Reencuentro

Intérpretes: Manuela Carrasco y Antonio Canales, baile. J. Amador, Manuel de la Luz y Juan Campallo, toque. Enrique el Extremeño, Gayi de Morón, Manuel Tañé, cante. José Carrasco, percusión. Seguidilla, taranta, soleá, soleá por bulerías? Programación: Festival Flamenco on fire. Lugar: sala principal del Baluarte. Fecha: 25 de agosto de 2015. Público: casi lleno el patio de butacas (35 euros).

En el flamenco importa poco la edad. Si se sabe hacer, el ritmo se agarra al cuerpo que uno tiene. Sin que cuente el volumen -esas matronas orondas llenas de gracia y de música-, ni alguna contrahechura (el Cojo, por ejemplo). El recital de baile que hoy nos ocupa esta presidido por la madurez, la personalidad inconfundible y muy marcada de los artistas, y el dominio de las técnicas aprendidas, sobre todo en el zapateado. Pero, es que, además,, Manuela Carrasco y Antonio Canales han dejado en el escenario, no sólo esa personalidad de lo que siempre hubo, sino una vitalidad y forma física que han sorprendido. Bailan por separado. Cada uno en su mundo. Sólo al final dan unos pasos al unísono. Después de un recorrido por el escenario entre majestuoso y austero de la bailaora, como introducción, Canales hace su primer sólo de riguroso traje: su planta se adueña del tablao, taconea con rotundidad, por supuesto, pero sorprende que su taconeo siga siendo de tan alto virtuosismo, con recorrido y ese temblor medido; pero son los brazos, el gesto, el cuerpo entero el que de verdad le dan a Canales su personalidad inconfundible. Baila con los puños, a veces, de rabia, se interroga y explica con los brazos, y sus plantes cerrados no dejan dudas en un baile esquemático, pero completo. En estos tiempos de infinitos -y maravillosos, no digo que no- taconeos, se agradece bailar con todo el cuerpo, y sobre todo con las manos, abiertas y cerradas, de medio lao; y con los brazos, al aire o recogidos, que agarran el cuerpo o se sueltan amenazantes. En los siguientes pasos, también de negro, y tela más ligera, siempre hubo originalidad y soluciones expresivas que salen de un artista con gran autoridad.

Manuela Carrasco, que siempre ha taconeado mucho, centró su baile más en ese trance del taconeo. Ella, con los volantes levantados, confía el discurso a los pies, sobre todo. Quiso la bailaora demostrar que está a la altura de lo que hoy gusta tanto a la gente: esos recorridos palmo a palmo sobre la tarima, milimétricamente medida por los tacones que saben progresar de la caricia al suelo, hasta la furia. Y se lució. Sin embargo, quizás porque soy un poco antiguo, esperaba de ella cierto sosiego de taconeo a favor del mantón y de la bata de cola. Salió Manuela con un mantón amarillo y creíamos que lo iba a bailar, pero se lo entregó al cantaor, y siguió con los zapatos. Bien es verdad que los brazos siempre fueron elegantes, y que el sólo gesto de agarrar la chaquetilla, daba fuerza al taconeo. Pero, es que hoy día se baila tan poco el mantón, que uno espera que estas grandes maestras lo luzcan.

El toque y el cante sirvieron muy bien al baile. Concretamente el cantaor solista fue casi más partenaire de la bailaora que el propio Canales. Y en los cantes de descanso a los bailarines pusieron alma y hondura. Eso sí, a mi me sigue pareciendo todo excesivamente amplificado; se pierden matices de quejío y guitarras. El público terminó de pié ovacionando a los intérpretes. Dejaron impronta flamenca.