A principios de agosto de este año, el secreto que habíamos tratado de mantener más o menos oculto durante la elaboración de nuestro libro Y el tiempo se detuvo. Natalio Cayuela, Osasuna y Justicia, sobre la vida del abogado republicano pamplonés asesinado al comienzo de la guerra civil, saltó por los aires. Con motivo de la visita a Pamplona de varios familiares de Enrique Cayuela, el hermano mediano de Natalio, tuvieron ocasión de acceder al espacio que alberga el reloj que durante varios meses ocultó en su interior a quien había sido secretario interino del Ayuntamiento de Pamplona, activo republicano, y muy buscado desde que comenzó la sublevación militar de 1936.

Emocionados por ver el último escondrijo de su abuelo antes de partir al exilio, enviaron una foto del interior a un hermano que estaba en Chile. Twitter hizo la magia. Miles de visualizaciones, retuiteos, y lo que era una baza para la promoción del libro, quedó desarticulada. Es lo de menos, con el libro ya en la calle, la historia está ahí disponible para todos los lectores.

Saber que era posible esconderse en el reloj de la estación de autobuses, no era casual. Enrique Cayuela vivía en ese edificio, aunque no en la vivienda desde la que se podía acceder a su interior. Además de la suya, en el portal de la calle conde Oliveto 8 (hoy es el número 6), vivían otras siete familias, cuyos nombres y apellidos, así como algunos aspectos de sus vidas, relatamos en el libro. Familias y trabajadoras, porque en varios de aquellos hogares, había más de una chica que había llegado del pueblo para servir, como se decía entonces.

En la casa de los Cayuela Arzac, una joven llamada Valeria Beaumont Beorlegui, a quien no tuvimos la suerte de conocer. Sin embargo, si pudimos hablar con sus hijas, que ya estaban al tanto de la historia del reloj. La conocían hacía tiempo, un secreto familiar que les había confiado su madre y que resultaba increíble para cualquiera. Cuando vieron publicado en las páginas de este periódico que alguien más la había oído, volvieron a emocionarse con el recuerdo de su valerosa madre, que como no podía ser de otra forma, se llamaba Valeria, una chica recién llegada del pueblo -Nardués-Aldunate- a la capital, y a la edad madura. Con 18 años recién cumplidos, "Vale" se enfrentaba a los policías que se presentaban para detener a Enrique soltándoles con aplomo, a la vez que cerraba la puerta, "el señor está de viaje".

Pero "el señor" no estaba lejos. Tampoco solo, por cierto. Nosotros, como los Cayuela exiliados en Chile y pocos más, ya sabíamos que Enrique compartía su escondite con otra persona. O más bien era esa persona la que lo hacía, porque para acceder al interior de la esfera, había que franquear la puerta de la casa del vecino del tercero, Ramón Díaz-Delgado Viaña.

Un catedrático de Filosofía madrileño en Pamplona.

Díaz-Delgado había nacido en Madrid en 1897. En algún momento, su familia debió trasladarse a Canarias, pues en 1914 terminó el bachillerato en el instituto de La Laguna. Tras licenciarse en Filosofía y Derecho, ejerció como profesor en los institutos de Zafra y Huesca. Su llegada a Pamplona se produjo en 1932, ocupando la catedra de Filosofía del instituto de la capital navarra, del que también fue secretario. En 1926 se casó con Guillermina Rodríguez, hija del teniente general Francisco Rodríguez Sánchez-Espinosa, que había llegado a ser gobernador militar de Canarias y Mallorca.

En el tercer piso del portal número 8 de la calle Conde Oliveto, Ramón y Guillermina, así como sus dos hijas de corta edad, Guillermina y María Paz, compartieron su vida con otra joven que había llegado para servir desde Lerga, María Cruz Alzorriz Techellea. Desafortunadamente, los descendientes de María Cruz, que años más tarde se ordenó como Terciaria Carmelita, nos han manifestado que nunca les refirió nada relacionado con esta historia y estos años.

Tan pronto como Ramón llegó a Pamplona, empezó a frecuentar los ambientes republicanos. No tuvo que esforzarse mucho para encontrar correligionarios. El director de su instituto, Vicente Villumbrales, era el presidente de Acción Republicana. En el mismo centro, trabó amistad con el catedrático de Historia Natural y concejal republicano, Antonio García-Fresca. Ambos solían ir a las excursiones pedagógicas organizadas por el centro y coincidían junto a sus esposas en la terraza del Café Suizo, bajo la sede de Izquierda Republicana. Ramón siguió el itinerario de muchos republicanos, fue miembro de Acción Republicana primero y de Izquierda Republicana después, desarrollando una intensa actividad política desde muy pronto. Así, por ejemplo, en 1933 participó en un mitin propagandístico en Elizondo. Ramón no era un advenedizo, era un republicano de primera hora. En marzo de 1930 firmaba un manifiesto lanzado a la opinión pública para recabar y sumar apoyos en torno a la República, junto a otros ilustres como Manuel Azaña, José Giral, Eduardo Ortega y Gasset o Luis Bagaría entre otros.

La huida del reloj de autobuses

Cuando empezó la guerra, fue buscado intensamente por los sublevados. En su gremio, muchos profesores se encontraban lejos de Navarra disfrutando de las vacaciones o participando en tribunales de oposición, como su amigo Antonio García-Fresca, sorprendido por el golpe en Madrid. Ramón pasó tres meses escondido en su propia casa, a veces en la despensa, en ocasiones en el reloj, unas veces sólo, y otras en compañía de Enrique Cayuela, que subía desde el primer piso cuando intuía el peligro o la llegada de la policía.

No llevó bien el encierro y su nerviosismo le llevó a querer entregarse en varias ocasiones convencido de que no había hecho nada malo. Enrique Cayuela lo contenía, pues sabía que sus hermanos Natalio y Santiago tampoco eran culpables de nada y, sin embargo, habían sido asesinados en agosto de 1936. Al final del verano, con la ayuda de un mugalari, se produjo la huida a Iparralde de Enrique y Ramón, los dos "relojeros" republicanos.

Los Díaz-Delgado Rodríguez tardarían en reencontrarse. Guillermina, con la ayuda de su familia paterna, salió de Pamplona atravesando la zona nacional hasta llegar a Canarias, donde de nuevo habría tratado de recabar la participación de sus parientes para interceder por Ramón. Pero estos intentos resultaron infructuosos. Así, abandonó las islas para entrar en la España republicana donde consiguió reunirse con Ramón. Sabemos que el catedrático madrileño-pamplonés estuvo al servicio de la República durante toda la guerra, dirigiendo una colonia para niños refugiados en Puigcerdà (Girona), junto al inspector de enseñanza de Cárcar, Vicente Navarro Ruiz.

Vuelta a Iparralde.

Con la llegada de las tropas franquistas a Cataluña, la familia cruzó la frontera para dirigirse al País Vasco Francés. Se establecieron en Boucau (Bayona) y de nuevo junto a Vicente Navarro, Ramón dirigió la colonia para niños huérfanos y exiliados evacuados por el Foster Parents Plan to Aid Spanish Children. Allí, formó parte del denominado Comité Francia-España de Bayona y de la Costa Vasca en el que coincidió con otros ilustres refugiados republicanos como José Alfaro, Rufino García Larrache y el propio Vicente Navarro entre otros. En noviembre de 1940 se dirigió a la embajada mexicana de Paris para solicitar permiso para trasladarse junto a su familia al país azteca. Con los nazis en la Francia "libre", era lógico el temor a ser entregado.

Las acusaciones contra Ramón fueron muy graves: religiosidad nula, pertenencia a Izquierda Republicana (vicepresidente de la junta provincial), miembro de la Liga de los Derechos del Hombre, de la Asociación de Amigos de Rusia, ser director de la reforma agraria en Navarra y colaboración con la Federación Universitaria Escolar. Casi nada.

Las autoridades mexicanas le concedieron un subsidio, pero no llegaron a partir a América. Con la derrota de Alemania, cuando estimaron que su vida ya no corría peligro, él y Guillermina decidieron volver a España. Ramón, como catedrático de Filosofía, fue expedientado y separado de su puesto hasta 1953, fecha en la que fue rehabilitado, aunque con la prohibición expresa de no ejercer en Navarra durante 5 años. La familia se trasladó a Madrid, y gracias a la ayuda del filósofo Julián Marías, pudo desempeñarse como director de la sección española del Colegio Alemán de Madrid.

Tras ser rehabilitado, ejerció en varios institutos (en Soria, Badajoz, Málaga y Jaén entre otros) y publicó un trabajo titulado "La muerte de Socrates" (Barcelona, 1960). Reingresó en el escalafón de catedráticos en 1963, cuando contaba con 65 años de edad. Falleció en Madrid en 1988, a los noventa años de edad. De todos estos años, tan solo pasó cuatro en Navarra, pero resulta simpático (y significativo) que la gran profesora navarra Marysa Navarro, se acordara de él como el profesor "pamplonés" que dirigió junto a su padre la colonia de huérfanos en Francia. Todo esto y mucho más lo contamos en Y el tiempo se detuvo. Natalio Cayuela, Osasuna y Justicia. l