teólogo jesuita Javier Melloni dice que "se puede tener fe y, sin embargo, no mantener las creencias". Hoy estamos muy cansadas, cansados de formulaciones dogmáticas estereotipadas, como pequeñas píldoras de solución, como si las religiones estuvieran encapsuladas en unas verdades que hay que tragar y aceptar, sin darnos cuenta de que lo que importa es lo que oculta la cáscara, lo que esconde la píldora, la vida que está dentro de esas verdades. Mirad lo que dice Melloni: "importa el fuego, aunque las creencias, la leña, se consuman; no importa la denominación de origen de la creencia, sino embriagarse con el vino del espíritu". La religión ha venido a dar un horizonte de sentido, eso que nosotros llamamos con palabras más simples la salvación.

Habla, en muchos momentos, de la necesidad de sacralización.

-Lo que se ha venido produciendo es un fenómeno de desacralización del universo, pero lo que de verdad debemos empujar, si estamos atentos a lo espiritual, es volver a sacralizar y retomar el sentido sacro de la realidad que hemos ido perdiendo. En el siglo XX, la Iglesia se cerró en su caparazón, aterrada ante el modernismo, en vez de enfrentarse cara a cara y coger por los cuernos la realidad del mundo del ateísmo teórico que se nos venía encima, el desencanto, la muerte de Dios€ Frente a todos esos problemas filosóficos profundos, que han puesto en evidencia al ser humano contemporáneo, la Iglesia se ha limitado a esconderse y eso es muy triste para los que estamos dentro de ella.

¿Qué nos enseña Oriente?

-En el mundo oriental, la religión forma parte de la vida, es la textura de la vida misma, el darma, es decir, es la esencia de la realidad. El ser humano vive inmerso en una realidad sacral y en una realidad donde todo tiene significado. De ahí la importancia del rito y del mito que en Occidente hemos perdido y que nos ha hecho mucho daño. Hay personas que viven la llamada a la profundidad, a encontrar cómo conectarse con el Espíritu, que tienen necesidad de ahondamiento, de "recogerse en sí mismo", que es una expresión propia de la espiritualidad del siglo XVI.

¿Qué rasgos definen una espiritualidad profunda?

-El ser humano vive con un anhelo, una insatisfacción y un deseo; es la sed la que nos alumbra en la noche. La noche significa nuestra oscuridad, ignorancia y debilidad. Pero es el Espíritu el que nos conduce y es la sed la que nos guía. Hemos perdido el concepto de sabiduría, pensando que es un cúmulo de conocimientos y, en realidad, es la capacidad de saborear, de poder encontrarse con el espíritu vivo de Dios en las cosas, en los demás y en sí mismo. Toda búsqueda interior tiene que estar precedida de dos elementos fundamentales: limpieza de corazón y mansedumbre, aspectos a los que apenas damos importancia.

¿La mansedumbre está mal entendida?

-El manso es el que lleva al toro bravo, el que lo conduce. Es grande, poderoso y firme. Creemos que el manso es un blandengue, que no sabe lo que tiene que hacer. No. Ser manso es dificilísimo porque implica una fuerza brutal. La mansedumbre es lo que te pone en camino para aceptar todas las dificultades del viaje, tener la fuerza para soportarlas y no hacer nunca daño a quienes te encuentres. Otra necesidad espiritual fundamental es el conocimiento de sí mismo y de los demás, la limpieza de corazón, que sólo se adquiere cuando se está desposeído de todo y solo se ansía aquello que es ansiable y merece la pena. Ansiar las demás cosas (tener dinero, ideas) nos impide ver. El vaciamiento es esencial para la limpieza de corazón.

La vida espiritual es un camino, ¿hacía dónde?

-Es un camino en el que, ahondando en uno mismo, nos liberamos de nosotros mismos para encontrarnos al otro y a lo otro. La vida espiritual es un compromiso con los demás y con la realidad, y eso hay que verlo.

¿Cuál es la postura de las religiones frente a esta necesidad?

-La gran acusación que yo le haría hoy a las grandes instituciones religiosas es por qué no tienen en cuenta la experiencia de los místicos, por qué no responden a esta necesidad. La vida espiritual es una mezcla de conocimiento y exigencia. Es dar un sí a la llamada a lo desconocido, a lo enorme, a lo que me rodea. Esto no está en la formación religiosa, ni culturalmente en las religiones. La prueba es que no lo hacen, que hay una desbandada universal ante las religiones institucionalizadas.

¿Existe el peligro de banalizar la espiritualidad?

-Creo que hay una banalización muy fuerte de la vida espiritual, que es algo mucho más serio. Es poner el pie en un camino en el que aparecerán dificultades, con hondonadas y valles, montañas y momentos de dulzura y también de fuerza. Dar a luz a algo nuevo implica un sufrimiento previo. Pero no hay que tenerle miedo, porque luego viene la degustación del gozo de la vida espiritual.

¿Qué distingue la espiritualidad cristiana de otras espiritualidades?

-La espiritualidad no tiene límites. Lo que el mundo cristiano trajo al mundo antiguo, en pleno Imperio Romano, fue la aparición del Amor como la fuerza transformadora. Es la primera vez que la religiosidad del mundo pagano aparece como una fuerza transformadora y la intimidad del alma con Dios, a través de un mediador único, excepcional, que fue Jesús de Nazaret.

¿Nuestra Iglesia es torpe para ver y aceptar esta riqueza espiritual?

-Esa ceguera es la que da la torpeza de la incomprensión, la dureza de corazón, por no aceptar que el Espíritu habla de muchas formas y que el Amor transforma la realidad. Muchas veces, esa ceguera viene dada por una especie de mala voluntad que te impide ver que el espíritu está saliendo y llamando desde lo más humilde, desde los pobres, desde aquellos que necesitan sabiduría y conocimiento porque se puede ser pobre de riquezas físicas, pero es terrible ser pobre de riqueza espiritual. Y la Iglesia ha sido responsable de esa pobreza, porque no ha suscitado desde dentro el deseo del conocimiento de la vida. Son torpes espiritualmente y eso es una pena tremenda.

¿Qué podemos hacer para empujar en otra dirección?

-Abriendo la capacidad de la esperanza, que es una virtud teologal, porque es esperar en lo imposible. Por eso es esperanza. Lo que hay que hacer es volver a la vida espiritual y buscar dentro del espíritu todo aquello que concierne a la vida y que está dispuesto a ser siempre testigo de la verdad. Y si hay que decir algo a la Iglesia o a la parroquia, hacerlo sin acritud porque tenemos que aprender a hablar, aún estando llenos de verdad, con humildad y mansedumbre. Decir nuestra verdad con fuerza, pero con mansedumbre. Esa es la verdadera revolución.

"Las instituciones se dedican a darnos dogmas, verdades encorsetadas, realidades escuetas"

"Hay un vacío y una necesidad de encontrar un techo sólido y un suelo firme"

"Toda verdadera espiritualidad debe conducir por el camino de la transformación"

"Lo que tiene que

hacer una religión es proporcionar un

horizonte de sentido"