pamplona. Un conjunto de recuerdos. Una vida. Es lo que contiene el segundo tomo de las Memorias de Eugenio Arraiza, Los dioses lares. Un retrato de la Navarra de los años 1946 a 1950 a través de los recuerdos de un estudiante del Instituto Ximénez de Rada que hoy, 60 años después de aquella época en la que jugaba al fútbol y a pelota en los recreos y se hacía preguntas a las que no hallaba respuesta, tiene el convencimiento de que la vida merece la pena cuanto más vinculada está a las raíces de uno y a la naturaleza, "algo que hoy se va perdiendo", asegura Arraiza. Y que el historiador debe ser alguien que refleje lo que la gente de antaño vivía, no únicamente las batallas y las bodas de reyes y caballeros.

El autor pamplonés presentó su obra ayer a mediodía en la X Feria del Libro de Pamplona, en un encuentro distendido y ameno, como su relato, en el que compartió con el público los recuerdos que ha recogido en Los dioses lares. El título hace referencia a una vivencia que Eugenio Arraiza tuvo con uno de sus primos, que a los 13 años le contó lo que eran los dioses lares. "Me impresionó ver que durante generaciones y generaciones, todos los pueblos anteriores a los romanos habían creído en unos dioses que eran fuerzas de la naturaleza, a los que hacían ofrendas pidiendo protección", cuenta el autor. Esta idea le convenció de la "terrible fuerza" que cobran las creencias que luego se convierten en costumbres, y le reafirmó en la certeza de que "uno es lo que ha vivido y, por lo tanto, la persona se convierte en sus recuerdos". De ahí sus Memorias, relatos cronológicos que parten de vivencias personales para aportar retratos universales del pasado de Navarra y de Pamplona.

El periodo en que se centra este 2º volumen de las Memorias que Arraiza inició con Cerezas y golondrinas. Pamplona, 1936-1946, coincide con unos años de "gran cambio" en la familia del autor. "Entonces pasamos a ser cinco, y a mi madre, al tener a este quinto hijo, le encontraron unos quistes que le derivaron en cáncer. Tuvimos que cuidar por primera vez de quien siempre cuidaba de nosotros. Mi padre en aquella época compró la finca de Ybarra, junto a las tierras que tenía en Aranzadi, y yo empecé a coger la azada y a regar huertas y a subir al mercado por la cuesta del Portal de Francia. Me enamoré de la agricultura", recuerda Arraiza, quien afirma que "aun siendo años de guerra, de hambre y de posguerra en los que había muchas preguntas sin respuesta, entonces se vivía más humanamente que ahora y más vinculado a la naturaleza", algo que apuesta por recuperar hoy. El escritor Miguel Sarasa destacó de la obra "su lenguaje coloquial, ameno y teñido de una ironía la mayoría de las veces benévola". Menos cuando el autor recuerda a uno de los profesores del Ximénez de Rada que les enseñaba formación del espíritu nacional y al que apodaban morro largo. Anécdotas como ésta relata el libro, otro punto de vista sobre la historia de Navarra, la cotidiana, la esencial para la vida del hombre.