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Cinco historias de circo

Con motivo de la celebración, hoy, del día mundial de esta disciplina escénica, cinco artistas navarros que trabajan fuera del territorio foral cuentan sus experiencias en este universo que les despierta tantas pasiones como desafíos

Cinco historias de circoIBAN AGUINAGA

el circo no es de nadie. No es tuyo, acróbata olímpico; no es tuyo, malabarista callejero; no es tuyo, trapecista súper técnico; no es tuyo, mastilista convencido; no es tuyo, contemporáneo radical; no es tuyo, artista internacional; no es tuyo, Circo del Sol; no es tuyo, escuela famosa; no es tuyo, programador especializado; no es tuyo, ‘rigger’; no es tuyo, festival europeo; no es tuyo, artista de carpa; no es tuyo, anticirco; no es tuyo, clown; no es tuyo, verticalista increíble; no es tuyo, teórico del arte; no es tuyo, niño; no es tuyo; no es tuyo. El circo lo tengo yo; lo tengo en mi casa; lo tengo cada día que me levanto de la cama y comparto espacio con gente; el circo lo tengo cuando tengo que ceder y ganar espacio; cuando calculo las posibilidades ante un evento; cuando rompo con todo y vuelvo a empezar; cuando estoy agotado; cuando todo cuadra a la perfección (... ); cuando me entra pánico escénico. ‘Mejor no te vayas con el circo’, te dicen de pequeño; sin saber que circo... que circo eres tú”. Este poema de Germán de la Riva que la navarra Itsaso Iribarren comparte con nuestros lectores es un buen punto de partida para celebrar el día mundial de una disciplina escénica desde el punto de vista de cinco artistas navarros que trabajan fuera de nuestras fronteras en una, dos o muchas de las especialidades que este arte ancestral les ofrece, brindando al público experiencias singulares y mágicas que requieren mucho aprendizaje, ensayos, cálculos, medios y montones de creatividad. Además de las de Iribarren, por estas páginas desfilan las palabras de Maitane Azpiroz, Asier Garnatxo, Goizeder Izko y Jon Sádaba, desgranando los entresijos de un sector que por un lado vive un momento único para desplegar sus potencialidades, y por otro apenas dispone de ayudas para montajes o giras. Un presente lleno de posibilidades que implica la fusión con otras artes y la inclusión como área de desarrollo, pero vacío en inversiones y escaso en centros de aprendizaje. Eso sí, todos los testimonios aquí recogidos destilan pasión por un mundo que a diario les reta al más difícil todavía.

Maitane Azpiroz

La belleza del trapecio

Maitane Azpiroz (Pamplona, 1982) obtuvo la base de su formación en la Escuela de Circo de Navarra, Oreka, en Carampa (Madrid) y amplió estudios en Le Lido (Toulouse). En paralelo, ha realizado diversos talleres de danza contemporánea en Madrid, Pamplona, Bélgica e Italia. Lo suyo con el circo fue “un flechazo”. Y con el tiempo supo la causa: “Me gusta creer en lo imposible hecho posible; la solidaridad que existe entre las gentes del circo; los viajes -aunque a veces sea cansado pasar poco tiempo en casa-, y los desafíos”, seña de identidad del arte en general. “Nunca terminamos de aprender, siempre hay más por conocer, por entrenar y por ensayar”, apunta Azpiroz, que, aunque también practica los equilibrios sobre las manos, se especializó en el trapecio “porque se pueden hacer cosas increíblemente bellas en él”.

Hasta la fecha, esta artista ha trabajado en compañías de danza como Genom (Toulouse) y Carmen Larraz (Pamplona), así como en teatro de calle con las navarras T’Ombligo y Tusuri y en circo con Circus-Tanzia (Pamplona). Desde 2013 comparte circo con Rouge Elea (Hendaia) y desde 2014, con Markeliñe (Amorebieta, Bizkaia), con la que en enero de este año estrenó Kixote, y con La Malaxe (Marsella), con la que en 2016 presentará Entr(eux), “obra de movimiento para espacios singulares”. En su opinión, la calle y la sala son escuelas “diferentes”, pero “complementarias”. “La calle por lo general es más dura, hay más estímulos y es más difícil captar y mantener al público, pero aprendes mucho precisamente por eso”. En un teatro, en cambio, los espectadores “vienen con la predisposición de verte, están abiertos a tu propuesta, pero casi siempre están más alejados, distanciados y menos implicados”.

En cuanto a las fortalezas y debilidades del circo en el Estado, Azpiroz se ha formado y trabaja en Francia, “la cuna del circo contemporáneo”, y cree que aquí “deja bastante que desear”. Para empezar, “hay quien todavía no concibe el circo como una profesión a no ser que sea como negocio familiar o tradicional”. Además, es un “bebé” que trata de abrirse paso en un Estado “donde el arte todavía hoy se entiende como un lujo y no como un derecho”. Por otro lado, que sea un arte joven tiene su lado bueno. “Comienza a existir y quiere dignificarse; hay mucho por hacer y existen cada vez más colectivos y personas que creen que el circo necesita su espacio y lucha cada día para que lo tenga”. En ese sentido, un paso importante sería apostar por las escuelas de formación, ya que casi todo el mundo tiene que irse fuera, lo que está muy bien, “siempre que sea una opción y no una obligación”.

Respecto al panorama en Navarra, Maitane Azpiroz lamenta que haya varios colectivos y personas a las que les gustaría dar el salto del ámbito amateur al profesional, “pero que no pueden hacerlo porque la situación del arte es precaria y tienen que hacer otros trabajos para seguir haciendo lo que les gusta”. “El Gobierno de Navarra podría ayudar mucho al circo si procurara un espacio para su desarrollo”, agrega. En cualquier caso, hoy, Día Mundial del Circo, anima a la gente “a ver más espectáculos, a cultivarse y a aprender con ellos y de ellos”, así como a “valorar el esfuerzo que hay detrás de cada espectáculo” y de la decisión de “las personas que eligen las artes escénicas como su profesión”.

Asier Garnatxo

Malabarista autodidacta

Nacido en Iruñea en 1975, Asier Garnatxo se considera “más autodidacta que otra cosa”, aunque estudió en la Escuela Rogelio Rivel de Barcelona, donde reside. En el año 2000 hizo su primer curso oficial “y en el tercero me rompí la pierna y lo tuve claro: quería hacer malabares”. Entre sus referentes, Enrico Rastelli, Francis Brunn e Italo Medini, pero la calle, los compañeros y el público son la auténtica escuela para este artista que trabajaba en una fábrica de delineante cuando se imaginó a sí mismo “con casa, familia, hipoteca y jubilación” y no se lo pensó mucho, “quería aprender y era un buen momento”. “Soy malabarista, es una forma de vida”, añade. Su especialidad son las bolas y los aros y después de trabajar con Desastrosus Circus, Estampida Medieval, Circ Cric y en parques temáticos, el año pasado estrenó su espectáculo en solitario, Kompass.

Para Garnatxo, la situación del circo en España es “vergonzosa” por la falta de inversión, pero a la vez opina que es una disciplina “fuerte” gracias al “respetado público”. Le entristece pensar en la falta de apoyo a las escuelas, porque con el circo “te conoces a ti mismo y trabajas el cuerpo entero; no entiendo cómo hay que defender algo que es beneficioso”. Viviendo en Barcelona, no cree que sea el más adecuado para analizar el circo que se hace en Navarra, pero hace un tiempo participó en el festival Más difícil todavía que promueve Quiero Teatro “y pude ver que hay muchas ganas de circo tanto en artistas como en público”. Para terminar, lanza una sugerencia aprovechando que es la fiesta mundial: “Más espacios de creación y representación, dignidad salarial, y, ante todo, ¡salud y circo!”.

Itsaso Iribarren

Mástil chino

Licenciada en Bellas Artes en la especialidad de artes escénicas, Itsaso Iribarren (Pamplona, 1981) se formó en circo en Argentina (Buenos Aires) y en Francia y en danza contemporánea con maestros como Idoia Zabaleta, Eugenia Estévez, Silvia Mamana y Claudia Dias, entre otras. En 2010 cursó el Máster en Práctica Escénica y Cultura Visual del Museo Reina Sofía y actualmente es profesora de mastil, su especialidad, en la Escuela Carampa de Madrid y desarrolla diversos proyectos artísticos junto al santanderino Germán de la Riva. El próximo, Just for the money. Una historia del circo, el 25 de abril en el Teatro Circo Price. Ambos apuestan por mezclar las artes circenses y audiovisuales y por crear espectáculos como lugares desde los cuales reflexionar y plantearse asuntos como “qué puede aportar el circo al pensamiento contemporáneo, cuáles son las características que tiene el circo como arte escénico o qué cambios ha sufrido a lo largo de su historia”. En su día eligió el mástil chino porque es una técnica “dinámica y divertida”, un “desafío constante” en el que “debo renovarme y aprender continuamente, y eso me hace sentir viva”.

Iribarren es más de recinto cerrado que de calle, aunque admite que esta esconde “tantas sorpresas”, que “a veces es irresistible actuar en una plaza o en un paseo marítimo”. A su juicio, el público, las instituciones y los festivales consolidados “deberían apoyar y ver hacia dónde camina el circo”, ya que es una disciplina “en crecimiento y expansión”. “No hace mucho que salió de los entornos familiares clásicos y por lo tanto vive un momento único en su historia y muy enriquecedor”, continúa esta artista que señala que este instante también sería bueno para suplir la “carencia” de formación superior que existe en el Estado. “Sería positivo aprovechar el interés que tienen muchos jóvenes y no perder los recursos humanos y económicos que la falta de apoyos produce”, sugiere, consciente de que en Navarra el circo y el resto de las artes viven una época “difícil”.

Goizeder Izko

Coordinación técnica

A Goizeder Izko (Iruñea, 1981), lo del circo no le motivaba mucho al principio. La idea que tenía era “la del clásico circo de animales y payasos que visitaba Sanfermines”, y lo que ella quería era trabajar en teatro. Para eso estudió decoración, primero, y Escenografía (RESAD), después. Por eso hizo varias prácticas de utilería en el Gayarre, donde se enamoró “de la idea de poder participar en una puesta en escena”. Sin embargo, durante su formación en Madrid se fue dando cuenta de que, pese a su gusto por el diseño, “se me daba mejor resolver técnicamente las maravillas que otros compañeros buenísimos creaban” y poco a poco se fue especializando. Así, cuando estaba a punto de acabar la carrera y de regresar a casa, le llamaron del Teatro Circo Price. “Querían que me uniera al equipo de dirección técnica durante seis meses”, y ya lleva allí seis años.

Al primer mes de entrar en el Price “ya me había enamorado del circo tanto como del teatro”, gracias a proyectos como Crece, que reunía a artistas recién licenciados de diferentes escuelas. Entonces vio que su concepto de esta disciplina era erróneo y que estaba ante una manifestación “contemporánea, fresca y vital”. Empezó a conocer los distintos corrientes y estilos circenses y a mucha gente que se dedicaba al circo en Madrid, “la mayoría vinculados a la Escuela Carampa”, y “a tragarme todo tipo de experimentos de artistazos en los mil cabarets que te puedes encontrar casi todos los fines de semana, en naves convertidas en escenario, a precios ridículos, por la gorra...” El gusanillo le picó tanto que a los 30 años “decidí incluso hacer mis pinitos, nunca mejor dicho, apuntándome a acrobacia en vez de a un aburrido gimnasio” y las risas con los compañeros están garantizadas.

El trabajo de Izko consiste en “coordinar los distintos aspectos técnicos que una producción requiere, ya sea una compañía que visita nuestro espacio como una producción que nace del mismo centro”. Para eso, el intercambio de información es fundamental para determinar las necesidades de iluminación, distribución de fuentes de sonido, posición de la escenografía, los aparatos, microfonía, audiovisuales, etcétera. Y es que las peculiaridades de un montaje de circo respecto a uno de teatro son varias, comenzando por el hecho de que en el primero los diseños de luces son para un espacio circular, “por lo que hay que cuidar mucho los ángulos para no deslumbrar al público”, al que tampoco se puede dejar a oscuras entre número y número. Pero “lo peor son los malabaristas, lo ponen siempre muy difícil”, bromea la técnico, para quien lo más singular es el rigging o montaje de los aparatos de circo -aéreos o de suelo-, “que requiere un cálculo de fuerzas estáticas y dinámicas de las que depende la seguridad del artista, que se juega la vida”.

Por las manos de Izko han pasado compañías internacionales como Ex-Machina (Canadá), Circa (Australia), Nuevo Circo Vietnam o Circus Romaldo (Francia), “y es un placer ver cómo el público se emociona después de los dos meses o más que dura el proceso de producción”. Sobre la situación del sector en el Estado, opina que es “mala” y, pese a que considera que hay que seguir exigiendo a las instituciones, piensa que hay que “reinventarse”. Difundir la cantidad de valores que el circo atesora -compañerismo, variedad, inserción social, ejercicio- y la necesidad de que haya escuelas que los difundan puede ser una forma de convencer a la sociedad sobre su importancia. Y eso que, a pesar de todo, hoy toca festejar que “aunque cada vez nos lo ponen más difícil todavía, ¡nosotros hacemos equilibrios aunque no haya red!”.

Jon Sádaba

Portés acrobáticos

Jon Sádaba (Pamplona, 1984) se inicio en el circo en 2007 en Alicante. Entonces ingresó en la asociación Donyet Ardit y recibió clases de profesores como Manu Buttner, Silvia Navarro, Vitaly Motouska o Lucas Escobedo, “que me ha enseñado todo”. Y se enganchó. “El circo es infinito y no deja de plantear retos, los límites los impone la persona y sus fantasmas”, apunta Sádaba. Y añade: “El más difícil todavía del circo clásico sigue ahí, aunque con otro componente igual de estimulante, que es la creatividad”. Su especialidad son los equilibrios de manos (pinos) en los portés acrobáticos y actualmente la pone en práctica en la compañía La Trócola Circ que fundó en 2010 junto con cuatro colegas. “Me gustan mucho el trabajo físico y la fuerza”, pero lo que le entusiasma es “cuando ves que eres capaz de superarte, de ir alcanzando objetivos que nunca pensaste que fueran posibles. Es un trabajo en equipo hasta un punto insospechado”, y eso que también practica verticales y equilibrios de manera individual.

Potted es el espectáculo que le ha abierto, junto a sus compañeros, el camino de la profesionalización. Con él han estado en la Umore Azoka, Fira de Tàrrega, Fetén, Trapezi, Chapí... Lo han representado en la calle, “donde todo hay que hacerlo más grande para que el espectador lo reciba”, pero donde también “hay una conexión y una energía especiales”, y en sala, donde “todo es más fino”.

Sádaba coincide con otras voces de este reportaje en señalar que el circo está creciendo en España y “adquiriendo nuevos lenguajes”, sin embargo, “continúa siendo de tercera para la Administración”, lo que se plasma en las ayudas para producción y giras, tanto autonómicas como estatales, y en la falta de una formación reconocida y reglada. Y en Navarra, como en todos los sitios, “queda mucho por hacer”, pero de momento hoy nos desea a todas/os “¡salud y circo!”.

la noticia

ya no hay escuela de circo en navarra

Oreka Zirko Eskola ha cesado en su actividad. Aunque el equipo decidió no trasladar la noticia a los medios, sobre todo porque es un trago muy difícil de asimilar, este periódico ha podido saber que Oreka Zirko Eskola o, lo que es lo mismo, la Escuela de Circo de Navarra, ha cesado en su actividad. Después de invertir mucho dinero y horas y horas de esfuerzo, los profesores decidieron poner fin al proyecto, lo cual deja a Navarra sin un centro que no solo ha formado a numerosos artistas y ha dado a conocer esta disciplina a cientos de escolares, sino que fue seleccionado para llevar a cabo una parte del proyecto transfronterizo Pirineos de Circo. Sin embargo, no ha recibido ayudas institucionales y no ha podido seguir. La Asociación Oreka nació en el año 2000 y comenzó a impartir algunos talleres; en el curso 2003/2004 acometió la formación a tiempo completo; entre 2005 y 2009 mantuvo una residencia en la casa de cultura de Burlada y ese último año se trasladó a una nave en el polígono de Oricain.