Dentro de la reducida nómina de victorias territoriales en el Tour de Francia, la conseguida por Peio Ruiz Cabestany (Donostia, 1962) en la edición de 1986 figura quizás como la más emocionante. Una escapada en solitario. Una subida final. Y un pelotón plagado de velocistas pisándole los talones. 37 años después, el exciclista aún recuerda la sensación de vaciarse literalmente para aventajar en solo dos segundos al belga Eric Vanderaerden, quien encabezó el gran grupo en la línea de meta.

¿Recuerda bien aquel 7 de julio?

Sí, sí. Es la única victoria de un donostiarra en el Tour. 

Ah, pero yo le entrevistaba en calidad de guipuzcoano... 

(Risas) Te voy a decir más. Solo hay dos donostiarras que han terminado un Tour: mi hermano Jordi y yo mismo.

Esa sí que me la sabía.

Hay una anécdota curiosa con Jordi en 1981. Participó con el Teka, teniendo a Marino Lejarreta y a Alberto Fernández como jefes de filas. Se limitó a trabajar para ellos, hasta que el último día, en los Campos Elíseos, le dieron libertad para moverse y aprovechó para arrancar. En la retransmisión de la tele francesa se hizo el silencio y empezaron a escucharse ruidos de papeles y más papeles. ¡No sabían quién era! Y lo estaban buscando en sus archivos.

¿Para cuándo otro donostiarra terminando el Tour? 

Hombre, yo creo que con los hermanos Azparren, Xabier Mikel y Enekoitz, este asunto anda bien encaminado. Sin embargo, para que corran y terminen un Tour tiene que pasar una de estas dos cosas: que se cambien de equipo o que el Euskaltel-Euskadi adquiera nivel suficiente para resultar invitado.

Volvamos a su famosa etapa de 1986.

Anduve hábil. Ataqué, cacé a los fugados y me quedé solo en cabeza con Fede Etxabe. Yo me sentía más fuerte, pero relevé con él hasta el último kilómetro, que ya era cuesta arriba. Ahí me lancé en solitario y lo di todo para ganar. 

Veo el vídeo en YouTube y parece que le van a coger... 

Yo iba muy castigado, había gastado mucho durante los kilómetros previos. Faltando unos 100 o unos 200 metros, miré hacia atrás y vi a todos los velocistas esprintando como hienas. Tuve que apretar para ganar y, sinceramente, no sé cómo lo hice. No sé de dónde saqué aquellas últimas fuerzas. Tengo el recuerdo de haber puesto mi cuerpo en una situación límite, sentado sobre el sillín porque ya no podía ni ponerme de pie. ¡Si gané y ni levanté los brazos! (Se aprecia en la imagen que acompaña esta entrevista y en el siguiente vídeo)

¿Es el triunfo que guarda con mayor cariño?

Sí, porque el Tour es la primera división del ciclismo. Está por encima del resto de carreras y del resto de grandes vueltas, por repercusión y también por nivel. A Francia no va nadie a preparar otra prueba o a ver si suena la flauta. A Francia va todo el mundo en su mejor momento y con la perspectiva de hacer un buen papel. Se nota en el pelotón, sobre todo durante la primera semana.

¿En qué se percibe? 

Pues en la velocidad. Recuerdo que en los tramos de llano se iba a mil. Ahí asomabas un poco el morro y enseguida ibas para atrás en el pelotón: “¿Pero esto cómo puede ser?”, te preguntabas. Después, con el paso de los días y la llegada de la montaña, todo se relajaba un poco más y podías dejarte ver más fácilmente.

Seis años después de su victoria en Évreux, el Tour salió de Donostia. 

Estaba muy nervioso, flan perdido. Era especial empezar un Tour en la ciudad donde nací y donde crecí, pero justo en aquella temporada había cambiado de equipo (fichó por el Gatorade) y no resultaba igual correr con nuevos compañeros y con nuevos directores. Estamos hablando de una escuadra de Italia. Y allí ya sabes: el capo es el capo...

Gianni Bugno en su caso.

Me ficharon para ser el líder en la Vuelta a España y para ayudar a Gianni en el Tour. Existía mucha tensión y mucha responsabilidad, porque en aquellos tiempos no existían los planes B que pueden darse ahora. Si el jefe de filas fallaba, lo hacía todo el equipo con él. Y cuidado también con andar tú mejor que el propio líder en alguna crono. Terminé delante de Bugno una en el Giro de 1993, y aquello no gustó mucho.

¿Saldrá a la cuneta para ver pasar la Grande Boucle de 2023?

Creo que estaré fuera, de vacaciones en Ibiza. Es lo que me toca.En casa soy un mandado (risas). Me conectaré a la televisión, que es donde mejor se siguen las carreras. Pero tampoco te voy a negar que me gustaría ver el Tour en directo, porque se trata de una cita diferente y que desprende algo especial. Llegué a presenciarla como espectador estando aún en activo, siendo ciclista todavía, y aún así me emocionaba ver pasar a los corredores. Lo hacián en cuestión de segundos. Pero yo me emocionaba.

¿Servirá la salida vasca para hacer cantera y afición?

Sí, para eso sí servirá. Pero yo también echo de menos que el dinero invertido, parte al menos, se destine por ejemplo a mejorar y a acondicionar lugares en los que los ciudadanos practicamos deporte desde una perspectiva de ocio.