'la rosa del azafrán'

Obra: La Rosa del Azafrán, zarzuela en dos actos con música de Jacinto Guerrero y libreto de F. Romero y G. Fdez-Shaw sobre El Perro del Hortelano de Lope. Intérpretes: Al frente del reparto, Hevila Cardeña como Sagrario, Alberto Arrabal como Juan Pedro, Carolina Moncada como criada, Juan José Rodríguez como Moniquito. Coro Premier Ensemble de la AGAO (dirección: Iñigo Casalí). Pianista: Gianpaolo Vadurro. Dirección de escena: José Maria López Ariza. Programación: Asociación Gayarre Amigos de la Opera. Lugar: Casa de cultura de Burlada. Fecha: sábado 29 de marzo de 2014. Público: lleno, se agotaron las entradas.

LA zarzuela tiene un público absolutamente incondicional. Sabe de memoria los grandes títulos, como el que nos ocupa, y disfruta de lo lindo. En esta ocasión, gracias, sobre todo, al coro, con un excelente comportamiento vocal-actoral-coreográfico; y a la faceta más cómica de los parlatos; con unos tenores cómicos típicos de zarzuela, excelentes.

Entre los roles protagonistas, hubo más diversidad de opiniones. Hevila Cardeña compones una Sagrario de figura elegante, un poco adusta -como marca el papel- y vocalmente atractiva de timbre, que atacó las romanzas, como la de la rosa del azafrán, con una voz con cuerpo, con algo de vibrato para su juventud, pero, en cualquier caso, correctamente. Hay que señalar -y esto sirve para todos- que la parte orquestal estaba cubierta por un piano electrónico que, aunque amplificado, apenas arropaba a los cantantes. El Juan Pedro de Alberto Arrabal no estuvo a la altura de lo esperado: su voz de barítono resulta un tanto engolada y prieta, estrangulando el sonido, que, sin embargo alcanza volumen y sube al agudo. Carolina Moncada encaja muy bien el rol de Catalina, vocalmente, manda, y como actriz domina la escena; se lució en el cuadro de las espigadoras. De referencia fueron el Moniquito de Rodríguez y el Carracuca de Germán Scasso, que llevaron su vis cómica sin histrionismos, y a los que se acomodaron muy bien los roles secundarios de actores y coro. Pero fue éste, el coro preparado por Casalí, el que más cimentó el espectáculo. Con los mínimos efectivos (apenas una veintena de voces), sonó con potencia, fluidez, y versatilidad: sembradores, segadoras, peladoras de flores, rondadores, casamenteras? El número de las casamenteras fue una delicia; por coreografía (de Mariana Mella), y por gracia en la interpretación -a solo, en algunos tramos-. Precisamente porque el coro era el que daba más espectáculo -junto a los cómicos-; a mi juicio, sobraba la estructura móvil, que lo constreñía todo. Los cantantes, que también bailaron estupendamente la jota manchega, quedaban un tanto amogollonados. Con los telones de fondo hubiera bastado para ambientar la escena. Mención especial para el esfuerzo del pianista. Todos sabemos lo duras que son las reducciones canto-piano, imposibles de sustituir a la orquesta. En fin, la crisis. El público aplaudió a rabiar.