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La viola, un descubrimiento

recital de viola y piano

Intérpretes: Isabel Villanueva, viola. Anna Korepova, piano. Programa: Scherzo para viola y piano y Sonata nº 1, op. 120 de Brahms. Lento de la Sonata para violín y piano (arreglo de Villanueva para viola) de Granados. La Arpeggione de Schubert, y Pensiero y Allegro appassionato de Bridge. Programación: Fundación Gayarre. Lugar: teatro Gayarre. Fecha: 16 de abril de 2016. Público: llenos el patio de butacas y las plateas (8 euros).

Estamos ante un instrumento nada narcisista; apenas tiene literatura musical para que se luzca, aunque Mozart, Berlioz, Strauss, Walton, Bartók o Hindemith? le otorgan destellos de protagonismo. Es la viola, ese instrumento fundamental para llenar los espacios intermedios en tríos, cuartetos o en la orquesta. La viola convencional de una de las familias de la cuerda; podríamos llamarla de brazo, pero ha perdido el apellido; es la viola, sin más; y aunque no es la viola d’amore, da gamba, da spalla, di bordone o pomposa, que campan en antiguas épocas de la música, sí ha heredado de ellas un sonido acogedor, cálido, algodonoso y redondo; y muy cercano a los afectos, tal como la toca la solista que hoy nos ocupa. Así que el concierto -y se ha notado en la intimista atención del público- ha supuesto para casi todos, el descubrimiento del cordial sonido de este instrumento. Y para ese descubrimiento ha sido fundamental el excelente acompañamiento -y protagonismo, también- de la pianista Anna Korepova, que, una vez que ambas se hicieron con la sonoridad de la sala, fue prodigio de respeto a la sonoridad de las cuerdas, y delicadeza en el diálogo con ellas.

A Villanueva la escuché por primera vez en el festival de Mendigorría (DIARIO DE NOTICIAS 30-7-2013), y la verdad es que nos deslumbró por la calidad y volumen de sonido que conseguía de un instrumento que se suele considerar opaco. Hoy, vemos que, con este denso programa, todo ha ido a más: fraseo, madurez sin perder la pasión, concentración camerística, autoridad de solista (afinación y dominio técnico, ya los tenía entonces). La obra que abría el programa sirvió para ajustar el balance entre el piano -un tanto invasor- y la viola; y para que el público se hiciera a la sonoridad del instrumento que, evidentemente, tiene menos brillo que el violín, y, al principio, despista. Pero en la Sonata número uno en fa menor (para viola o clarinete), también de Brahms, ya atrapados por ambas intérpretes, todo fue una delicia: arranque poderoso y equilibrado, con enjundia brahmsiana; andante muy melódico que inspira una profunda ternura, algo muy próximo a lo que evoca siempre la viola; allegretto con el agradable aire de danza; y final, de nuevo, de atmósfera casi sinfónica. En la Sonata de Granados -muy bien traído al celebrarse el centenario de su muerte- es el fraseo lento y la originalidad de interpretación en el tan repetido tema, lo que destacamos de la violista; pero, también, la parte del piano, donde sale la calidad de Anna Korepova -al fondo el gran Granados pianista-. De la Sonata Arpeggione de Schubert, cuando está bien interpretada, apenas se puede decir nada; sólo disfrutarla en toda su belleza empapadora: remite a casi todos los estados de ánimo, de la melancolía, a la luminosidad, del divertimento a la exhibición pura del sonido del instrumento, aquí entreverado de violonchelo; la pianista en un discretísimo segundo plano, como debe ser. La obra de Bridge, que cerraba la velada, es de frondosidad brahmsiana, para entendernos; apasionada versión, como su título. De propinas: Debussy y Falla (la Jota de las Siete canciones españolas). Y un selfie con los asistentes: un recuerdo para intérpretes y público del extraordinario concierto.