Se paró el reloj de la Vuelta a Suiza. Pesaba el tiempo, plomizo, espeso, insoportable. Un velo de alquitrán en la mirada desde que el viernes se conociera el fallecimiento de Gino Mäder, la peor noticia posible después de su espeluznante caída en la etapa del jueves durante el descenso de Albulapass, una montaña maldita para siempre. El drama humano en su máxima expresión.

La muerte del suizo, 26 años recién cumplidos, enlutó el ciclismo. Lágrimas negras. Le rindieron homenaje, pero su ausencia, un socavón en el corazón, un agujero en el alma, era la presencia de su recuerdo eterno. El Bahrain, su equipo, dejó la carrera, pisoteado el ánimo por la fatalidad.

El vacío se instaló a modo de una certeza en la Vuelta a Suiza, con la pena a cuestas, dolorida. Esa letanía, el calvario, continuó con la crono que cerraba la competición a modo de una sincera y sentida ofrenda para la memoria del joven que nunca más será, aunque lo retenga el recuerdo. Dicen que nadie muere del todo siempre que se le recuerde.

En memoria de Gino Mäder

En ese ambiente oprimido por la congoja y el crepúsculo, en medio del desconsuelo, el telón oscuro que cubrió la carrera desde que la fatalidad se cruzará en el destino de Mäder, se disputó la contrarreloj final de la Vuelta a Suiza, cuyo interés quedó opacado por lo importante. Lo urgente no tenía sentido. El ser humano y sus contradicciones.

En el homenaje póstumo a Gino Mäder, Juan Ayuso logró el triunfo, que no lo era en realidad. Desde el viernes la competición era otra cosa. La victoria más triste de Mattias Skjelmose, que se quedó con la carrera cuando nadie creía en él. Se coló a la gloria el danés entre las focos que señalaban a Ayuso y Remco Evenepoel. La crono de 25 kilómetros que determinó al vencedor era ideal para especialistas, para rodar a altísima velocidad.

Duelo entre Ayuso y Remco

Un escenario formidable para desatar los vatios y que galopen salvajes. El poderoso Evenepoel, un puño de músculos, y Juan Ayuso, el fenómeno precoz, planchado sobre la bici de ángulos imposibles, la que repudia la comodidad. El pulso era entre ellos, separados por 28 segundos.

Eso decía la teoría. Por una ventana observaba atento Skjelmose, el líder anonimo, que parecía lejos en la primera toma de tiempos. De Felix Gall no hubo noticias. No se le esperaba y cumplió con la premisa.

Bajo el sol se encendía Evenepoel y se iluminaba Ayuso, en combustión ambos. Dragón y lanzallamas. Ayuso perdió cinco segundos respecto al belga, pero después, descarado, imponente, se agigantó, extrema su voracidad. Emparejados en el segundo registro, batió a Evenepoel en el conteo final por 7 segundos largos.

No se intuye techo al alicantino, que ofreció dos exhibiciones en la carrera. En la montaña y en la crono. Nada se le resistía. Después de su hiperbólica crono, el alicantino descansaba su esfuerzo mientras observaba en un móvil el desempeño de Skjelmose, otro veinteañero. El danés tiene 22 años.

El líder resiste

El rostro de Ayuso, aún con marcas de acné, y los auxiliares de su equipo eran relajados hasta que entendieron que el líder no estaba tan lejos y que no tenía intención de dimitir ni de entregarse.

Muy al contrario, el danés, que creció a medida que se estiraba el recorrido, era una amenaza real para el sueño de Ayuso, al que el gesto se le fue tornando serio cuando Skjelmose mordió con saña el tramo definitivo.

A pesar de la lija del alicantino, un chico de oro, que cobró un renta de 9 segundos, resistió el líder. Ayuso solo pudo recortarle la mitad de la desventaja que tenía antes de que el crono parara el tiempo de la Vuelta a Suiza. Skjelmose gana en nombre de Mäder.