Tradición y modernidad CAPILLA DE MÚSICA DE LA CATEDRAL
Intérpretes: Eva Juárez, soprano. Víctor Goldaracena, tenor. Juan D. de Corcuera, tenor, Martín Azpíroz, bajo. Raúl del Toro, órgano. Dirección: Aurelio Sagaseta. Programa: Obras de Tomás Luis de Victoria: Responsorio, Himno, Salmo del triduo Sacro y Pasión según San Juan (versión reducida). Y de John Rutter : Réquiem. Programación: Ciclo Música para un tiempo de oración, del Ayuntamiento de Pamplona. Lugar y fecha: Catedral de Pamplona. 30 de marzo de 2011. Público: Lleno el espacio habilitado.
LA Capilla de música titular de la catedral abre los conciertos sacros de este año con un programa bien diferenciado en dos partes: en la primera echa la vista atrás, a la gran polifonía española de Victoria y a la tradición litúrgica de la propia seo; y en la segunda mira al presente, a lo contemporáneo, a la música religiosa que se está haciendo ahora mismo. El De Victoria de la Capilla esta en la tradición de sonoridad nutrida. Un tanto abovedado y perdido en el resultado final, pero bello. El Miserere, menos medido y expuesto con claridad textual y hondura en su austeridad, fue de lo mejor de la tarde. La cuerda grave del coro se lució en esta obra, un tanto tenebrosa, a veces, pero que, sin embargo, aporta calma. Hubo matices de misterio, un pedal siempre cimentando la bellísima homofonía, y profundidad de contexto.
La Pasión según San Juan, en su sobriedad y sencillez, es recuperada aquí no sólo como pieza musical, sino como recuerdo de la tradición litúrgica de la catedral. Algún oyente me recordaba que la había cantado, de tiple, en los oficios de Semana Santa; y uno de los solistas -el bajo Martín Azpíroz, otrora sochantre de la catedral- retomaba el papel de Jesús, interpretado hace medio siglo. No deja de ser emocionante. Además de Azpíroz, Corcuera como recitador, y Goldaracena, en una comprometida tesitura alta, resolvieron la narración sin problemas. Las respuestas y comentarios del coro sobresalieron por su belleza, aunque es curioso constatar el comedimiento de la música de Victoria para con algunos textos y situaciones - por ejemplo el Ave, rex judeorum más parece música de alabanza que de imprecación-.
El Réquiem del compositor inglés John Rutter (1945, Londres), -estreno para nosotros- es un obra en latín e inglés, que mantiene la tradición argumental, incorpora algunos choques armónico, pero que se mueve en una tonalidad muy fácil de asimilar para una primera audición. Contrapone, a menudo, el mundo terrenal y el divino, uniéndolos al final y mantiene siempre una especie de alta línea de flotación -normalmente en sopranos- que resulta muy luminosa. Su argumento es la luz. El orgánico de la orquesta de cámara que requiere es de timbre original y curioso -flauta, oboe, chelo, arpa, xilofón, órgano y timbales- y, aunque en la acústica de la catedral se perdió un poco, la textura que aportan al coro -verdadero protagonista, con la soprano solista- es de un contraste muy hermoso. Del tenebroso comienzo, surge enseguida la luz en una cuerda de sopranos muy bien empastada. El chelo vuelve a bajarnos al abismo, pero el Pie Jesu, en la soprano solista, nos eleva hasta un plano celestial. Eva Juárez tiene una voz muy limpia y adecuada para este oratorio; dotada de cierta blancura, es, sin embargo, consistente, desarrollando el volumen y la intención que pedía el texto. Un Sanctus alegre y cascabelero lleva a uno de los pocos fuertes de la tarde en el coro. El final, en diminuendo, unifica las luces de la tierra y el cielo. Una obra agradable y bella, que gustó a un público que respondió muy bien al primer concierto del ciclo sacro.