bilbao. Son dos exposiciones distintas pero relacionadas, igual que sus protagonistas: al neoyorquino Katz (1927) muchos le han considerado un precursor del pop por su uso de la figuración objetiva, una vinculación que rechaza el propio artista. En realidad, Katz apuesta por una pintura, plana, concisa y "europea" frente a la exuberancia y el grafismo del pop, unas diferencias que son fáciles de observar en salas del Guggenheim. Así, la serie Sonrisas de Katz está compuesta por once grandes retratos de mujeres sonrientes, frente a un fondo oscuro y neutro, un negro que ocupa la mitad superior de todos los cuadros. La neutralidad y frialdad del fondo contrasta con la informalidad de las sonrisas de las mujeres, un efecto acentuado por la sobreexposición lumínica de los rostros, que intensifica el carácter plano de estos retratos. Katz no pretende representar la personalidad de las modelos, sino más bien su alegría de vivir, al tiempo que como artista explora la relación tradicional entre la figura y el fondo.

Lo contrario que buena parte de las obras de la sala dedicada al pop, como la enorme serigrafía (diez metros de lienzo) Ciento cincuenta Marylins multicolores de Warhol. Son otras tantas sonrisas, como en los cuadros de Katz, pero donde no hay diferencia entre el fondo y la figura. También colorista y monumental es la obra de los británicos Gilbert & George Despertándose, de 1984, que evoca las vidrieras de una iglesia. Los dos artistas repiten sus figuras en tres escalas diferentes, sugiriendo el paso de la juventud a la madurez. Igual en tamaño, diez metros, pero en blanco, negro y gris es Barcaza, la mayor serigrafía del texano Robert Rauschenberg, que incorpora muchos de los temas que ha se repiten en sus pinturas, como los medios de transporte o la exploración del espacio. El espacio, pero el exterior, el del cosmos, es el protagonista del cuadro Cápsula flamenco, de James Rosenquist, dedicado a tres astronautas que murieron en un incendio en el Apolo 1 en 1967. La muestra se completa con obras de Jean-Michel Basquiat y Sigmar Polke. Todas las pinturas pertenecen a los fondos propios del museo, incluida la serie Sonrisas, que se exhibe por primera vez tras su compra por el Guggenheim Bilbao.