Síguenos en redes sociales:

“La literatura, a diferencia de la política, se mueve en el ámbito de las mentalidades”

El autor compartió ayer con el público del Foro Auzolan los entresijos de su nueva novela, ‘No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles’

“La literatura, a diferencia de la política, se mueve en el ámbito de las mentalidades”

pamplona - Gestado durante una residencia artística en Civitella Ranieri, cerca de Perugia, este libro es difícil de contar, como reconoce el propio autor, que a través de personajes que viven en Italia en tres períodos históricos -1945, 1978 y 2014- plantea interesantes debates acerca de la relación entre literatura y poder y del peso de la historia en nuestras vidas.

Comenzamos a hablar a la misma hora en la que Pedro Sánchez inicia su discurso de investidura, y en el mismo día en que Arnaldo Otegi ha salido de la cárcel. No sé quién nos va a leer mañana...

-(Ríe) Son tiempos interesantes. Es curioso, la cita de Antonio Gramsci que preside esta novela -‘El viejo mundo está muriendo y el nuevo aún lucha por nacer: ha llegado la hora de los monstruos’- cobró para mí en las últimas semanas una actualidad muy grande. Pensaba que era una frase que se refería específicamente a los tres períodos concretos que se abordan en el libro -1945, 1978 y 2014 en Italia-, pero he acabado comprendiendo que este momento también es uno de esos en los cuales la falta de certezas provoca el surgimiento de monstruos.

¿Qué tipo de monstruos?

-Monstruos entendidos como aquello que es anómalo para bien o para mal. Los momentos de mayor incertidumbre son los momentos en los que nos vemos particularmente compelidos a imaginar nuevas respuestas a viejas preguntas.

En ese sentido, la novela es tremendamente actual.

-A veces pienso la novela como una especie de atajo, aunque, desde luego, como atajo no es muy inteligente porque el recorrido es grande, pero quiero decir que es la forma que encontré para hablar del presente sin pagar los peajes que se pagan inevitablemente cuando uno aborda el presente. Peajes como la discusión acerca de figuras públicas que concitan adhesiones y rechazos y la utilización de un vocabulario específico; dos cosas que hacen que la discusión se disuelva o resulte redundante. Hablar de tres periodos concretos era una buena forma de hacerlo sin caer en eso; además, de alguna manera esta fórmula también pone de manifiesto que caminamos en círculos, que las preguntas se repiten de generación en generación.

Quizá la sobreinformación relega a la cultura de la primera plana, pero a la literatura y al arte en general casi siempre le pasa en una sociedad en la que estos ámbitos no ocupan un lugar central en absoluto.

-No parece que la cultura sea central, no, pero tengo la impresión de que la literatura tiene procedimientos y mecanismos no muy distintos a los de la política y transcurre de forma paralela a esta, aunque de forma subterránea. Y al tiempo que se discute la investidura, las verdaderas cuestiones políticas se dirimen en otro ámbito, invisible, en el que los efectos son más duraderos. El próximo Gobierno estará cuatro años, pero los cambios que se produzcan en el ámbito de las mentalidades, que es el ámbito en el que se mueve la literatura, serán mucho más permanentes y tendrán como efecto una nueva forma de pensar la comunidad, quiénes somos y quiénes deseamos ser.

Resulta grato hablar con un autor que no tiene complejos al afirmar que su obra es política.

-Es que hay autores que sencillamente ignoran o fingen ignorar la potencialidad política de la literatura y el hecho de que toda literatura es susceptible de una lectura política. Incluso la que se postula como apolítica en la mayoría de los casos es profundamente conservadora. Aquellas sociedades que prohibieron la literatura eran plenamente conscientes de su poder disruptivo y transformador.

Entrando en No derrames lágrimas..., lo primero que llama la atención es la arquitectura del texto.

-Hay varias formas de escribir novelas. Una de ellas es saberlo todo de antemano, cosa que no estaba a mi alcance debido a la complejidad y a la riqueza del mundo narrado; otra es improvisar por completo, y hay una vía intermedia que consiste en saber algunas cosas, pero no todas. Este es el caso. Yo tenía una serie de certezas, de intuiciones, pero sabía que durante el proceso de documentación, que corrió paralelo a la escritura, iba a descubrir nuevas cosas, que, a su vez, iban a provocar nuevas preguntas, de tal forma que el mundo de la novela iba a ir ampliándose. En cuanto a la arquitectura, para mí este libro constituye un objeto poliédrico. Cada uno de los libros que conforman la novela, que podían haberse publicado de forma independiente, es una cara y, como hay resonancias entre unas caras y otras, el lector debe aprehenderlas todas para comprender.

Parece que se lo ha pasado bien a la hora de generar tantos personajes.

-Hay muchos personajes reales y unos cuantos que son imaginarios. Si bien yo sé cuál es cuál, prefiero que sea el lector el que los descubra. Y, efectivamente, me lo pasé muy bien. Además, mis novelas tienden a tener pocos personajes y suelen ser más narrativas que dramatúrgicas; y en este caso me puse la tarea de crear personajes que tuviesen una vida que incluso me superase a mí. Que tuviesen formas de hablar específicas, muletillas, latiguillos, frases hechas... Y el desafío también era hacer hablar a personajes cuyas ideas estaban en las antípodas de lo que yo pienso.

Esa primera parte más dramatúrgica de la novela, la que relata el discurrir del Congreso de Escritores Fascistas de abril de 1945, plantea uno de los asuntos centrales del libro: ¿es posible desligar los textos de sus autores?

-Esa es una larga discusión que, por una razón o por otra, no estamos teniendo en este momento. A la hora de escribir la novela, tenía ganas de apelar a la inteligencia colectiva proponiendo un debate sobre esta cuestión. Personalmente, procuro realizar una especie de abstracción y no confundir a un autor con su obra. Pero entiendo que esto sea dificultoso.

Es un debate provocador.

-No pienso en mí como en un escritor provocador, pero entiendo que hay mucho de provocación intelectual, no de índole moral, en el libro. Empezando por la idea que le da origen, este Congreso de Escritores Fascistas. No espero por ello, aunque supongo que debería contar con ello, que me acusen de ser fascista por mostrar mi simpatía con algunos de esos escritores. Pero el libro sí que provoca en el sentido de que reivindica a unos escritores fascistas cuyas ideas políticas se encuentran en las antípodas de las de cualquier persona razonable, pero que, habiendo sido profundamente conservadores en lo político, fueron revolucionarios en lo estético. La contracara de ese fenómeno la constituyen tantos autores que siendo revolucionarios en sus ideas, son conservadores en sus formas estéticas. Y, como para mí lo más importante son los textos, me interesan mucho más los primeros que los segundos, aunque con estos tenga más afinidades personales. Entre las muchas batallas que se libran en la literatura, la más importante es aquella por la trascendencia, y en esa batalla yo siempre estaré a favor de la perpetuación de los textos y no de los autores.

La novela también aborda el momento en que la literatura puede convertirse en propaganda.

-Los futuristas son muy interesantes por eso; fueron la primera vanguardia, la que más lejos llegó en su intención de integrar arte y vida y también la que más cerca estuvo de convertirse en una estética de Estado. Por esa razón fueron los primeros en hacerse preguntas que aún nos ocupan: cuáles son los vínculos entre producción artística y adhesión a una idea política o religiosa; qué permite y qué imposibilita la proximidad del autor con el poder, cómo se sobrevive al final cuando se ha sido parte sustancial de él, y si el artista debe sumarse a una causa política o mantenerse al margen. Y es que cuando los escritores se vinculan con el poder, a menudo quienes salen escaldados son los propios escritores. Sin embargo, esa advertencia es desoída una y otra vez y aun hoy prestamos mucha atención a la figura del intelectual, a esa persona que por su condición y por su formación detenta una especie de superioridad moral que yo como autor no acabo de ver. Más que nada porque tengo muchas más preguntas que certezas.

Es muy duro.

-Hay dos tipos de escritor. Está el que cual sacerdote de una religión laica asciende al púlpito periódicamente para arrojar migajas de su saber a un público dispuesto a recogerlas y hay otro tipo de intelectual que se coloca al pie de la feligresía y aspira a contribuir a una discusión en torno a determinados temas para que, de existir una verdad, esta sea resultado de la inteligencia colectiva.

El libro también reflexiona sobre el peso de la historia en el devenir de cada uno de nosotros.

-Aunque no se suele comentar a menudo, parece claro que la historia no ha terminado en absoluto. Y me parece bien que las novelas traigan este tema a colación, porque somos lo que fuimos, y nuestra capacidad para transformar aquello que seremos depende estrechamente de nuestra comprensión de lo que fuimos y, por consiguiente, de lo que somos. Incluso aunque nuestra historia sea un lastre, tiene en sí un germen de liberación. En el País Vasco lo conocéis bien. Con todo el dolor que trajeron los años trágicos, en ellos late también una razón para el optimismo y es que al menos nos enseñaron cómo no hay que hacer las cosas. La sociedad vasca parece haber comprendido esa lección, también sus elementos más radicales: que es que la violencia política, al margen de su legitimidad moral o de otra índole, no contribuye a una transformación social de la forma en la que lo hacen el disenso o el debate en marcos preexistentes.