A Julian Alaphilippe, un racimo de segundos y un hijo a punto de nacer le alejaron de Suiza. El francés hizo las maletas antes del ocaso del Tour de Suiza para acunar una nueva vida. Abandonó la carrera porque lo demandaba el amor de padre, el llanto de un crío que llega a la vida. Nada comparable como un comienzo tan salvaje y natural. Un prodigio de la naturaleza. Alaphilippe se despidió del Tour de Suiza, preparativo del Tour, y dejó que Richard Carapaz y Rigoberto Urán, indetectable hasta la contrarreloj del sábado, se pelearan por un asunto banal. La competición es lo más importante hasta que se compara con lo fundamental. La victoria de Alaphilippe estaba conectada con el cordón umbilical de la creación y la de Carapaz con la gloria deportiva. El ecuatoriano cerró cualquier debate con Urán sin alterar el pulso. La afrenta del colombiano en San Gottardo recibió la respuesta inequívoca del líder, que se tachonó a Urán para desvestirle la esperanza. Carapaz no quería guerra. En la neutral Suiza se impuso la paz del ecuatoriano, dispuesto a dar guerra a Pogacar y Roglic en el Tour de Francia, el punto álgido del curso.

Los molinos de viento, lo gigantes de este tiempo, eran los centinelas de San Gottardo, un montaña magnífica, por encima de los 2.000 metros, y entregada a la arquitectura de lo bello y lo cruel. Brutalismo. La ascensión, dibujada como una serpiente de asfalto escamada por el adoquín y enfriada por la nieve de sus costuras, resultaba hipnótica. Powless, alfil de Urán, se desescamó. Fuglsang replicó en el grupo de favoritos, donde Carapaz, ligero, se apoyó en Dunbar, toda vez que a Dennis la agitación en la montaña le descompuso la figura. Powless era el zapador de Urán, que no tardó en reafirmar el estallido de la crono. Sucedió que su ímpetu no pudo con la solidez de Carapaz, que se le puso encima en cuanto quiso. Los favoritos subían por los márgenes, evitando las piedras, el adoquín que traquetea los huesos y fatiga los músculos. Woods, siempre impulsivo, abrió la cremallera por el centro. A pedradas. Carapaz dio el visto bueno. Dunbar dispuso el compás y pastoreó la subida.

El líder era una roca sin fisuras, pero se mostró magnánimo cuando Gino Mäder buscó a Woods. Aquello no iba con él. El suizo, que venció una etapa en el Giro, era consciente de que el canadiense era el compañero ideal de cordada. Mäder se ató a Woods en la aventura por la etapa. En el salón de la aristocracia, Carapaz chasqueaba los dedos mientras silbaba. Urán, que le rascó tiempo en las manecillas, no era capaz de agrietar al colombiano, que además contaba con el brazo amigo de Dunbar. La subida le sirvió a Fuglsang para apartar del podio a Schachmann, que padeció los rigores de San Gottardo y se quedó sin la tercera plaza por cuatro segundos.

Plegado en la mesilla de los recuerdos San Gottardo, Mäder pudo con Woods en el cara a cara. En el vis a vis entre Carapaz y Urán, el ecuatoriano ejerció con el bastón de mando, su pértiga para el Tour. "Estoy muy contento por esta victoria, es el resultado a un gran trabajo y que nos da mucha confianza para lo que viene", expuso Carapaz, que apunta a la carrera francesa. "Este ha sido una muestra del equipo que llevaremos al Tour. Allí compartiré liderato con Thomas, aunque lo más importante será ganar el Tour con cualquiera", analizó el ecuatoriano, que ha interiorizado la política del Ineos, la dinastía que ha dominado el Tour en la última década a través de Wiggins, Froome, Thomas y Bernal. Carapaz quiere pertenecer a ese club.