"Chica, yo tampoco te veo tan mala cara". A Begoña, 51 años, 43 síntomas acumulados por covid persistente, ha habido veces que le han dolido más las palabras que su propio cuerpo. "Me he sentido muy sola y muy incomprendida", confiesa esta bilbaina, que se contagió en febrero de 2020 y a día de hoy sigue sin poder recuperar su anterior vida. "Yo he llegado a no poder ni sujetar el secador y era incapaz de leer un frase. Lo que más me preocupa son las ausencias, que aún sufro. De repente, no sé por qué estoy donde estoy, qué estoy haciendo allí ni cómo se llama nadie de los que me rodean. Eso me asustó muchísimo. A mí se me olvidó cómo se llamaba mi hijo".

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Físicamente, dice Begoña, "doy el pego para un rato", aunque desde que arrancó la pandemia ha padecido casi de todo. "Antes del confinamiento no te hacían PCR. Mi hijo perdió el olfato una semana antes y yo tuve picos de dolor de cabeza intensísimos, un cansancio salvaje, me ahogaba al subir escaleras, se me aceleraba el pulso hasta por hablar, no podía poner la atención en nada y empecé a no dormir bien. Entonces nadie sabía lo que era, pero, a toro pasado, dices: Ostras, ya lo sé".

Una vez decretado el estado de alarma, Begoña fue compaginando esos síntomas y una "febrícula constante" con el teletrabajo hasta que en abril empezó a mejorar. "Con el miedo que nos entró a todos de ir a cualquier centro de salud y que no atendían presencialmente, lo dejé pasar", afirma. Lo peor estaba aún por llegar. En julio se le reactivaron esa retahíla de dolencias y muchas más. "Tenía disnea tumbada y de esfuerzo. No podía respirar y el corazón se me disparaba. Me tiré casi un año durmiendo sentada, apenas unas horas y con unas pesadillas tremendas. Se me hinchó el cuerpo, se me descompensó el sistema digestivo, tenía dolor articular y muscular, problemas circulatorios, si levantaba los brazos entraba en taquicardia, me sangraba la nariz, me salió una erupción... He llegado a tener 43 síntomas registrados. A veces tienes quince a la vez y estás de pena y otras baja la intensidad", detalla.

De todo ese historial médico que no paraba de crecer, lo que más le preocupaba a Begoña era su cabeza. De hecho, antes de entablar conversación, avisa de esa "niebla mental" que a veces le impide "responder con rapidez". "Estás atontada, eres superlenta, parece que todo el mundo anda y habla rápido y tú no te enteras de nada. Yo no podía hablar con más de una persona y leía una frase y vuelta atrás. Ahora, como mucho, puedo leer una hora", relata.

Con sus capacidades cognitivas al ralentí, sufre lo que llama "ausencias". "De repente tengo sensación de dolor de cabeza, durante un minuto o minuto y pico no estoy y luego vuelvo. Si te pasa en el súper, piensas: Habré venido a comprar, pero no sabes por qué estás en ese pasillo, no eres capaz de procesar nada más. Al principio me pasaba varias veces al día. Ahora, una más o menos", se consuela Begoña, que acaba de ser dada de alta por el INSS y no se ve capaz de desempeñar bien su trabajo. "Llevaba de baja desde diciembre de 2020, ahora me he cogido las vacaciones del año pasado y luego me tendré que incorporar. Soy la responsable económica de una entidad social. Voy a comprar tres cuadernos y no sé calcular lo que me van a costar. ¿Cómo voy a hacer mi trabajo?", se pregunta esta profesional, a la que le han practicado pruebas neurocognitivas en un estudio de investigación. "El resultado es demoledor. Tengo un enlentecimiento en la velocidad de procesamiento de la información, dificultades gravísimas para recordar un listado de cosas, incluso para manejar números, y dificultades para generar recuerdos nuevos", resume, preocupada por su futuro laboral.

"ESPERO RETOMAR MI VIDA" A falta de tratamientos específicos para el covid persistente, Begoña se las apaña con "un inhalador para la obstrucción respiratoria y los corticoides" que le recetan cuando el dolor de cabeza la "tumba". "Yo estaba bien antes de esto y espero en algún momento retomar mi vida, pero eso no cae del cielo. Nos hemos centrado en que no muriera la gente, que era lo que había que hacer, y en buscar una vacuna, pero es hora de investigar el long covid y buscar cuál es el tratamiento porque ya se están haciendo pruebas con antivirales y corticoides y somos muchas personas las que lo sufrimos", reivindica.

Tras dos años de pandemia, Begoña no se explica que aún tengan que "estar convenciendo a médicos" de que están enfermos. "Me he tirado meses saliendo llorando de las consultas porque me decían que igual era ansiedad o la menopausia. Eso explicaría dos síntomas, pero no 43. La pelea antes era brutal, pero todavía es grande. Hay mucho retraso porque ha habido mucha falta de escucha", denuncia. Por si fuera poco, a nivel social tampoco siempre cosechan empatía. "Te encuentras fatal y la falta de comprensión ha sido muy dura. No tener una explicación a lo que te pasa hace que la gente te mire con recelo", afirma.

El covid persistente ha condicionado su día a día. "Me levanto, llevo a mi hijo al colegio y me tumbo. Hago la comida y me vuelvo a tumbar. No puedo estar más de dos minutos peinándome porque no aguanto los brazos y he tenido que contratar a una persona para limpiar porque no puedo ni coger la aspiradora. Salgo a pasear en plano y nada más. Si condujera y me diese una ausencia, no se me olvidarían las normas, pero no sabría a dónde voy", repasa su jornada.

Pese a todo, Begoña intenta sobrellevar la situación "con paz porque si no, estaría con depresión. Tener un hijo me hace tirar para adelante y sacar fuerzas de no sé dónde. Estoy hecha una castaña, pero si yo tiro la toalla... No me voy a rendir. Voy a pelear para que se investigue".