pamplona. Algunos creen que está loco, otros no le entienden, pero resulta que Abel Azcona es una referencia mundial del performance. Y quiere demostrarlo en su ciudad antes de acometer nuevos proyectos que hasta mediados del año que viene le llevarán a Berlín, Los Angeles, San Francisco, Houston o Vancouver.

¿Qué espera de este primer festival de performance en Pamplona?

Las expectativas son las normales en una primera toma de contacto. Se trata, sobre todo, de acercar a Pamplona un arte que tiene ya cien años y que sigue siendo desconocido para muchas personas. Yo trabajo mucho fuera, pero en todas partes digo que soy un artista de Pamplona, y como tengo contacto con artistas internacionales muy buenos que ahora mismo están exponiendo en el Moma o en la Tate, he tenido la suerte de que me cedan sus obras para poder exhibirlas aquí. Con muchos de ellos estoy en plataformas internacionales que organizan festivales en todo el mundo, casos de Bogotá o Lyon, y me dieron la oportunidad de elegir un lugar donde hacer otro. Se barajó la opción de Madrid, pero este mes allí hay algo similar y, además, me apetecía hacerlo aquí, así que les dije que esta ciudad podía convertirse en un buen referente y les pareció bien.

Habla de que este solo es un primer paso.

Sí, mi idea es que el festival vaya a más. Hablando con los otros artistas puse un poco como excusa los Encuentros del 72 para que me dejaran hacerlo en Pamplona. Y me llevé una sorpresa al comprobar que poca gente los conocía, ni siquiera aquellos que se dedican al arte. Yo los he estudiado y me parece que fueron muy importantes. No se dedicaron al performance, pero sí tuvieron mucho arte de acción, reivindicativo y de calle. Cuando ves los vídeos, te das cuenta de que lo que estamos proponiendo hoy no es tan diferente a lo que se hizo entonces; pero, lo más sorprendente es que a los ciudadanos de hoy les chocan más estas acciones que a los de aquel momento. Ahora ves reacciones más chocantes e incluso intrusivas que antes. También por eso es necesario hacer programas como este para que los que me han visto por las calles de Pamplona alguna vez y han pensado que estoy loco, vean que no es cosa mía, que hay muchos estudios y que es un arte reconocido.

¿Está preparada la ciudad para el performance de calle?

Pamplona está más preparada de lo que parece. No es una ciudad inculta, como creen algunos. En todas partes hay cierto desconocimiento del performance, lo que ocurre es que sí que es cierto que aquí quizá existan algunas connotaciones, como el conservadurismo, que complican algo más su desarrollo porque el performance tiene que ver con el arte crítico, feminista, reivindicativo, social...

¿Y político?

Totalmente. No concibo el arte contemporáneo sin que tenga algo de político o de social. Lo de pintar limones está muy bien como hobby, pero para mí no es una pieza artística de hoy en día. Ahora mismo votar casi no te da ninguna opción porque tenemos un gobierno con mayoría absoluta que nos está tomando el pelo en muchas ocasiones; en cambio, el arte te da muchas opciones de implicarte a través de manifestaciones reivindicativas que hablan de democracia, de igualdad, etcétera.

De hecho, no hay un solo tipo de performance.

Así es, aunque en el comisariado de este festival estamos gente con criterios bastante comunes y hemos seleccionado a artistas latinoamericanos, italianos y españoles porque creemos que su trabajo es más directo, quizá más agresivo y con aspectos referidos al feminismo y la igualdad. Por supuesto que existen otras tendencias, pero creo que los artistas más relevantes hoy son las que usan esta herramienta en términos autobiográficos y de exploración propia.

¿Se trata de trasladar una vivencia personal en universal y compartida?

Hay de todo. Hay performers que trabajan con la intención de comunicar, expresar y compartir y hay otros que lo hacen de una forma egoísta. En mi caso, depende de cada trabajo. Hay algunos que son egoístas, de autoexploración, y hay otros que planteo a raíz de las reacciones del otro. En ese sentido, hay quien no interactúa nada y espera a que el público reaccione como le dé la gana y quien trabaja la provocación. Por ejemplo, Ron Mathey, que tiene sida, en la Tate se cortó y manchó al público con su sangre y María José Arjona hace instalaciones fijas y la gente puede acercarse o no, tocar o no.

Y a Abel Azcona le gusta mucho recorrer las calles, ¿cómo le han tratado los pamploneses en los performance que ha llevado a cabo en la ciudad?

Las primeras acciones las hice ya hace ocho años. Entonces no tenía ninguna formación previa y salí por pura necesidad, y hoy haría lo mismo por mucho que ya esté desarrollando mi trabajo en museos. De hecho, a las galerías con las que estoy ahora siempre les exijo que me dejen salir a la calle. Para mí es algo muy importante. Y Pamplona me da muchas cosas. Se suele decir que el performance es cuerpo, tiempo y espacio, y yo durante muchos años he desarrollado mi vida aquí; por eso quería traer el festival. El objetivo final es que la gente entienda que hay un montón de artistas que usan su cuerpo para contar cosas, igual que otros emplean la pintura o la escultura, y que, además, lo que cuentan es muy interesante y llega mucho más allá. Mi idea es que en años venideros los artistas internacionales no estén representados solo a través de vídeos, sino que viajen a Pamplona y que la ciudad se convierta en referente y en punto de encuentro entre ellos, para que se conozcan y aprendamos los unos de los otros.

El programa de este año ya tiene muchos talleres e incluso residencias.

Hemos trabajado mucho la perspectiva del aprendizaje. Hablamos con el Centro Huarte y el Museo Oteiza porque queríamos que nos dieran la opción para explorar esos espacios e incluso para hacer pequeñas residencias en las que crear piezas.

Hay quien le ve por la calle y se pregunta 'qué hace este loco'.

Lo sé, y este proyecto también me puede permitir mostrar que el loco este tiene un criterio, un reconocimiento internacional y expone en museos de todo el mundo. Hay gente que ya entiende lo que hago, pero el festival también es una ocasión para redimirme un poco y contar que lo que hago es bueno, que me reconocen y que hay otra gente muy buena haciendo cosas parecidas.

Hace ya años, John Otazu fue pionero del performance en Navarra, ¿le conoce?

Sí, sí. Hace unos tres años me contactó vía correo electrónico y quedé con él. Es un tío interesante, fue capaz de hacer cosas él solo y eso está muy bien. Mi trabajo va en otra línea. En parte creo que el performance está mal visto por la gente a causa de las acciones tipo fluxus que no se entienden porque en realidad no nacen con intención de tener sentido. Y mi trabajo se entiende porque tiene un porqué, un discurso claro que se ve y se siente, y por eso me llaman de un montón de sitios e incluso hay personas que me siguen allá donde voy. Yo respeto todas las tendencias, y comparto las palabras de Josep Beuys cuando decía que todos somos artistas y si no creáramos nos moriríamos, pero entiendo el performance desde la exploración. Somos personas que estamos destruidas y nos volvemos a crear a través de esas acciones.

¿Es el arte un proceso de curación?

Sí, en el festival hay artistas que han vivido distintos procesos. Por ejemplo, Regina José Galindo lleva los abusos contra la mujer en Guatemala a todos sus trabajos. Tiene una pieza que vamos a ver estos días en la que se ata a una cama embarazada y con las piernas abiertas para mostrar cómo se violaba a las mujeres indígenas. Es una acción muy contundente, pero tiene su razón de ser. María José Arjona trabaja mucho con la sangre por su familiares muertos a causa de la guerrilla o el ejército en Colombia...

En verano tuvieron que hospitalizarle después de 42 días seguidos encerrado en la instalación 'Dark Room'. El suceso suscitó numerosas opiniones, algunas muy críticas con su trabajo.

Lo sé y aparte de autoexplorarme también me gusta generar reacciones. Hoy en día, el arte tiene que ir más allá, si a Andy Warhol y a otros artistas les hubieran dado la posibilidad de usar las redes para cosechar reacciones externas, no lo habrían dudado. Yo busco eso, es más, cuando salí del encierro retuiteaba todos los comentarios malos. Si alguien dice "esto es una mierda", le doy la razón porque mi historia es una mierda y ojalá no la hubiera vivido, pero es la mía y la tengo que contar. Si te llega y te revuelve, aunque solo para irritarte, ya me vale. Eso sí, hay gente que critica casi sin criterio, por eso veo el PIPAF como un vehículo para que se entienda qué es lo que hago. No soy un loco, soy una persona más o menos normal con un discurso coherente.