pamplona. Arriya (La piedra) es una de esas películas que demuestran que las cosas más importantes de la vida no tienen por qué venir dadas por grandes acciones. Pueden manifestarse -y de hecho se manifiestan, la mayoría de las veces, como en este caso- en los matices, en los detalles. En las emociones contenidas y en las miradas hacia adentro.

Esa riqueza de la que fluye la historia de Alberto Gorritiberea era, antes de materializarse el guion, el mayor riesgo de este filme, tal y como reconoció ayer su director en Pamplona. Y el riesgo ha acabado siendo también el acierto de esta historia, que ahonda desde la honestidad en el conflicto entre el individuo y el colectivo, en el paso del tiempo, y en la tradición "y lo peligroso que se vuelve este legado cuando se usa como envoltorio, como un celofán muy bonito pero que cuando se sobrevalora, se vuelve en contra de uno mismo". La película, que se estrenó ayer en cines, se proyectó por la mañana en Golem Yamaguchi para los medios de comunicación navarros, con los que charló luego Gorritiberea, quien acudió en compañía de Txepe Lara, productor del filme, y de los actores Iban Garate, que encarna al protagonista, Peru; Sara Casasnovas, que da vida a Jone, una joven de clase alta del mismo pueblo que Peru, del que está perdidamente enamorada; e Iñake Irastorza, que en la película es Maritxu, la madre de Peru.

Tres amantes, dos familias enfrentadas por el mayor motivo de disputa desde que el hombre es hombre -la propiedad- y una apuesta -el omnipresente dinero que rige demasiado nuestro mundo- son los ingredientes de Arriya, según Irastorza "un cuadro impresionista repleto de matices", que está ambientado en "un pueblo abstracto" de una cultura concreta, la vasca, pero cuya esencia es "extrapolable a muchos mundos y ambientes sociales", dijo el realizador zumaiarra. El filme habla, desde lo concreto, de cuestiones universales como el amor, el odio, el orgullo, los reencuentros, la libertad personal y, sobre todo, lo complicado que es gozar de ella cuando se está tan atado a las raíces. Cuando la tradición hace que cada minuto del presente esté anquilosado. Y habla al espectador en tres idiomas, castellano, euskera y francés, reflejo de la cultura de los pueblos de frontera, como el que retrata Arriya. Un enclave cuyo "elemento más positivo" remite a Navarra: un viejo molino de harina ubicado en el Valle de Baztan que en la historia es el refugio de un amor puro, pero condenado a contaminarse. Precisamente en Baztan, en concreto en el pueblo de Arraioz, ideó Gorritiberea la primera parte del guion de esta película, cuando se trasladó allá desde Madrid, "agobiado por el trabajo", y donde se contagió de ese transcurrir del tiempo más lento -pero también más intenso- que plasma en su último filme. Un proyecto que define, al compararlo con otros anteriores, como "el lienzo más amplio en el que he podido pintar con más libertad y holgura". El guion, en el que ha contado con la ayuda de Ana Sanz-Magallón, ha acompañado al realizador vasco durante diez años.

De la historia, Txepe Lara destacó ayer "su riesgo en lo visual y su honestidad", dada en gran parte por la cercanía del director con el ambiente que retrata. "Yo he vivido en un caserío, y por mi entorno conozco el mundo de las apuestas, de lo rural... Me sentía honesto a la hora de hablar de estos temas". Iban Garate, quien en palabras del realizador "ha sabido sustentar a la perfección muchos momentos complicados de la historia", da vida al protagonista, Peru, un personaje que representa "la inacción, ya que los demás toman decisiones por él". Sara Casasnovas, por su parte, interpreta a Jone, "una mujer de carácter impulsivo y kamikaze, que se da de lleno a aquello en lo que cree". El personaje le "conquistó" a la actriz "por su fuerza, porque es extremo en su éxito y en su fracaso, por la dignidad con la que lleva su herida, con el mentón erguido, por su profunda soledad y por no cejar en el intento de adaptarse al lugar al que quiere pertenecer". Un lugar que puede ser un momento de cualquier vida de cualquier persona, de esos que marcan y hieren por dentro por su dureza, pero de los que más se aprende.