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La huella del Greco en Navarra

La huella de El Greco es inabarcable, y su estela puede seguirse en Pamplona El Museo de Navarra se suma a otros muchos espacios que miran al pintor renacentista en el año del IV centenario de su muerte.

La huella del Greco en NavarraOSKAR MONTERO

Como tantos otros artistas, El Greco no fue comprendido en su tiempo. Pero el redescubrimiento de su figura y su obra, hace cien años, demostró la importancia capital que ha tenido y tiene en el arte, y en concreto en el desarrollo de la pintura de los siglos XIX y XX.

Este año, cuando se cumple el IV centenario de su muerte, son muchos los museos y centros de arte del Estado que miran no solo a su valioso legado, sino a lo que de él late hoy en otros artistas, tanto de su tiempo como contemporáneos. En Pamplona también puede seguirse la estela de El Greco. El Museo de Navarra invita a disfrutar de un itinerario en el que el visitante conocerá a esos artistas, algunos de ellos navarros, en los que el célebre pintor renacentista dejó una huella inevitable, en su mismo tiempo o siglos después, poco importa esto en el arte cuando es universal. Bajo el título El tiempo de El Greco en el Museo de Navarra, este itinerario, que puede realizarse hasta el 31 de diciembre con acceso gratuito cualquier día en el horario habitual del Museo, se centra en tres pinturas inspiradas por el inconfundible estilo de Doménikos Theotokópoulos????? (Candía, 1541-Toledo, 1614), El Greco. Sus autores son el andaluz Gaspar Becerra (Baeza, 1520-Madrid, 1568) y los navarros José María Ascunce (1923-1991) y Julio Martín-Caro (1933-1968). Tres talentosas manos, cada una con su propia personalidad, pero que comparten esa fascinación por las aportaciones que El Greco hizo a la Historia del Arte, como fue -y es- su especial concepción de la luz, que a veces parece estar contenida en la forma, un poco a la manera del fauvismo, “algo increíblemente atrevido para su época”, destaca la directora del Museo de Navarra, Mercedes Jover. El Greco rompió con limitaciones artísticas, apostando por una pintura expresiva más que narrativa, e imprimiendo vientos de libertad en una época en que aquello no se llegó a entender. “El Greco cambió todo, hasta el sistema de producción artística; discutía los precios de todas las obras, algo que respondía a una mentalidad italiana que chocaba aquí, en España, donde los pintores eran entonces más artesanos que artistas”, apunta Jover. Aunque el célebre pintor del Renacimiento, gran retratista, vendió mucho en su época, a raíz de encargos que le hacían sobre todo desde parroquias y conventos, no fue comprendido, en gran parte porque no trabajó para la Corte, que en aquella época era lo más valorado.

El itinerario que propone el Museo de Navarra comienza en la Planta 2, y dentro de ella en la Sala 2.11, dedicada a arte de coetáneos de El Greco y en la que se puede admirar La Anunciación del pintor y escultor renacentista andaluz Gaspar Becerra, un óleo sobre tabla de 156 x 80 cm. que data del último tercio del siglo XVI. Una obra de un manierismo miguelangelesco. Tras veinte años en Roma, Gaspar Becerra regresó a España en 1556, y con sus obras sentó las bases del Romanismo en las escuelas del norte peninsular. Su Anunciación remite al genio de la Capilla Sixtina, de modo especial en la rotunda anatomía del arcángel Gabriel, así como en las formas flotantes y el color tornasolado. La Anunciación es uno de los temas que El Greco representó en repetidas ocasiones y que refleja con claridad su evolución pictórica. De entre todas las que pintó, se ponen aquí en relación con la de Becerra, por su parecido en la composición, entre otras cosas, la de 1576, que El Greco creó en su etapa toledana, y otra que realizó en 1597. Dos ejemplos de espiritualidad cuyo eco resuena en el museo más céntrico de Pamplona.

Paisaje y Piedad

La ciudad y los sufrientes en retratos vivos

El paisaje, y en concreto la ciudad individualizada y retratada a modo de vista subjetiva como motivo único del lienzo -un planteamiento muy innovador que hizo en su tiempo El Greco-, habita la Planta 4 (Sala 4.3), donde se pone en diálogo al célebre renacentista con el pintor navarro José María Ascunce, a través de las obras Vista de Toledo (1604), de El Greco, y Vista de Estella (135 x 109 cm., 1959-1960), del pintor local. Como el de El Greco, el paisaje de Ascunce se aleja de convenciones academicistas. Ambos autores se salen de la senda del naturalismo para tomar el personal camino del expresionismo. “El cielo en un cuadro es como el pintor decide que sea”, diría Ascunce, cuyo cielo en esta Vista de Estella recrea una atmósfera tenebrosa y poblada de grises que evoca ese celaje casi fantasmagórico del Toledo de El Greco.

Los siglos XVI y XX conversan también en armonía en la sala contigua (4.4), que pone en relación Al pie de la Cruz (110 x 80 cm., 1955) del pintor navarro Julio Martín-Caro con las piedades de El Greco, en concreto con la que pintó en 1588, una obra de madurez donde el crucificado aparece acompañado por la Virgen, María Magdalena y San Juan. En sus años en Madrid, Martín-Caro visitaba con frecuencia las salas de El Prado y quedaba horas prendido de los grandes maestros. Su admiración por El Greco se la debe al pintor Carlos Pascual de Lara, con quien el pintor local coincidió en ese tiempo en la gran capital. La espiritualidad y el cromatismo del cretense, la crucifixión como símbolo de un sufrimiento propio que se intenta conjurar mediante la pintura, inspirarían al navarro para pintar el óleo Al pie de la Cruz, con el que logró una tercera medalla y el Premio del Ayuntamiento de Madrid en el Salón de Otoño de ese mismo año. Dos obras en las que el dolor traspasa el material del lienzo y empatiza con el espectador, demostrando que la pintura religiosa es mucho más que eso cuando es universal. Es toda una profundización psicológica en un sentimiento humano.